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jueves, 6 de febrero de 2014

Joana Bonet / Woody Allen en el infierno



Por Joana Bonet

woody-allen.jpg?w=282&h=351Siempre he sido bastante fan de Woody Allen, no tanto por su comicidad como por su melancólica dosis de existencialismo y por la transparencia epidérmica con la que hace pensar, sentir y actuar a sus personajes. También disfruté con Blue Jasmine, ese retrato tan bien perfilado de la ascensión y caída de un estilo de vida protagonizado por una elegante y atacada Cate Blanchett: la historia de la esposa de un millonario tan corrupto como infiel, que en un rapto de celos acaba delatándolo aun a riesgo de perderlo todo -incluso el amor de su hijo-, no está exenta de moraleja. De su anterior vida, sólo le queda un bolso de Hermès y una chaqueta de Chanel. Y una no puede dejar de preguntarse qué le quedará al gran Woody Allen después de la carta publicada por su hija Dylan Farrow en The New York Times. La revelación supone un baño de amargura, incluido ese minucioso, perverso y cinematográfico detalle del tren de juguete que la niña miraba mientras -confiesa ahora, a sus 28 años- el padre adoptivo la violaba. Y emerge en el ágora pública, con agigantadas negritas, el drama de los abusos sexuales en familia: un asunto nada marginal (ocho de cada diez, según las estadísticas) que nuestra sociedad aún no sabe cómo abordar.
Allen nunca ha oficiado de dogmático ni ejemplar. Casarse con la hija de su entonces compañera fue un bombazo mediático, aunque acabó consiguiendo que incluso el puritanismo más feroz lo ignorara. Tras el affaire con Soon Yi, 35 años menor que él, Mia Farrow tiró de la manta denunciando turbios abusos por parte de Allen a una de sus hijas. La justicia, aunque con ambigüedad, dio el caso por cerrado. Y la opinión pública esgrimió el argumento de una mujer despechada, histérica y obsesionada con adoptar niños.
Mucho se ha abundado en el asunto de la infamia y la genialidad. Del antisemitismo de Shakespeare o Quevedo al fascismo de Céline, pasando por las perversiones sexuales de Polanski y Kinski. Que fuera asesino o paidófilo no han impedido que las obras de Caravaggio sean exhibidas en las mejores pinacotecas.
Todo apunta a que Allen se ratifica en su versión de hace más de dos décadas: que su hija no sabía distinguir entre realidad y fantasía a causa de la influencia de la madre. Y cabe preguntarse por qué la presunta víctima habla ahora, en la antesala de los Oscar. Pero ¿variará nuestra percepción artística de ese personaje brillante y creativo, tan querido en España? ¿Se atreverá a disipar su oscuridad en forma de guión, crudo y amoral, despiadado hasta consigo mismo? ¿O egoístamente pensaremos que, de los mitos, mejor ignorar su vida privada?




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