Páginas

jueves, 3 de octubre de 2013

Antonio Muñoz Molina / Noches leyendo a James Salter

James Salter

Noches leyendo a James Salter


En pocas páginas, en una trama simple que se desliza hacia lo vergonzoso y lo atroz, el autor trata de frente la muerte, el deseo y la traición

ANTONIO MUÑOZ MOLINA 12 ABR 2013 - 23:16 CET


James Salter, en Barcelona en noviembre de 2007. / EDU BAYER
Hace dos semanas no había leído nada de James Salter ni recordaba siquiera haber oído o leído su nombre y hoy estoy intoxicado por su literatura. En el periódico he rastreado una entrevista con él que publicó hace años Jacinto Antón y críticas de sus libros y declaraciones de entusiasmo de José María Guelbenzu y de Marcos Ordóñez. He leído su entrevista en la Paris Review de los años noventa y he vuelto a buscarla y a leerla en Internet después de haber terminado una tras otra las dos primeras novelas de Salter que han caído en mis manos,Light Years y A Sport and a Pastime. En mitad de esas lecturas he ido a la librería de mi barrio a proveerme de otros libros suyos como quien almacena víveres. Compré un volumen de memorias, Burning the Days. Un amigo me escribió para recomendarme su libro de cuentos Last Night, y para alertarme sobre el último, el titulado así. Tiene unas pocas páginas y se lee en menos de diez minutos. Corta el aliento desde el principio y en la última página depara una descarga eléctrica. Terminé de leerlo y volví al principio, a las primeras líneas de transparencia engañosa. En esas pocas páginas, en una trama simple que se desliza hacia lo vergonzoso y lo atroz, Salter trata de frente la muerte, el deseo y la traición. Last Night es ese cuento que uno da a leer de inmediato a la persona querida, urgiéndole a dejar de lado cualquier otra tarea; el cuento que si uno lo lee estando a solas quiere leer por teléfono a alguien, o tiene la tentación de contar en voz alta, como contaba de niño en el patio de la escuela una película a la mañana siguiente de verla.

‘Last Night’ es ese cuento que uno da a leer de inmediato a la persona querida, urgiéndole
a dejar cualquier tarea
Alguien nos había recomendado el año pasado Light Years. Uno llega a veces por caminos raros a los libros. Debí de guardar la novela en la estantería y me olvidé tan por completo de ella que cuando di con ella un poco al azar hace menos de dos semanas no tenía la menor idea de cómo había llegado hasta allí, tan intruso el libro como el nombre del autor entre los libros familiares de la biblioteca. Quería leer algo y no sabía qué. Quería algo de un autor que no me fuera conocido y que no tuviera que ver con mis obligaciones de lectura. Por el aspecto exterior del libro y el resumen de la contraportada imaginé que iba a encontrar una historia entre de John Cheever y Richard Yates. La falta absoluta de información previa tiene sus ventajas. Demasiadas veces llega uno a los libros, como a las películas, sabiendo demasiado de antemano; sabiendo, sobre todo, en qué medida es conveniente que algo le guste o no, atravesando una confusión de ecos que no le dejan escuchar bien y con sus propios oídos, mirar y ver con sus propios ojos. El envoltorio de la promoción, las entrevistas con el autor, nuestros prejuicios a su favor o en su contra, interfieren en el encuentro con la obra. Rara vez vuelve a ser uno el lector adánico que descubrió un día, como si iluminara con una linterna el interior de la cámara sellada en la que reluce de pronto un tesoro inexplicable, Cien años de soledad o El astillero o Santuario, por citar tres de los libros que me sobresaltaron con la impresión de lo completamente nuevo, aquello que nada previo me había enseñado a esperar. Como escuchar por primera vez Abbey Road o A Night in Tunisia; como abrir por curiosidad en el instituto el manual de literatura de un curso por encima del mío y encontrar de golpe La aurora de Nueva York de Federico García Lorca.
A García Lorca lo cita Salter en su entrevista de la Paris Review. Se acuerda de dos adjetivos que están juntos en el Romance de la luna, “lúbrica y pura” —la luna que “enseña lúbrica y pura / sus pechos de duro estaño”—. Quería que fuera así la escritura de A Sport and A Pastime, una novela en la que, dice Salter, le era preciso describir “cosas que eran, en un cierto sentido, indecibles, y al mismo tiempo irresistibles”. El relato del erotismo en esa novela es tan poderoso que puede hacerle a uno no prestar la suficiente atención a su sutileza constructiva. El hilo principal tarda muchas páginas en revelarse. Salter no tiene miedo de ofrecer al lector una novela que durante los primeros capítulos no se sabe bien hacia dónde va, y en la que los protagonistas sólo muy lentamente empiezan a perfilarse entre una variedad confusa de personajes episódicos retratados siempre con una exacta concisión. Como en El Gran Gatsby, la historia la cuenta en primera persona alguien que está cerca de los hechos pero también, dolorosamente, fuera de ellos, una de esas personas apocadas y fantasiosas que sólo parecen vivir plenamente imaginando las vidas de otros, cumpliendo a través de ellos los deseos y las ensoñaciones que les están vedados. En A Sport And a Pastime Salter logra lo que parece imposible, y de hecho casi siempre lo es: la dulzura explícita del sexo limpia de grosería, la sugestión de lo secreto y lo sagrado que ocurre entre dos amantes en el interior de una habitación, lo que es indecible y también irresistible, la mutua entrega y la desvergüenza amparadas tras la veladura del pudor.

Quería algo de un autor que no me fuera conocido y que no tuviera que ver con mis obligaciones de lectura
A Sport and a Pastime transcurre en Francia, entre el principio de un otoño y el del verano siguiente, en una Francia en blanco y negro de hoteles y cafés en ciudades de provincias que le hace a uno acordarse, por su sentido del erotismo y la agudeza de la observación, de las películas coetáneas de Truffaut. Light Years sucede entre Nueva York y una casa de campo en el curso alto del Hudson. La perfección de esos días en los que parece que el tiempo se remansa, que casi llega a detenerse, como el mismo río Hudson cuando la marea está alta, el agua quieta como la de un lago, es el contrapunto del otro flujo invisible que no se detiene nunca, el que ni los ojos ni el cerebro humano están equipados para advertir en presente, la juventud que se está transformando a cada segundo en madurez, la sombra de una rama que se está moviendo como una aguja de reloj sobre la hierba en la inmovilidad del mediodía, la ilusión que se degrada en tedio, el amor que está empezando a ser minado por la indiferencia. La apariencia naturalista de los diálogos encubre una concisión afilada de poesía. Cada comparación, cada metáfora, iluminan la conciencia de los personajes y los pormenores del mundo visible con el chasquido exacto de un disparo fotográfico. El estilo deslumbra y sin embargo es sigiloso, como una lente poderosa y limpísima.
Qué importancia puede tener una literatura que no induzca al insomnio y no nos deje en un estado de vehemencia parecida a la fiebre. Estuve leyendo Light Years a lo largo de toda una noche y sólo cuando alcé los ojos tras la última página me di cuenta de que había empezado a amanecer.
Libros de James Salter editados en España. Años luz (El Aleph, 1999); Anochecer(El Aleph, 2002); Juego y distracción (El Aleph, 2002); Pilotos de caza (El Aleph, 2003); En solitario (El Aleph, 2005); La última noche (Salamandra, 2006); Quemar los días (Salamandra, 2010).
www.antoniomuñozmolina.es









Lea, además

FICCIONES

MESTER DE BREVERÍA

No hay comentarios:

Publicar un comentario