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miércoles, 11 de enero de 2012

James Salter / El tercer hombre

El tercer hombre

RODRIGO FRESAN 27 ABR 2002

Dos libros de James Salter confirman por qué tiene la categoría de clásico estadounidense. En Anochecer y Juego y distracción aborda con elegancia la diferencia entre el amor y el deseo.



Hay una comprensible y, por tanto, perdonable tentación de relacionar automáticamente la escritura de James Salter con la de Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald. Ahí están la prosa medida, los diálogos exactos, la guerra y el extranjero como hábitat, la muerte del amor y esa estoica melancolía de sus héroes. Pero es un reflejo impreciso. Mientras que Hemingway es un artista de 'lo macho' y Fitzgerald de 'lo masculino', Salter, en cambio, es un artista de 'la hombría'. Lo mismo pero diferente y -digámoslo rápido y en voz baja- tal vez mejor escrito.

Hay una integridad de discípulo fiel pero aventajado en Salter que, sin caer en la bravuconada hemingwayana o en el crack-up fitzgeraldiano (nada cuesta imaginar a Salter fumando y escribiendo tranquilo en una mesa mientras contempla cómo Hemingway se agarra a golpes con el barman y Fitzgerald cae borracho al suelo), lo convierte en un narrador mucho más sabio y preciso a la hora de establecer las justas coordenadas de las acciones y reacciones de sus personajes. En este sentido, James Salter es una auténtica curiosidad: una mutación para mejor, al tiempo que un virtual eslabón perdido entre la Generación Perdida y el Realismo Sucio. Quizá por eso, al leer a Salter, se experimente la curiosa sensación de estar paladeando a un clásico atemporal difícil de ser situado en un sitio preciso del mapa y del almanaque. La literatura de Salter es, al mismo tiempo, familiar en sus temas pero siempre novedosa en su maestría. Su prosa de mot juste es en apariencia de una soberana placidez para descubrirnos, enseguida, que ese lago en perfecta calma es en realidad mucho más profundo de lo que en principio pensábamos.

Juego y distracción, publicada sin pena ni gloria en 1967 (la editorial la lanzó en su momento con una pegatina en la portada donde se advertía: 'Atención, lectores, no es un libro sobre baseball'), ha ido adquiriendo, sin prisa ni pausa, la categoría de clásico norteamericano más o menos secreto o 'de culto'. Un privilegio y condena que su inclusión en 1995 en la prestigiosa Modern Library así como su creciente número de admiradores ha cambiado por la de clásico norteamericano a secas. Aquí, Salter aparentemente abarca muy poco -el romance caliente entre un turista norteamericano y una joven francesa; Juego y distracción es una de las cumbres y un tour de force del erotismo elegante y no por eso menos explícito- para acabar apretándolo todo con una maestría que no hace más que confirmar el logro de lo que el autor, humilde, se había propuesto en un principio: 'Escribir un libro que fuera seductor en todas y cada una de sus páginas y que contrastara lo ordinario con -aunque suene ilícito- lo divino'. James Salter lo consiguió de sobra plantando una trama simple a la que rarifica -o vuelve técnicamente admirable- a partir de un narrador en primera persona que se define como 'agent provocateur o doble agente' y 'persigue' desde fuera la historia de un hombre y una mujer a través de lo que ve, pero, también, de lo que intuye o, quién sabe, de lo que se inventa porque entiende a sus sueños como 'el esqueleto de la realidad'. La maniobra es brillante y, de este modo, el lector de la novela lee a su vez a ese otro 'lector' que es quien se la cuenta. No falta ni sobra una palabra en esta novela cuyo único defecto -el único que se suele señalar a las auténticas e inequívocas obras maestras- es el de tener un final, el de terminar.

Anochecer -fue publicado en 1988-puede leerse casi como un apéndice a Juego y distracción en cuanto a que aquí se recuperan la mirada impresionista de Salter, el modo en que hace parecer extremadamente fácil de conseguir lo más difícil de lograr, y esa pasmosa elegancia para mover a sus personajes, que pueden ser tan diferentes como una mujer divorciada, los miembros de un equipo de filmación, dos amigos de viaje por Europa o una joven que sufre un accidente de equitación, pero que comparten una misma percepción del mundo. Uno de esos contados volúmenes de relatos norteamericanos que -como Nueve cuentos, de Salinger, o Adiós, Columbus, de Philip Roth, o Hijo de Jesús, de Denis Johnson, o Pájaros de América, de Lorrie Moore- acaba siendo mucho más que sus partes configurando un todo perfecto e indivisible. En este sentido, Anocher es un libro de cuentos y no un simple y común libro con cuentos. Y su virtud extra -más allá de todas sus muchas virtudes- es la de que su publicación en España a deux con Juego y distracción ofrece, de inmediato, más Salter. O tal vez haya que leer primero los cuentos y luego la novela. No importa. Da igual. Lo que no puede demorarse más es el placer de entrar a ese bar y -mientras Hemingway grita que él es el más grande y Fitzgerald que él es el más sufrido- sentarse a esa mesa donde un hombre mira y fuma y escribe en uno de esos silencios que dicen más que mil palabras.

JUEGO Y DISTRACCIÓN

James Salter Traducción de Jaime Zulaika Muchnik. Barcelona, 2002 90 páginas. 15 euros


ANOCHECER

James Salter Traducción de Antoni Puigrós Muchnik. Barcelona, 2002 167 páginas. 15 euros

El arte de juntar palabras

SUSAN SONTAG, John Irving (quien no deja de invocarlo en boca de uno de los protagonistas de su Un hijo del circo), Peter Matthiesen, Michael Herr, Frank Conroy y Richard Ford son algunos de los muchos escritores que juran por James Salter como si se tratara de Dios. Salter (Nueva York, 1925) fue piloto de combate y sobre esa experiencia escribió sus dos primeras novelas. The Hunters (1956) y The Arm of Flesh (1961) -respectivamente revisadas y reescritas, la segunda con el nuevo título de Cassada, en 1997 y 2000- lo animaron a 'dedicarse a juntar palabras'. Juego y distracción le descubrió su Tema: la diferencia entre el amor y el deseo contada con las letras justas. 'Yo soy una de esas personas a las que le gusta frotar entre ellas a las palabras, como si las tuviera en su mano cerrada. Sentirlas dar vuelta, chocar, y después elegir nada más que a las mejores', dijo alguna vez. Esta intención -mientras escribía para el cine- siguió siendo manifiesta en sus siguientes libros. Años luz (de 1975, y también editada por Muchnik en 1999) es la tan dulce como cruel crónica del fin de un matrimonio. Solo Faces -de 1979 y originalmente pensada como un guión para Robert Redford que nunca se filmó- se ocupó del duelo de dos hombres empeñados en escalar una montaña invencible. 1997 fue el año de Burning the Days, autobiografía que -cabía esperarlo, nada es casual- se lee y se disfruta como una gran novela. 'No hay hombre que -si es honesto consigo mismo- pueda evitar el sentir envidia ante la vida de Salter', dijo John Irving, quien, hasta entonces, como cualquiera, sólo le envidiaba sus ficciones.



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