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lunes, 16 de febrero de 2015

Triunfo Arciniegas / Las sombras de Grey


Triunfo Arciniegas
LAS SOMBRAS DE GREY

Estoy seguro de que la mayoría de los críticos que denigran a E.L. James no ha leído su polémica trilogía: se requiere, por lo menos, de diez días de dedicación. Y de ese tiempo no dispone cualquiera. Lo peor que puede hacer el lector es atender un juicio de salón: alguien oye en una reunión que tal libro es malo y lo repite como un loro sin tomarse la molestia de leer el libro. Se han visto casos en que ni los reseñadores de las revistas leen los libros: repiten solapas.
Leer lo que a uno se le da la gana es uno de los derechos del lector. Leí más de una vez “El Padrino”, de Mario Puzo, que se vendió y se sigue vendiendo como pan caliente, y que me parece una obra maestra de la literatura universal. Y he leído, no siempre con respeto pero sí con disfrute, muchísimos libros que los críticos no consideran serios. No cualquiera escribe un libro que fascina a millones de lectores y leer por absoluto regocijo también es un derecho del lector. E.L. James ha vendido cien millones de su trilogía. Cien millones, madre mía. Entre nosotros, un autor apenas vende mil o dos o tres mil ejemplares. De ahí en adelante, se consagra en el estrecho panorama de la literatura nacional y las revistas le dedican sus portadas. Facundo Cabral decía en sus conciertos: “Coma pasto, millones de vacas no pueden estar equivocadas”.
No confundo a E.L. James con Marguerite Yourcenar ni con Alice Munro, ante quienes me quito el sombrero y por quienes confieso eterna admiración, pero no siempre estoy para vuelos tan altos.
He devorado la hierba fácil de E.L. James y no me he sentido menos que nadie. Como tampoco me siento más que otros cuando leo a Proust o a Faulkner o al mismo Joyce. Dicen que E.L. James hace “porno para mamás”. ¿Qué demonios significa esto? ¿Qué una mamá es menos que otras mujeres? ¿Que una mamá sólo lee basura? ¿Que soy una mamá si leo a E.L. James? ¿Qué mi pobre entendimiento no da para más?
El fuego de la polémica se reavivó en estos días con el estreno de la película. Así como un niño ve en la pantalla a Superman y no se lanza a volar desde una azotea, tampoco los adultos deben confundir los planos y rasgarse las vestiduras por la versión cinematográfica de una novela. Se trata de una ficción, no de un documental. Nadie se vuelve sádico o masoquista por ver “Cincuenta sombras de Grey” ni nadie sale a matar gente después de ver “Caracortada” o “El Padrino”. Y ni la una es una celebración de determinadas prácticas sexuales ni las otras son la exaltación del crimen. El arte se rige por sus propias leyes. Y así como no se requiere matar a una anciana con un hacha para entender y seguir con interés “Crimen y castigo”, tampoco se requiere de prácticas sexuales previas para adentrarse en el mundo narrativo de E.L. James. En este acercamiento no expongo mi vida ni comprometo mis principios.  
Si bien el arte hace la vida más rica y compleja o, digamos, menos tediosa, no es imprescindible. Si bien el arte tiene la virtud de hechizarnos y de librarnos por momentos de nuestra propia fugacidad y nuestras limitaciones, podríamos sobrevivir sin ese lujo. La vida sería más dura y plana, por supuesto. Podríamos sobrevivir sin la pintura, sin el cine, sin los libros, y creo que hasta sobreviviríamos si fuésemos aún más brutos y salvajes. 
Pero en realidad no creo que sea posible sobrevivir sin fantasía, sin imaginación. La literatura, el cine, la plástica, y el arte, en general, son apenas expresión de esa necesidad del ser humano. Si no existiese el arte, algo parecido hubiera inventado el hombre para cubrir el vacío.
Por mi parte, ya no concibo la existencia sin la pintura de Balthus o las novelas de Raymond Chandler, sin la música de Pink Floyd o la contemplación de Scarlett Johansson. No me gusta la vida tal como es pero festejo y agradezco estas manifestaciones de la belleza, festejo y agradezco el deseo y la posibilidad de fundirme con otro ser humano, festejo y agradezco el humor, la conversación, los inventos que hacen los días más amables. 
Por otra parte, y volviendo al mundo de E.L. James, la concepción ideal del amor es muy diferente a la práctica del amor. En una relación amorosa nadie se guía por tratados ni se defiende con los grandes filósofos. Sin ropa, somos otros. La intimidad no se rige por las leyes de la vida pública. En el amor hay entrega y a menudo sometimiento, y a menudo entrega absoluta y sometimiento extremo. He visto a mis amigos, grandes personas y muy respetados en su profesión, dispuestos a todo por una mujer. Y he visto a bellas e inteligentes mujeres rendidas sin condiciones a hombres que casi nunca valen la pena. ¿De dónde viene entonces el desgarramiento de los tangos y las rancheras? De la vida misma. ¿De dónde esa pérdida y esa derrota que nos dejan los malos amores? Las relaciones amorosas suelen abarcar sombras, territorios inconfesados, historias que nos avergüenzan, aunque en un principio uno haya pretendido alcanzar la iluminación, el entendimiento e incluso la felicidad. Casi podría decirse que el amor es otra perversidad del ser humano.

15 de febrero de 2015



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