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sábado, 13 de julio de 2013

Paul Bowles / Yo no elegí vivir en Tánger

Paul Bowles
Paul Bowles

YO NO ELEGÍ VIVIR EN TÁNGER

Yo no elegí vivir en Tánger: fue una casualidad. Tenía la intención de que mi visita fuera breve; después me iría a otro sitio y seguiría de un lado a otro indefinidamente. Me hice perezoso y demoré la partida. Y luego, un día advertí extrañado que no solo había mucha más gente en el mundo que muy poco antes, sino que además los hoteles no eran tan buenos, ni los viajes tan cómodos, y que los lugares en general eran mucho menos bellos. A partir de entonces siempre que iba a algún otro sitio, deseaba inmediatamente volver a Tánger. Así que si ahora estoy aquí es solamente porque estaba aquí cuando comprendí hasta qué punto había empeorado el mundo y que ya no deseaba viajar. En defensa de esta ciudad, puedo decir que, hasta el momento, los aspectos negativos de la civilización contemporánea la han afectado menos que a la mayoría de las ciudades de su tamaño. Y más importante aún, saboreo la idea que por la noche, mientras duermo, la hechicería horada sus túneles invisibles en todas direcciones, desde miles de remitentes a miles de receptores desprevenidos. Se hacen conjuros, el veneno sigue su curso; las almas son despejadas de la pseudoconciencia parasitaria que acecha en los desprotegidos rincones de la mente.
           Casi todas las noches suenan los tambores. Nunca me despiertan; los oigo y los incorporo a mi sueño como las llamadas nocturnas de los muecines. Aun cuando en el sueño esté en Nueva York, el primer Allah akbar! borra el telón de fondo para trasladar lo que sea a África del Norte, y el sueño sigue.
        Ahora, desde que empecé este libro llevo meses seguidos en Tánger eligiendo, de entre el inmenso número de fragmentos de recuerdos desenterrados, los que pueden servir a mi propósito. Los utilizo para reconstruir pieza a pieza un esquema ordenado, procurando no forzar en él ninguna parte que no encaje. A mi modo de ver, esta precaución supone el esfuerzo de reservar el juicio y la resolución de destacar al mínimo las actitudes personales. Escribir una autobiografía es, en el mejor de los casos, una tarea ingrata. Es un tipo de periodismo en el cual el reportaje, en vez del informe del testigo presencial del suceso, es sólo la memoria de la ultima vez que se recordó. Borges ilustra tal situación explicando el intento de su padre de demostrarle la incertidumbre de la memoria; pone una moneda en la mesa y la llama imagen. Pone una segunda sobre la primera y la llama primer recuerdo de la imagen. La siguiente moneda es el recuerdo de aquel recuerdo, y así sucesivamente. Como esta situación es axiomática, se deduce que escribir una autobiografía no es el tipo de trabajo con que se supone que disfruta la mayoría de escritores. Y es evidente que contar lo que ocurrió no constituye forzosamente un buen relato. En mi relato, por ejemplo, no hay victorias espectaculares porque no hubo lucha. Yo aguanté y esperé. Creo que es lo que ha de hacerla mayoría de la gente; son realmente raras las ocasiones en las que existe la posibilidad de hacer más.
         Los marroquíes afirman que la plena participación en la vida exige la contemplación de la muerte. Estoy totalmente de acuerdo. Por desgracia, me es imposible concebir mi propia muerte sin situarla en la plena mise en scène más espantosa de la vejez. Me veo desdentado, no puedo moverme, dependo por completo de alguien a quien pago para que me cuide y que en cualquier momento puede salir de la habitación y no regresar nunca. Por supuesto, esto no es en absoluto lo que los marroquíes entienden por la contemplación de la muerte; considerarían mis fantasías una forma especialmente contemplativa de temor. La terapia de una cultura es el tormento de otra.
    "Adiós - le dice el moribundo al espejo que sostienen delante de él-. No volveremos a vernos". El epigrama de Valéry me parecía una fantasía profunda cuando lo cité en El cielo protector .Ahora que no me veo como espectador sino como protagonista, me parece repugnante. Para que su breve despedida fuera correcta, el moribundo tendría que añadir tres palabras. Y tales palabras son: "¡A Dios gracias!"
                                                                 
  Paul Bowles
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