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martes, 19 de abril de 2016

Mercedes Barcha / La cómplice eterna de Gabo








Mercedes Barcha, la cómplice eterna de Gabo
Foto de 1975, cuando ya Gabriel García Márquez era uno de los autores más celebrados del llamado ‘Boom’ latinoamericano.
Foto: Elpaís.com.co | AP
Mercedes Barcha, 
la cómplice eterna de Gabo

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Sería solo cuestión de seis meses. Eso le había prometido Gabriel García Márquez a su esposa Mercedes Barcha en aquel verano de 1965. En las cuentas del escritor cataqueño era tiempo suficiente para sacar adelante la novela que lo venía obsesionando desde hacía 15 años, cuando imaginó la historia de una casa en la que transcurriría toda la desdicha de los Buendía.
Meses atrás, Gabo había comprado un auto. El mismo Opel en el que, durante un viaje con su familia a Acapulco, tuvo aquella imagen, reveladora y feliz, que le impidió llegar a su destino inicial y en cambio emprender el camino de regreso para afrontar la soledad de la escritura en su casa de Ciudad de México.
Gabo empeñó aquel auto con la esperanza de que su mujer tuviera dinero suficiente para su hibernación literaria. La misma mujer que supo que sería su esposa cuando él no pasaba de los 13 años y con la que se casó el 21 de marzo de 1958, a las 11 de la mañana, en la iglesia del Perpetuo Socorro, de Barranquilla.
“Cuando el dinero se acabó, ella no me dijo nada”, le contó el padre del realismo mágico a Plinio Apuleyo Mendoza, su amigo, en esa deliciosa conversación que es ‘El olor de la guayaba’. “Mercedes logró, no sé cómo, que el carnicero le fiara la carne; el panadero, el pan; y que el dueño del apartamento nos esperara nueve meses para pagarle el alquiler. Tú ya sabes la cantidad de locuras que ella me ha aguantado”.
La mujer hizo más: se ocupó incluso de que a su esposo no le faltara el papel para que en la casa de los García no dejara de escucharse el ruido de lluvia de la máquina de escribir. Cada cierto tiempo, aparecían 500 hojas limpias, muchas de las cuales terminaban agonizando en la cesta contigua al escritorio de Gabo, en medio de sus jornadas febriles de escritura.
Sí: Mercedes Raquel Barcha Pardo fue una cómplice amorosa a quien no solo Gabo sino todos sus lectores le debemos las gracias por permitir que ‘Cien años de soledad’ llegara al punto final .
Lo sabe Rodrigo Castaño Valencia, que heredó de sus padres, Álvaro Castaño y Gloria Valencia, la amistad con el Nobel colombiano. “Siempre he dicho que Mercedes es la gran novela de Gabo. Una mujer absolutamente incondicional. Como pareja eran el complemento perfecto: ella tenía los pies en la tierra, mientras Gabo, para dicha de todos, era la fantasía”.
Así también lo vio, durante varios encuentros con la pareja, el periodista Poncho Rentería. “Mercedes fue la mujer perfecta para una figura de carácter universal como García Márquez. No hacía nada que intentara opacar al marido célebre. Por el contrario, la vimos todo el tiempo en el hermoso papel de mujer hiperprotectora, atenta a los pasos de su muchacho”.
Al intentar definirla, Rentería la evoca como “una mujer discreta, no solo de palabras, sino también de acciones”.
Fue el mismo recuerdo que trae al presente Gina Benedetti, esposa de Enrique Santos, integrante de una prestante familia de la sociedad cartagenera. “A pesar de su edad, conserva rasgos de una mujer que fue muy bella. Y esa discreción tan suya, la transmite incluso en su manera de vestir, siempre luce sencilla; puede llevar los colores más alegres, pero con absoluta sobriedad”.
Otros prefieren definirla como una mujer de pocas palabras, pero diálogo inteligente. Esa fue la sensación que le quedó al periodista puertorriqueño Héctor Feliciano, que en marzo del año pasado intentó entrevistarla durante una visita a Cartagena. Intentó, dice, porque pese a que la entrevista se publicó en la revista Bocas y él se las ingenió para hacer preguntas una y otra vez, ‘La Gaba’, como la llaman hace medio siglo, “supo esquivar con sofisticación muchas de ellas”.
Lo que sucede, cree Rodrigo Castaño, es que es discreta ante los medios de comunicación o gente que no conoce. “Porque cuando se sentía en confianza y en familia, ella es de las que complementaba los apuntes de García Márquez, sin que él hiciera el menor intento de refutarla”.
Su rutina en México, aseguran quienes la conocen de cerca, incluye leer diariamente periódicos colombianos para estar lo más enterada posible de la realidad del país. De hecho, el propio Gabo siempre destacó en ella sus virtudes como lectora. Era ella la primera en leer sus libros y tener una voz crítica para con sus historias.
Para el escritor y periodista Plinio Apuleyo Mendoza, amigo cercano de la pareja y padrino del primero de sus hijos, el cineasta Rodrigo García, el papel de Mercedes en la carrera del hijo de Aracataca fue indispensable. “Ella se ocupaba de la realidad que él no manejaba: las finanzas, el hogar, los viajes”. También de los hijos: Rodrigo, que nació en 1959, y Gonzalo, en 1962.
Será por eso mismo que en un aparte de su voluminosa biografía sobre Gabo, ‘Una vida’, el escritor inglés Gerald Martin contó que Fidel Castro y el expresidente español Felipe González coincidieron en el mismo comentario, en dos entrevistas distintas: “No fue Mercedes la afortunada sino Gabo, él fue el ganador de la lotería”.
La pareja se había conocido en 1941, en Sucre, municipio del departamento que lleva el mismo nombre. Él tenía 13 años y, como Florentino Ariza, se enamoró de ella a primera vista. Mercedes tenía 9 y repetía en el pueblo que decía su padre, un boticario: “No ha nacido todavía el príncipe que se case conmigo”.
Pero ya había nacido. En una entrevista de 1982 para la revista Semana, ‘La Gaba’ contó que un día, “de buenas a primeras”, el escritor le lanzó la sentencia: “Tienes que casarte conmigo”. Ella creyó que eso de que le pidieran la mano sería más romántico y le sorprendió aquel carácter imperativo, “pero en fin, un poco asustada, acepté”.
El susto acabó convertido en 56 años de matrimonio y amorosa complicidad. Medio siglo en el que nunca faltaron en la casa del D.F. las flores amarillas que tanto gustaban a Gabo. Esa misma casa en la que, gracias a Mercedes Barcha, siempre se escuchó el ruido de lluvia de una máquina de escribir.


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