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domingo, 26 de julio de 2015

Rubem Fonseca / Betsy



Rubem Fonseca

BETSY

Betsy esperó el regreso del hombre para morir.
Antes del viaje él había notado que Betsy mostraba un apetito fuera de lo común. Después surgieron otros síntomas, ingestión excesiva de agua, incontenencia urinaria. Hasta entonces, Betsy sólo había padecido de cataratas en uno de los ojos. No le gustaba salir, pero antes del viaje entró inesperadamente con él en el ascensor, y los dos pasearon por la acera de la playa, algo que nunca habían hecho.
El día en que el hombre llegó, Betsy sufrió el derrame y dejó de comer. Veinte días sin comer, acostada en el lecho con el hombre. Los especialistas dijeron que no había nada que pudiera hacerse. Betsy sólo se levantaba de la cama para tomar agua.
El hombre permaneció con Betsy en la cama durante toda su agonía, acariciando su cuerpo, palpando con tristeza la flacura de sus ancas. El último día, Betsy, muy quieta, los ojos azules abierto, miró al hombre con el mismo mirar de siempre, que confesaba la comodidad y el placer que su presencia y sus cariños le proporcionaban. Comenzó a temblar y él la abrazó con más fuerza. Sintiendo que sus miembros estaban fríos, el hombre trató de acomodarla mejor en el lecho. Ella entonces estiró el cuerpo, como si se desperezara, y écho la cabeza hacia atrás, en un gesto lleno de languidez. Después estiró aún más el cuerpo, y suspiró con fuerza. El hombre pensó que Betsy había muerto. Pero al cabo de algunos segundos ella lanzó otro suspiro. Horrorizándose de su meticulosa atención, el hombre contó, uno a uno, todos los suspiros de Betsy. En un breve intervalo ella exhaló nueve suspiros iguales, la lengua afuera, pendiendo a un lado de la boca. Luego empezó a golpear su vientre con los dos pies juntos, como hacía a veces, sólo que con mayor violencia. Después, se quedó inmóvil. El hombre pasó su mano levemente por el cuerpo de Betsy. Ella se desperezó y alargó los miembros por última vez. Estaba muerta. Ahora, el hombre sabía que estaba muerta.
La noche entera la pasó despierto a su lado, acariciándola suavemente, en silencio, sin saber qué decir. Habían vivido juntos dieciocho años.
Por la mañana, la dejó en el lecho y fue hasta la cocina y preparó un café puro. Fue a tomarlo en la sala. La casa nunca había estado tan vacía y tan triste.
Por fortuna, el hombre no había botado la caja de cartón de la licuadora. Regresó al cuarto. Cuidadosamente, puso el cuerpo de Betsy dentro de la caja. Con la caja debajo del brazo se dirigió a la puerta. Antes de abrirla y salir, se enjugó los ojos. No quería que lo vieran así.

Rubem Fonseca
"Histórias de amor"
Cia. das Letras - São Paulo, 1997.


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