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miércoles, 11 de noviembre de 2015

Sandro Romero Rey / Miriam Gómez vuelta a visitar


Miriam Gómez
Fotografía de Lalo Borja
Miriam Gómez vuelta a visitar
Por Sandro Romero Rey
El Malpensante No. 149
Febrero de 2014

En noviembre de 2013, Galaxia Gutenberg publicó Mapa dibujado por un espía, la tercera obra de Guillermo Cabrera Infante editada póstumamente. En esta entrevista, la viuda del escritor repasa recuerdos desvaídos de Cuba y narra sus avatares en la tarea de preservar la herencia literaria de Caín.

Fotografía de Lalo Borja
Tras su muerte en Londres, en el año 2005, el escritor Guillermo Cabrera Infante se ha ido consolidando como un clásico. Y cuando un escritor se convierte en un clásico, quiere decir que le cae bien a todo el mundo. Incluso sus detractores más acérrimos han decidido “tomar su pedazo” de Caín para su santoral particular. Baste solo con mirar lo que está sucediendo en su Cuba natal: de ser, desde 1968, un autor proscrito y condenado por el régimen, en el nuevo milenio pareciera que existiese un toque de tolerancia en la isla, un “aquí no ha pasado nada con Cabrera”, y ya se han publicado dos libros donde su “prehistoria” se convierte en patrimonio de la humanidad. Estos dos libros, Sobre los pasos del cronista, el quehacer intelectual de Guillermo Cabrera Infante en Cuba hasta 1965 y su complemento, Buscando a Caín, escritos al alimón por Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco, han sido recibidos por los “cabrerófilos” de fuera de Cuba con evidente desconcierto, por no decir con ira. Porque inventarse una supuesta objetividad sobre su obra, después de haberlo considerado el peor de los gusanos, no produce sino sospechas. ¿Qué pretenden los jerarcas de la cultura oficial cubana con la tolerancia hacia el autor de Tres tristes tigres? ¿Por qué publicar sendos libros donde se reivindica la figura olvidada de la primera esposa del escritor, de quien Cabrera se separase mucho antes de su partida hacia Europa y de la que no quiso saber más? ¿Hay, en realidad, un diáfano interés por buscar un acercamiento entre los cubanos de la isla y sus mejores intelectuales en el exilio? Sí: convertirse en un clásico trae sus consecuencias.
Por fortuna su viuda, la inseparable Miriam Gómez, en su ya legendario apartamento del South Kensington londinense, ha seguido organizando los tesoros de su marido. Para que no se le olvide a nadie, ni en el infierno ni en el paraíso, quién era Caín. Miriam Gómez continúa publicando lo que Guillermo Cabrera Infante dejó en cientos de carpetas, demostrando con creces que se trata de la obra de alguien que no vivió para escribir sino que, a juzgar por sus libros póstumos, escribió para vivir.
Cuando Cabrera Infante murió, no pocos lectores se preguntaron si había quedado algo inédito en el silencio de sus armarios. Tres años después, Miriam Gómez y sus colaboradores comenzaron a entregar las respuestas: en 2008, apareció La ninfa inconstante, una novela donde el escritor “admite su exilio”, según palabras de su esposa. Cuando todo parecía consumado y los seguidores de su obra se preparaban para la edición de sus obras completas, vino la segunda bomba: la publicación, en 2010, de Cuerpos divinos, una crónica impecable sobre la isla prerrevolucionaria, con un tono que no se parece ni al de Tres tristes tigres ni al de La Habana para un infante difunto y que no obstante, una vez despojada de sus prendas, el lector sabrá reconocer en ella la traviesa silueta de Cabrera Infante.
Pero la sorpresa mayor apareció, sin campañas de expectativa, en las librerías españolas en noviembre de 2013. Un volumen de 396 páginas, publicado por Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores (quienes son los responsables de las ediciones de toda su obra posmórtem) y titulado Mapa dibujado por un espía. En la presentación del editor, Antoni Munné, se dan todas las pistas acerca de este tesoro inesperado. No será tarea de estas líneas repetir lo ya escrito. Lo que sí viene a cuento es recordar: 1) que este Mapa… terminó siendo, a no dudarlo, lo que Cabrera Infante llamaba, en su momento, Ítaca vuelta a visitar; 2) que se está al frente de un texto sin humor, sin juegos de palabras, seco, como el rostro del escritor en las fotografías; 3) que se trata de un libro autobiográfico, sobre los meses que pasó Cabrera “atrapado” en La Habana, antes de partir definitivamente para Europa en 1965, y 4) que, a pesar de ser un libro autobiográfico, todo está escrito en tercera persona, no en la primerísima ídem que era habitual en el autor.
En la primera visita que hiciera a Londres, en el invierno de 1990, el autor de estas líneas se propuso conocer a Cabrera Infante. Y lo logró, gracias a la hospitalidad desinteresada de Guillermo y Miriam (recuerda: una ventana protegida por una planta que parecía no dejar de crecer nunca; una biblioteca que la hija de la cónsul de Colombia en Londres llamaría “la casa libro”; un olor a cigarros y el puro humo envolviendo las palabras del autor deHoly Smoke…), en una tarde que se convertiría en la primera de una serie de muchas visitas a Gloucester Road para hablar de cine, de literatura, de política, de España, de Inglaterra y, cómo no, de La Habana difunta. A finales de los noventa, el autor de estas líneas (a quien llamaremos “él”, en homenaje a la tercera persona en la que se esconde el narrador de Mapa…) vivió en Londres durante un año, en el número 9 de Brechin Place, a cinco minutos a pie de la casa de los Cabrera. “Estás al lado de donde vivió la viuda de George Orwell”, le dijo Guillermo en alguna ocasión. “A veces iba a llevarle la correspondencia que le llegaba por equivocación a nuestra casa. Ella vivía en el 153 y nosotros en el 53. Un uno nos unía”.
El autor de Tres tristes tigres parecía un hombre muy serio y los inesperados silencios en los que se hundía siempre los llenaba, de manera oportuna, la elocuencia de Miriam Gómez. Cabrera se sentaba en su sillón de cuero negro, donde siempre daba las entrevistas cuando era filmado en su casa (si el lector no ha visto el documental Asaltar los cielossobre el asesino de Trotski, le recomiendo que salte y asalte el YouTube). En ese sillón se sienta ahora Miriam Gómez, quien no parece vivir sola. Está rodeada, tomada, poseída, por un pasado descomunal. Ella lo sabe. Han pasado los años. Muchos años que, sin embargo, no impiden regresar al principio.
Cuando el visitante toca, Miriam Gómez aparece en la puerta, con su sonrisa de ojillos rasgados. Se abrazan. Ella tiene un saco de lana beige (“habano”, se le dice en Colombia, para ayudar a las coincidencias), un pantalón negro que protegía sus largas piernas inmortalizadas en los libros de su marido, y unos zapatos deportivos que indican su permanente actividad, como si en cualquier momento fuese a salir corriendo. El apartamento es el mismo de veintitantos años atrás (una biblioteca de pared a pared; una escalera para poder alcanzar los libros de la parte superior; el televisor, un aparato a la orden del día, así como las montañas de películas en DVD, tan grandes como la vieja colección de copias en VHS...), solo que ahora es Miriam la que se sienta en el sillón de cuero negro y pareciera continuar con una conversación empezada tiempo atrás, a la que se le pone pausa y luego se recupera en el instante interrumpido.
Él piensa en Mapa dibujado por un espía y mira a su alrededor: al frente, unos armarios modernos, con puertas blancas. “Allí debieron estar los originales guardados, durante 45 años”, piensa, pero no pregunta nada todavía. Le confiesa a Miriam Gómez su entusiasmo por el libro: opina que no le parece un libro inacabado. “Al contrario”, le dice a Miriam, “me pareció contundente el tono de su narración, sin arabescos, sin juegos de palabras…”. Ella lo interrumpe: “No podía ser un libro con juegos de palabras. Ese libro es de una amargura tal, que no admitía sino la manera como está escrito”. Según aclara Antoni Munné, Mapa dibujado por un espía toma su nombre de una anécdota que le contó Alejo Carpentier a Cabrera, al mostrarle un mapa del siglo XVIII de La Habana, dibujado por un espía inglés. Con los años, ¿se había convertido gci en ese espía inglés?
“Miriam, en el libro se cuenta todo lo que sucedía con Guillermo en Cuba. Pero, ¿qué pasaba contigo, mientras tanto, en Bruselas? ¿Qué hiciste durante esos cinco meses en los que tu marido debió quedarse anclado en La Habana?”. Miriam lo mira con una sonrisa de tristeza: “En estos días me estaba acordando de Bélgica, porque en la televisión inglesa hicieron un programa donde le preguntaban a la gente qué estaba haciendo el día en que mataron a Kennedy. Y se me vino a la cabeza la casa de la delegación cubana, donde vivíamos todos. Esa noche, estábamos comiendo y viendo las noticias, cuando anunciaron que habían matado al presidente de los Estados Unidos. En ese momento, Aldama, que era un watusi enorme, comenzó a saltar como un loco y a gritar: ‘¡Lo logramos! ¡Lo logramos!’. Guillermo y yo nos retiramos a un parquecito que había detrás de la casa, para poder hablar tranquilos, y comentamos aterrados el asunto: si ya estaban empezando a matar presidentes de otros países, ni queríamos saber lo que seguía”.
El narrador recuerda el Mapa dibujado por un espía, cuyo prólogo empieza con una extensa semblanza del temible Aldama: “Ciertas criaturas parecen haber sido creadas por la Divina Providencia, por la Naturaleza o por el Azar con el solo propósito de encarnar una metáfora”, dice Cabrera en tercera persona. El lector piensa que le van a hablar de un héroe mitológico, pero pronto se dará cuenta de que está a punto de ingresar en el territorio de la epopeya, de la odisea personal del narrador, del viaje de Ulises a una Ítaca sin Penélope. “Mi trabajo en la Embajada –recuerda Miriam– consistía en descodificar los cables que siempre llegaban en clave. Había que hacer una operación simple, convertir los números en letras, y eso le causaba mucho asombro a Guillermo porque él era malísimo para las matemáticas. Mientras él estaba en Cuba, yo continuaba normalmente con mi trabajo, aunque en ese momento ya todos nos sentíamos observados”. El autor de estas líneas la interrumpe: “Hay un libro que se ha quedado sin escribir, Miriam”, le dice, muerto de la curiosidad. “El libro de los Cabrera Infante en Europa”. Pero ella parece no escucharlo. ¿Quieres un poco de sake?, pregunta, modesta, cambiando de tema.
Claro que el narrador quiere un poco de sake. Pero ya la historia había comenzado. Así que la dama continúa: “Pronto me di cuenta de que, desde Cuba, estaban dando la orden para que la señora de Cabrera Infante regresara inmediatamente a la isla. Yo nunca dije nada, por supuesto. Porque la sola idea de volver a La Habana me producía terror”. Ella quería reunirse con Cabrera, pero no en La Habana, ni por asomo. Ella sabía que él estaba atrapado en la isla y que el sitio de reunión debía ser cualquiera, menos el país de donde habían salido. “A través de mensajeros, Guillermo me mandaba a decir que no podía moverme de Europa. Así que me dediqué a esperar. Y a comer y a comer. Estaba tan nerviosa que lo único que hacía era comer. Subí tanto de peso, que luego me tocó hacer una dieta especial”. Así pasaron los meses, hasta que Miriam recibió un nuevo cable: “Voy para allá con las niñas”.
Miriam se quedó de piedra. Si no tenían dinero para vivir los dos, mucho menos tendrían para vivir los cuatro. “Guillermo era una persona muy poco práctica. Llegó a Bruselas vía Madrid. Y, en vez de dejar las maletas guardadas en España, se vino hasta Bélgica con las maletas y las dos niñas de su primer matrimonio. No pudimos sacar nada, porque el sobrepeso era impresionante y no teníamos ni para comer. Por otro lado, yo no podía decirle una palabra por teléfono sobre la traída de las niñas, porque, de repente, era parte del acuerdo al que había llegado. Guillermo salió gracias a sus viejos amigos comunistas, que intercedieron por él ante esa banda de psicópatas que estaba instalada en el poder. Sobre todo ese tal Barbarroja, que murió hace unos años”.
Según cuentan al final de la edición de Mapa..., donde ayudan al lector con una “Guía de nombres”, el tal Barbarroja era Manuel Piñeiro, uno de los fundadores del Movimiento 26 de julio, creador de los sistemas de seguridad del régimen y casado ¡con Marta Harnecker!, la autora de aquellos manuales marxistas que asfixiaron a la juventud en los años sesenta. Miriam tiene los peores recuerdos de Barbarroja, quien moriría en circunstancias confusas, entre las que no estuvo ausente la idea del suicidio. Y el narrador recuerda el artículo de Cabrera sobre la pulsión suicida de la sociedad cubana, e imagina que Barbarroja podría haber engrosado la lista de los que se noquearon con su propio puño. “Ese hombre mataba hasta con la mirada”, concluye Miriam.
Al entrar en territorios onomásticos, el visitante decide continuar preguntando por los personajes citados en el libro. ¿Sabía ella algo del dramaturgo Antón Arrufat, tantas veces citado en los libros y artículos de su marido? “Ay, el pobre Arrufat…”, evoca Miriam. “Guillermo lo entendía muy bien, porque sabía de la muerte trágica de sus padres y de todas las humillaciones que vivió en Cuba, donde no lo dejaron surgir para nada. Hace años, llamaron de Le Monde a preguntarle a Guillermo cuál era el autor cubano más destacado en la isla y él propuso a Arrufat, no porque fuera el mejor, sino para ayudarlo porque sabía de su situación dramática. Efectivamente, lo declararon el mejor escritor, gracias a la recomendación de Guillermo. Años después, vino Arrufat a Londres y pidió venir a visitarnos. De repente, durante la conversación dijo: ‘Menos mal que cuando Fidel supo que yo estaba castigado, ordenó que me sacaran y me pusieran en circulación. En ese momento, Le Monde me nombró el mejor escritor de Cuba’. ¿Te imaginas? Nadie sabe para quién trabaja”.
Miriam continúa nadando entre los documentos y los recuerdos. En la casa no cabe un papel más, un libro más, una película más. Ella salta de un tema a otro, porque se entusiasma con suma facilidad, cuando hay que hablar de los asuntos relacionados con los libros de su marido. Le comenta al visitante que ha tenido problemas con la traducción al inglés de La ninfa inconstante y le muestra fragmentos de los originales. Todos los sobres parecen muy organizados y al narrador le entran unas ganas inmensas de conocer el Mapa dibujado por un espía en su primerísima versión.
Ya no recuerda si fue ella la que se puso de pie y regresó con los papeles o si fue él quien se los pidió. El hecho es que ella desapareció por un momento y pronto regresó con dos sobres blancos. Del primero de ellos, sacó unas hojas amarillas por el tiempo, amarradas con una cabuya. Le entregó los originales sin ningún problema. Él los miró, como si le hubiesen entregado los Manuscritos del Mar Muerto. En las primeras páginas, los epígrafes no habían sido escritos a máquina (como las 314 restantes), sino que eran frases recortadas de algún libro o de alguna revista. Al interior, el texto sagrado y la palabra FIN indicando que se había llegado al point of no return. En el segundo sobre, había de todo. Fragmentos y fragmentos, señalados indistintamente como “Ítaca” o como “Mapa”, con caligrafías y tintas diversas. Al narrador le gusta que, en la nota inicial del libro, Toni Munné haya denominado al primer sobre como un urtext, al igual que el Ur-Hamletque alguna vez el narrador vio representar a los actores del Odin Teatret. Es decir, versiones iniciales de una obra que será elaborada con posterioridad.

Se acercaban las dos de la tarde. Londres parecía un poco menos gris y de vez en cuando el teléfono sonaba para interrumpir la charla: una vecina, un abogado, otra amiga lejana. Él le hacía gestos a Miriam, por si quería que se fuese, pero ella negaba con su dedo índice y colgaba sin demora. Y volvían al manuscrito: “Cuando Guillermo estaba vivo, mi labor consistía en cortarle lo que le sobraba. Su problema siempre era el mismo: le pedían un artículo de siete páginas y lo escribía de doce. Él era nocturno y yo soy diurna. A las seis ya tengo los ojos abiertos. Así que Guillermo me dejaba los textos y mi misión era bajarlos al límite que pedían los editores. El problema es que eso ahora ya no se puede. Los libros tienen que salir como los dejó. Aquí ya no puede haber límites”.
Miriam se pone de pie y va hasta el armario blanco de enfrente: “Mira. Aquí al fondo estaba el manuscrito. Guillermo me dijo que se lo guardara y me pidió que no lo fuese a leer. Y yo respeté su decisión. Además que me daba miedo, porque yo sospechaba que ahí había algo que me iba a doler mucho. Años después, Guillermo volvió a sacarlo y le puso el nuevo título. Cuando murió, mandé a pasar a un disco duro todo lo que había, menos este sobre. Hasta que tomamos la decisión con Toni: ese libro debía salir”.
No debió ser fácil. No solo por lo que Miriam ha repetido en muchas entrevistas con respecto a su falta de nostalgia de La Habana (“para Guillermo, Cuba se convirtió en una pesadilla con la que soñaba todas las noches”), sino porque en la última parte del libro se cuenta una historia de amor entre el narrador y una jovencita llamada Silvia Rodríguez (no, no era un juego de palabras con el nombre del triste cantautor), una historia de amor tan descarnada y sincera, que el narrador de estas líneas no evita la tentación de preguntarle a Miriam sobre su reacción ante la lectura. “¿Guillermo no te contó nada de esa historia?”, le dice, tratando de entrar en materia ardiente. “Me la contó por encimita”, dice la viuda. “Pero nunca con tantos detalles”, y sonríe nerviosa. “Muchos años después, Guillermo tenía casi la certeza de que esa niña era una agente que le habían puesto para seguirlo”.
Él no puede decir nada. No estuvo allí, solo conoce los datos del libro, y en el libro el narrador no opina: se limita a vivir, a esperar y a seguir cazando damas, como en La Habana para un infante difunto. Piensa en la imagen del infante mirando por la ventana de su apartamento habanero, observando a las vecinas de enfrente, y le dice a Miriam que esa imagen es similar a la de Memorias del subdesarrollo, la película del desaparecido Tomás Gutiérrez Alea. “No, no. Esa idea ya estaba en sus libros anteriores. Eso no viene de la película de Titón”, aclara Miriam. El visitante recuerda el capítulo de La Habana… titulado “La visión del mirón miope”, donde se anuncia con orgullo: “En esa atalaya amorosa por la noche descubrí el arte de mirar”. Y sí. Cabrera era un mirón, como el James Stewart de La ventana indiscreta, un cinéfilo inclemente, voyeur profesional.
A él le inquieta saber cómo vive ahora Miriam Gómez. Piensa en Anita y Carolita, las hijas de Cabrera. ¿Valdría la pena preguntarle por sus vidas, instaladas en Londres desde mediados de los años sesenta? Pero enseguida se da cuenta de que darle un tema a Miriam Gómez es jalar una cuerdita de la que se desprenden mil recuerdos simultáneos. Así que, cuando le pregunta por lo que está viendo ahora en cine, si vio Chico & Rita de Fernando Trueba, por ejemplo, ella se despacha: “No, no he podido verla. Trueba me la mandó, pero no he sido capaz de verla, porque no me gusta ver cosas sobre Cuba. El otro día vi una entrevista con Fidel Castro y me preguntaba: pero, ¿cómo no nos dimos cuenta a tiempo de que ese hombre estaba loco? ¡Si hasta mirada de loco tenía desde esa época! No, no me gusta ver cosas de Cuba. Con Guillermo decidimos que nuestra vida iba a ser una comedia loca y así lo asumimos. Vivimos en el mejor país del mundo, tenemos excelentes amigos, a veces nos han mortificado por nuestras ideas, pero hemos seguido adelante y no nos preocupamos por estar hablando de Cuba todo el tiempo. Los que insisten son los periodistas, que siempre quieren saber qué es lo que uno está pensando”.
Cuando el narrador de estas líneas estuvo por primera vez en esa casa, Cabrera acababa de terminar el guion de The Lost City para Andy García. Le pregunta entonces a Miriam, ahora que la película se terminó y tuvo una recepción modesta, qué opinaron sobre el resultado: “Yo no la vi. Guillermo vio una primera versión y pensó que, con el poco dinero que tenía para hacerla, había quedado bastante aceptable. Pero Andy cambió muchísimo el guion original. En las obras completas, vamos a publicar una versión novelada que dejó escrita Guillermo con el mismo título”.
Al narrador le hubiera encantado pedirle los originales y darles una ojeada, pero se contuvo. Y se contuvo porque Miriam se entusiasmó con las películas que había visto en 2013: está obsesionada con el cine oriental. El japonés, el filipino y, sobre todo, el coreano. Lo sabe todo. En especial, sobre el cine de Lee Chang-don, o el de su impulsor, Park Kwang-su, o sobre la célebre “trilogía de la venganza” de Park Chan-wook. “En este momento, es el mejor cine que se está haciendo en el mundo, ¿no te parece?”. Él le pregunta por Poesía, la película que ganó como mejor guion en Cannes en 2010, pero Miriam le confiesa que no ha querido verla todavía. “Procuro que no me invada la tristeza. Me gusta ser una persona optimista y a veces esas películas me producen un poco de miedo. En esta ciudad, cada vez que presiento la tristeza, me meto en un museo y al momento se me pasa. O busco ciertas películas. Este año ha sido maravilloso, porque descubrí esas cajas estupendas con todo Kurosawa y me las devoré. Después he seguido con todo Ozu, con todo Mizoguchi. Y ahora, Corea. Pido las películas a donde sea. Por fortuna, a Corea del Norte no hay que pedir nada. No es por la vejez que tengo los ojos rasgados”.
Ella le brinda otro sake. El narrador por fin entiende: El sabor del sake es un filme clásico de Ozu. De nuevo, el cine domina la tarde y el Mapa dibujado por un espía se queda encima de la mesa. Al narrador le gusta ver a Miriam Gómez tan entusiasta, tan llena de ganas de sorprenderse. Y si se trata de hablar de cine, no la para nadie: pasa de Hirokazu Koreeda a Takeshi Kitano, de Yoji Yamada a Ridley Scott, de Vanishing Point a Quentin Tarantino. Ella, entusiasmada en el sillón negro de su marido, parece continuar con la tradición: la tradición de una pasión por las letras, por la verdad, por la generosidad y por el cine. Ella, allí, en esa tarde de otoño londinense, parece indicar que el camino continúa y que la conversación puede seguir sin detenerse, porque hablar sobre cine y literatura seguirá siendo la mejor forma de recordar al inmenso Guillermo Cabrera Infante y de instalarse en su feliz Arcadia de todas las noches. 


Sandro Romero Rey
Cali, 1959

Trabaja como profesor en la Facultad de Artes de la Universidad Distrital. En 2010 publicó El miedo a la oscuridad.


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