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lunes, 27 de agosto de 2012

Ingrid Betancourt / Dios para después de un secuestro


Dios para después de un secuestro

La exsenadora colombiana estudia teología y griego en Oxford, cuatro años después de su secuestro por las FARC. Su desplome político y aislamiento personal se fraguaron hace cuatro años, cuando reclamó al Estado más de cinco millones de euros por las supuestas responsabilidades oficiales en su secuestro por la guerrila de Colombia




Ingrid Betancourt en un festival de escritores en Sidney, en mayo de 2011 / JOHN DONEGAN (GETTY IMAGES)
El desplome político y el aislamiento personal de la exsenadora franco-colombiana Ingrid Betancourt se fraguaron hace cuatro años, cuando cometió la torpeza de reclamar al Estado colombiano más de cinco millones de euros por las supuestas responsabilidades oficiales en su secuestro por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). La querellante, que estudia teología y griego antiguo en Oxford y reflexiona sobre la condición humana, recobró la libertad, vendió millones de libros y productores de campanillas quieren una película, pero Betancourt perdió el cariño de la mayoría de sus compatriotas, incapaces de entender su sablazo al Estado. Se desdijo —“era una cantidad simbólica”—, pero el aborrecimiento había cobrado vida propia.
Liberada en julio de 2008 tras seis años de cautividad, esta mujer resolutiva y valiente transitó en cuestión de días del cielo al infierno: de la apoteosis de París, Nueva York, Madrid y Roma al olvido y la malquerencia en Colombia. Glorificada con la Legión de Honor ebn Francia y el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia en España, fue uncida con los óleos de la santidad en una audiencia privada del papa Benedicto XVI, y nada parecía interponerse en su previsible carrera hacia la presidencia de Colombia. Los monaguillos de la excarcelada levitaban de emoción imaginándose en palacio. Pero los errores de cálculo, la propensión a la altivez y los claroscuros de la ordalía demolieron su popularidad. Necesitó de ayuda para reconstruirse emocionalmente.
El secuestro más mediático de la historia hirió de muerte su matrimonio. Lejos de abrazar a su marido con la pasión supuestamente acumulada durante seis años de ausencia, el día del reencuentro le saludó glacialmente, como si se hubieran despedido un día antes. Apenas esbozó una sonrisa cuando Juan Carlos Lecompte, perplejo, se atrevió a darle un beso en la mejilla, que ella no devolvió. Siempre abrazada a su madre, soltó un brazo para acariciar superficialmente el mentón de su esposo y decirle sin alegría ni emoción: “¿Qué hay de nuevo, Juaqui?”. Después le palmeó la mejilla con flojera y no hubo más. Aquella noche fue de separación de almas y cuerpos. Dos años después se divorciaron.

Su imagen se deterioró cuando reclamó cinco millones de euros de indemnización por los seis años de cautividad
Los fastos de la liberación entraron en sordina tras el aldabonazo de la demanda contra el Estado. Ingrid se vino abajo. Ahora se siente espiritualmente cambiada, inmersa en una transformación de valores, pero mortificada todavía por las secuelas del martirio. Volcada en la introspección, reforzada su devoción a la Biblia y los salmos, conserva los buenos amigos del patriciado. Puede escribir en el aislamiento de una casa alpina si le apetece, viaja a París y Nueva York, y ahora reside en la ciudad británica de Oxford para abismarse en el estudio de la divinidad y el griego del siglo IV antes de Cristo. Su actual itinerario, lejos de Bogotá, sintoniza con el perfil de una persona habituada al desconchado de langostinos con herramienta de plata y proclive a la sofisticación de la Quinta Avenida neoyorquina.
"La gente de Colombia tiene el corazón muy duro", se quejó. Millones de colombianos lo endurecieron al conocer que la mujer nacida entre algodones y fragancias, la hija de un embajador ante la Unesco y una reina de belleza, la adolescente educada junto a la torre Eiffel y la British School, la activista llena de irreverencia y frescura que repartía condones contra la indecencia parlamentaria, había pedido una reparación multimillonaria a la Hacienda pública, a cargo del contribuyente. Fue crucificada sin piedad en encuestas y foros.

Es dulce y serena, tiene las heridas curadas, pero cicatrices aún frescas, comentó el escritor Faciolince
De poco le sirvió la creación de una fundación sobre derechos humanos, y conmovió lo justo el testimonio de su calvario, recogido en el libro No hay silencio que no termine. No impresionó en su país tanto como en Europa o Estados Unidos, porque cientos de compatriotas secuestrados habían divulgado antes sus propias torturas y porque el horror se turnó con el espanto en la Colombia de los últimos cuatro decenios. No hubo forma de levantar la imagen de una mujer que convalece de una enfermedad incurable: el rencor nacional.
El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince quiso conocerla, descubrir si era la bruja que decían o el ser humano profundo que adivinó leyendo su libro, redactado en un refugio de montaña, solo visitada por el llanto y las evocaciones angustiosas. “Es la segunda persona: dulce y serena, inteligente y adolorida, con las heridas curadas, pero con cicatrices todavía frescas”, concluyó. Intelectualmente ágil y seductora, Ingrid Betancourt abrazó un discurso purificador, humilde, una hoja de ruta contraria a los años de la jactancia. La suspicacia duda de su catarsis: “Ella es como es. Lo que ocurre es que sigue en horas bajas”. Impelida por el atolondramiento y la ambición, la excandidata presidencial del partido Oxígeno Verde en las elecciones de 2002 se adentró en territorio de las FARC, y aquello fue como robar a un borracho: ella y su directora de campaña, Clara Rojas, fueron secuestradas.
“¿Por qué no me paró el Ejército si era tan peligroso?”, se preguntó en una entrevista con la revista Bocas. Probablemente no hubieran podido porque siempre fue tozuda y necesitaba del atajo mediático. La temeridad le costó cara, pero pocos podrán negarle coraje en la denuncia de la corrupción y cobardía entre los políticos colombianos. Ingrid aún se duele del castigo, le cuesta sobrellevar las distorsiones o mentiras sobre su secuestro, la bilis vertida en Colombia cuando pidió los cinco millones, y la inquina de quienes redujeron su trayectoria política al capricho de una niñata afrancesada y consentida. “Otros secuestrados por las FARC también pidieron la indemnización”, dijo.
Pero ninguno de ellos tenía las connotaciones de Betancourt, ni sus historias fueron superventas, ni captaron la atención de las productoras de Steven Spielberg y Clint Eastwood. El dinero y el negocio son ingredientes importantes en este vía crucis de sufrimiento, mezquindad y egoísmo. A caballo del tirón de la protagonista se prepararon libros, películas y cuentas bancarias. Escribieron el suyo Betancourt, Rojas y los tres estadounidenses que las acompañaron durante el cautiverio. El doliente exmarido, un águila, fue al copo: dos libros y una película.



Colombia clama indignada contra Ingrid Betancourt

La ex rehén pide al Estado seis millones de euros por su secuestro

 Bogotá 12 JUL 2010
Ingrid Betancourt, liberada
2 de julio de 2008


Profunda rabia e indignación. Esto es lo que ha generado en Colombia la petición hecha por Ingrid Betancourt -de nacionalidad franco-colombiana- al Estado colombiano de una millonaria compensación por los daños que le causaron a ella y su familia los seis años largos (2002-2008) que pasó secuestrada en manos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

La ex candidata presidencial exige unos 15.000 millones de pesos -equivalente a unos 6,3 millones de euros- en un país en el que la tercera parte de los que tienen trabajo ganan menos de 200 euros al mes. Betancourt intenta conseguir una conciliación con el Ministerio de Defensa y el de Justicia e Interior, que es el requisito previo a una demanda formal. Alega que no contó con suficiente protección, ni suficiente esfuerzo para lograr su liberación.



"La capturaron las FARC, no el Estado", dice el líder de la izquierda

"Es un acto de codicia, ingratitud y oportunismo que merece el rechazo de los colombianos y de la opinión mundial", señaló el pasado viernes, al conocerse la noticia, el vicepresidente Francisco Santos. "Es un premio mundial a la ingratitud y a la desfachatez", agregó luego tal vez refiriéndose a los muchos y jugosos premios que ha recibido Ingrid después de su liberación. Santos resumió, con sus frases, la indignación nacional.

El líder opositor del izquierdista Polo Democrático, Gustavo Petro, manifestó también su rechazo: "Las FARC la secuestraron, no el Estado. Y está libre gracias a una operación militar exitosa". La prestigiosa revista Semana califica el hecho de vergonzoso.

Betancourt fue secuestrada el 23 de febrero de 2002, tres días después de que se rompieran los diálogos de paz que mantenía el Gobierno de Andrés Pastrana con las FARC. El epicentro de este fallido intento de paz fue San Vicente del Caguán, al sur del país. Y fue allí, en los límites de la zona controlada durante tres años por esta guerrilla, donde Ingrid cayó en un retén insurgente, junto a Clara Rojas, su mano derecha en ese momento.

Siempre supieron los periodistas -aunque durante el cautiverio se minimizó el dato, por respeto- que Betancourt, entonces candidata presidencial, pecó de un exceso de imprudencia. Ignoró, una y otra vez, las advertencias de las autoridades sobre el riesgo que corría si insistía en ir a San Vicente. Lo reconoció ella misma el día de su liberación cuando no encontraba suficientes palabras de agradecimiento hacia el Estado colombiano por la exitosa Operación Jaque en la que ella, tres contratistas norteamericanos, y 11 miembros de la fuerza pública que compartieron la pesadilla del cautiverio, volvieron a la vida.

"Me sentía muy culpable de haber tomado una decisión que llevó tanto sufrimiento a mi familia (...) Me había apresurado, había sido terca de pronto", declaró en esos emotivos momentos. El Estado cree tener en sus manos las cartas para desmoronar ante los tribunales sus pretensiones. Existen documentos firmados por ella en las que asumió los riesgos de viajar por carretera desde Florencia -capital de Caquetá- a San Vicente del Caguán.
Betancourt salió de Colombia al día siguiente de su liberación. Y desde entonces, hasta la semana pasada, no volvió. Hace una semana estuvo en Colombia invitada a la conmemoración de los dos años de la Operación Jaque. Fue la estrella; no dijo nada sobre su pretensión económica.
Vive en París, donde cuenta con un costoso sistema de seguridad pagado por el Gobierno francés. En el país galo Ingrid se volvió una figura tras la publicación de su libro La rabia en el corazón (2001) en el que ella misma se muestra como una abandera solitaria en la lucha contra la corrupción y el narcotráfico en este país.
En Francia le apodaron la Juana de Arco Colombiana. Hoy en Colombia hay quienes empiezan a llamarla Juana de Arcas




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