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sábado, 26 de septiembre de 2015

Esteban Carlos Mejía / Pablo Montoya, un ejemplo a seguir

Pablo Montoya
Medellín, 2015
Fotografía de Triunfo Arciniegas

Esteban Carlos Mejía

Pablo Montoya, ejemplo a seguir

Esteban Carlos Mejía
LA FERIA DEL LIBRO DE BOGOTÁ ES un portento, a veces sin cabeza. La Fiesta del Libro en Medellín es desenfadada.


El Espectador
28 de agosto de 2015

Ulibro, la feria del libro de Bucaramanga, busca ser la menos provinciana de todas. En 2015 llegó a su decimotercera versión, siempe organizada por la Universidad Autónoma de Bucaramanga, UNAB.
¿Por qué digo que es la menos provinciana? Por su apertura mental y democrática. En los últimos años ha traído a tres Nobel (Rigoberta Menchú, Óscar Arias y J. M. Coetzee) y a un Nobel alternativo (Manfred Max-Neef). Y a Savater, Monsiváis, Bastenier, entre otros. Este año invitaron a Ángela Patricia Janiot, la exreina de belleza que prefirió volverse periodista y no muñequita de farándula, y a Miguel Litín, director de cine chileno, cuya mítica película El chacal de Nahueltoro, de 1969, aún estremece mis neuronas con la brutalidad de la historia, la transparencia del relato y la contundencia de las imágenes en blanco y negro, desabrochadas y antihollywoodescas.
En un conversatorio de Ulibro charlé con Pablo Montoya, Premio Rómulo Gallegos 2015 por su novela Tríptico de la infamia (Literatura Random House, Bogotá, 2014). Repito hoy lo que dije aquí en enero pasado: “Tríptico es una inmaculada polifonía sobre tres pintores europeos del siglo XVI, unidos por el horror ante la violencia, el latrocinio y la bestialidad humana. Tres vidas, tres visiones, tres poéticas. Le Moyne, cartógrafo y pintor de Diepa, que vino a América «para pintar y no para enturbiar sus días con la sangre de los otros» . Dubois, pintor de Amiens, «inobjetablemente oscuro», cuya tabla La matanza de San Bartolomé es testimonio del fanatismo religioso. Y De Bry, editor de Lieja, que grabó con impresionante crudeza el genocidio español de los pueblos indígenas de América”. También dije que me parecía (¡me parece!) una novela escrita con exquisitez, musicalidad y lirismo, equiparable, en su concisión, aBomarzo, el legendario y sin igual mosaico de Manuel Mujica Lainez sobre el duque Pier Francesco Orsini, “contrahecho, cínico e intrigante”. Agrego ahora que tiene una entrañable lucidez poética, capaz de conmover hasta al más insensible de los insensibles.
Hablamos largo y tendido sobre la concepción y artesanía del libro, el desamparo del escritor, las repercusiones del Rómulo en su quehacer creativo. “Tríptico de la infamia es una reinvención, no una transcripción de hechos históricos“, dijo en cierto momento. Sus personajes, basados en seres de carne y hueso, son venturosas criaturas literarias, a las que él les atribuyó episodios ajenos (a Le Moyne, por ejemplo, le traspasó aspectos de su infancia en Medellín) o los animó con ideas del siglo XXI, a pesar de su existencia real en el XVI. Un buen novelista no se detiene ante nada. Pablo nació en Barrancabermeja, lo criaron en Medellín, se estableció más de una década en París y ahora vive en Envigado, Antioquia, donde el filósofo Fernando González se carcajeaba de matronas, obispos, chafarotes y politicastros. “Pero le debo más a Pedro Gómez Valderrama que a Tomás Carrasquilla”, confesó, no sin socarronería. Le sobra razón: la región santandereana con su laicismo y su liberalismo radical puede ser más inspiradora que la mojigata, fenicia y envidiosa Antioquia. ¡Y Dios nos coja confesados!

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