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sábado, 22 de febrero de 2014

Robert Redford / Cuando todo está perdido

Una supervivencia agotadora

Lo que no puedo evitar a la hora de presenciar su odisea es haber mirado varias veces el reloj y haber cambiado de postura en la butaca más de lo normal



Robert Redford en 'Cuando todo está perdido'.
No recuerdo si fue el propio Alfred Hitchcock o bien alguno de sus exégetas más apasionados el que afirmó algo tan audaz como que solo él podría rodar una película en el claustrofóbico espacio de un ascensor manteniendo enganchados de principio a fin a los espectadores. Por mi parte, no dudo de que aquel hombre gordo y genial hubiera salido victorioso en reto tan complicado. Casi todo el metraje de Náufragos se desarrollaba en una barca en medio del mar. Disponía de bastantes personajes en ella, incluido un artero nazi, y ocurrían las suficientes cosas para que no te desentendieras en ningún momento de su intriga.
Rodrigo Cortés se propuso algo aún más difícil en Buried, como era crear permanente intriga con un hombre encerrado en un ataúd y el resultado fue excelente. Pero confieso que de entrada estos arriesgados experimentos me provocan cierta pereza inicial, el temor a aburrirme viendo y escuchando a un solo personaje sin cambiar en ningún momento de escenario. Reconozco que esto me ocurre por ser un espectador demasiado convencional. También me siento muy mayor para andar descubriendo el sublime valor de aventuras tan extremas y solitarias.
En Cuando todo está perdido sé que únicamente voy a ser testigo de lo que le ocurre a una persona. Voy a estar durante 106 minutos en la exclusiva compañía de Robert Redford. Lo cual no me incita precisamente a dar saltos de alegría ante el espectáculo que me espera. Pero antes me han informado de que ha recibido múltiples nominaciones a premios y las criticas la han bendecido con infinitos adjetivos admirativos. O sea, que aparco momentáneamente mis prejuicios sobre un actor que fue grande durante mucho tiempo, pero al cual me cuesta esfuerzo mirar desde que se empeñó en que la cirugía facial (aplicada desastrosamente) le haría parecer eternamente joven, irresistible y hermoso.
En el arranque suena en off y convincentemente la voz de Redford contándonos que va a tirar la toalla ante su destrucción, que no va a luchar más por su supervivencia, que acepta la inminente llegada de la muerte. No vuelve a abrir su desesperada boca. Exagero. Una vez grita “joder”, en otra “Dios” y también hay un momento en el que suplica inútilmente ayuda a través de la radio de a bordo. El guionista y director no ha tenido la necesidad de estrujarse el cerebro inventándole monólogos. No sabemos nada de la existencia de este hombre acorralado ni al principio, ni en el medio, ni al final. Un cartelito, eso sí, nos informa de que su infortunio está sucediendo en el Océano Índico. Pues vale. ¿Y porqué no?
Y retornan a lo que ha sucedido en el angustioso pasado de este hombre desde hace nueve días. Un contenedor chocó con su velero y lo inundó de agua. Van a retratar sus métodos para sobrevivir esperando que llegue milagrosa ayuda. Y lamento mucho su desgracia. Y celebro su ingenio, su coraje y su instinto de supervivencia. Lo que no puedo evitar a la hora de presenciar su odisea es haber mirado varias veces el reloj y haber cambiado de postura en la butaca más de lo normal. ¿Me he explicado?


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