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martes, 12 de enero de 2021

The Paris Review / Poética de la página en blanco



The Paris Review
Poética de la página en blanco
Por Daniel Domínguez

Pensé que lo había perdido y lo encontré cuando ya no lo buscaba. Cómo iba a buscarlo allí si allí no podía estar, pero allí estaba. Por qué. Ah, no se sabe. Me gusta leer entrevistas con escritores, directores, guionistas... Cuando era más joven las leía para aprender o para saber más o para comprender mejor; para asomarme en la cocina.

Ahora ya no estoy seguro de que las entrevistas sirvan para tales propósitos o esos propósitos son secundarios; depende también del entrevistador, claro; por desgracia, me paso la mayor parte de las veces soplándole al oído las preguntas que me gustaría hacerle al entrevistado, pero cada vez me hacen  menos caso los entrevistadores. Cuando leí, y releí, el libro-entrevista de Truffaut (que sí sabía qué preguntas hacer) con Hitchcok -quizá la entrevista con un cineasta más conocida y/o leída-, lo que emergía allí era el relato de un director de cine acerca de su oficio. Años después lo que empezaba a aflorar era un personaje, no ya un director de cine, sino un autor o, por decirlo en su denominación de origen, un auteur, una creación del propio Hitchcock con la complicidad de Truffaut, y viceversa. Me ocurre lo mismo cuando leo algunas de las selecciones de las entrevistas con escritores de la The Paris Review fundada en el verano de 1953 y publicadas bajo el rótulo de El arte de la ficción. Más allá de Simenon, Dinesen, Faulkner, Céline, Bellow, Cheever, Vonnegut, Rhys y demás, lo que asoma es un fantasma, la creación literaria de un personaje multiforme y poliédrico que llamamos el escritor. Ignacio Echevarría, el editor de la selección de entrevistas publicada por El Aleph en 2007, trae muy a cuento una cita del uruguayo Mario Levrero: "El escritor es un ser misterioso que vive en mí, y que no se superpone con mi yo, pero que tampoco le es completamente ajeno. Afinando un poco más la percepción, podría decir que el escritor se crea en el momento de escribir, por la confluencia del yo con otros estratos, núcleos o intereses del ser". En la medida en que las entrevistas fueron sometidas a revisión por los propios entrevistados, podemos entender que la máscara del escritor no se ha evaporado del texto y leemos esas palabras del escritor en el aquel de mostrarse, es decir, de ponerse en escena como escritor en una de las publicaciones que tiene como marca de fábrica esas entrevistas. (Sobra decir que en un mundo como el nuestro, colonizado por el imperio de los signos, que decía Barthes,  la tenaz ocultación y la terca clandestinidad de un J. D. Salinger, un Thomas Pynchon o un Cormac McCarthy, pueden verse, en resumidas cuentas, como la representación suprema del escritor, la más eficaz puesta en escena a través del silencio, que nos remite de forma hipnótica a la pureza de la página en blanco.)

Encontré bastantes párrafos subrayados en el libro pródigo, como les llama Andrés Trapiello a los libros que desaparecen y vuelven a nosotros cuando ya no los esperábamos, y eso que sólo había leído una tercera parte antes de perderlo.

Louis-Ferdinand Céline

Por ejemplo este fragmento de Céline, casi doloroso y tan elocuente a propósito de lo que representa (la maldición de) escribir, de pulir el cristal del estilo, el espejo de la emoción:

Savy, el biólogo, dijo algo apropiado: al principio había emoción, y el verbo no estaba allí en absoluto. Cuando tratas de tocar una ameba se retira, tiene emoción, no habla pero tiene emoción. Un bebé llora, un caballo galopa. Sólo nosotros hemos recibido el verbo. Es lo que hace que tengamos políticos, escritores, profetas. El verbo es horrible. No se puede oler. Pero llegar al punto en que se pueda traducir esta emoción es una dificultad que nadie se imagina... Es feo... Es sobrehumano... Es una proeza que puede llegar a matar a alguien.

Georges Simenon con Jeanne Moreau y Federico Fellini 
en el festival de cine de Cannes en 1960. 
Simenon presidió el jurado, 
la Moreau ganó el premio a la mejor actriz 
y Fellini la Palma de Oro por La dolce vita.

O éste de Simenon sobre la escritura como necesidad y aun como destino, que en un escritor tan pródigo -de fecundo, claro- e industrioso -con cientos de novelas y millones de lectores-, y al tiempo tan humilde, da que pensar:

Escribir se considera una profesión, y no creo que lo sea. Creo que cualquiera que nonecesite hacerse escritor, que crea que puede hacer otra cosa, debería hacer otra cosa. Escribir no es una profesión, sino una vocación de infelicidad. No creo que un artista pueda ser feliz jamás.

Kurt Vonnegut

Después de cosas así se agradece que Vonnegut le reste seriedad a la escritura y a la cocina de las tramas y les devuelva el sentido lúdico:

Si haces que la gente ría o llore a partir de pequeñas marcas negras en hojas de papel blanco, ¿qué es eso sino una broma? Los mejores argumentos son siempre bromas fantásticas que la gente se cree una y otra vez.

John Cheever

Desde luego una de las mejores -y me atrevería a decir que de las más sinceras- entrevistas es la de Cheever, realizada en 1976, la podéis leer aquí completa aunque en otra traducción. La encuentro muy subrayada, por ejemplo lo oscuro y frío que se sintió cuando terminó El nadador, como el mismo protagonista, hasta el punto de no poder escribir en mucho tiempo; o estos dos párrafos, hasta cuando se pone trascendente, Cheever nunca resulta solemne de tan verdadero como suena:

No trabajo con tramas. Trabajo con la intuición, la percepción, los sueños, los conceptos. Los personajes y los sucesos me llegan simultáneamente. La trama implica narrativa y un montón de mierda. Es un intento calculado de retener el interés del lector sacrificando las convicciones morales. Claro que uno no quiere ser aburrido... uno necesita un elemento de suspense. Pero una buena narrativa es una estructura rudimentaria, se parece bastante a un riñón.

La ficción es experimentación; cuando deja de ser eso, deja de ser ficción. Uno nunca escribe una frase sin sentir que nunca se ha escrito de esa manera, y que puede que incluso la sustancia de la frase no se haya sentido nunca. Cada frase es una innovación

Jean Rhys

Una escritora como Jean Rhys parece de otro mundo, tan frágil que pareciera en trance de desvanecerse, pero cómo no advertir el humor finísimo, como un sutil arabesco de un cigarrillo en una noche del trópico:

Las cosas que recuerdas no poseen forma. Cuando escribes sobre ellas, tienes que darle un comienzo, un desarrollo, y un fin. Lo que el escritor hace es dar forma a la vida. Eso es difícil.

Parece como si estuviera destinada a escribir... lo cual es horrible. Pero sólo puedo hacer una sola cosa. Soy bastante inútil, pero quizá no tan inútil como cree todo el mundo. Intenté hacerme actriz, corista, y todo el tema terminó cuando me dieron una frase para decir: "Vamos, Lottie, no seas epigramática". Cuando llegó mi turno, las palabras desaparecieron. Eso fue todo. Me interesaba la belleza, la cosmética, pero cuando intenté hacer una crema facial, estalló.

William Faulkner

Pero la gran entrevista del volumen es la de Faulkner -podéis leerla aquí casi completa, también en una traducción diferente-, es esa entrevista en la que, más allá de los datos municipales -que decía Monterroso- lo que se nos aparece es El Escritor, ése que cuando le preguntan qué les sugeriría a quienes dicen no entenderlo ni después de leerlo dos o tres veces, espeta sin inmutarse que lo leyeran cuatro veces. Debe tener razón Vonnegut: lo que nos falta es una masa de lectores fiables.   

Isak Dinesen, en el centro, con Marilyn Monroe 
y Carson McCullers

A modo de epílogo, os dejo el ídem de la entrevista con Isak Dinesen -En realidad tengo tres mil años y he cenado con Sócrates-, un pasaje de La página en blanco, uno de sus últimos cuentos. Habla una mujer mayor que gana la vida contando historias:

"Tuve un aprendizaje muy duro con mi abuela", dijo. "Sé fiel a la historia", me decía la vieja arpía, "sé eterna y totalmente fiel a la historia". "¿Y por qué debo serlo, abuela?", le preguntaba. "¿Tengo que darte razones, insensata?", gritaba. "¡Y tú quieres contar cuentos! ¡Vaya, tú eres la que quieres contar cuentos, y soy yo la que tengo que darte los motivos! Escucha, pues: cuando el narrador es fiel, eterna y totalmente fiel a la historia, al final, el silencio habla. Cuando se traiciona la historia, el silencio sólo es vacío. Pero, nosotros, los fieles, cuando hayamos dicho nuestra última palabra, oiremos la voz del silencio. Tanto si una pequeña mocosa lo entiende como si no".

"¿Quién cuenta entonces", continúa la mujer, "un cuento mejor que cualquiera de nosotros? El silencio. ¿Y dónde se puede leer un cuento más profundo que en la página mejor impresa del libro más valioso que existe? En la página en blanco. Cuando una pluma espléndida y noble, en el momento de máxima inspiración, haya escrito su cuento con la tinta más rara de todas, ¿dónde puede uno entonces leer un relato todavía más profundo, dulce, alegre y cruel que ése? En la página en blanco".







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