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jueves, 27 de agosto de 2009

Tánger y Paul Bowles

Llegada al puerto de Tánger
TÁNGER Y PAUL BOWLES

"Mientras el turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra. [...] otra importante diferencia entre el turista y el viajero es que el primero acepta su propia civilización sin cuestionarla; no así el viajero, que la compara con las otras y rechaza los aspectos que no le gustan." Paul Bowles, El cielo protector.

La pareja Bowles
Los Bowles en el cine, de la mano de Bertolucci
Extraigo de Memorias de un nómada alguno de los aspectos de la vida del escritor Paul Bowles, del que quizás la película de Bertolucci "El cielo protector" (1991) ha hecho aún más famoso si cabe y ha relanzado su imágen de viajero y de prototipo de lo que sería el cambio de costumbres del siglo XX en las sociedades anglosajonas. Aunque norteamericano, tenía descendencia alemana por parte paterna. Bowles nunca se llevó bien con su padre y ello le llevó dejar su vida ordenada, superordenada más bien, por un transcurrir primero por Europa y finalmente en Marruecos, especialmente en la ciudad de Tánger. En París conoce la generación de escritores de la época y le hace guiños a la poesía surrealista. Luego el joven Bowles, bohemio empedernido, se dedica a investigar en la música. De hecho fue compositor para el cine. En esta época vive entre Nueva York, Berlín, México, Guatemala, Costa Rica o Colombia, aquí en este país conocería a Jane Auer, con la que en 1938 se casó, por lo cual desde entonces fue conocida como Jane Bowles, autora de teatro y novelista bisexual autora de la obra "Dos damas muy serias". Poca gente conoce una ópera escrita por él dedicada a García Lorca. Pero fue en 1947 cuando el matrimonio se instaló definitivamente en Tánger, y aquí se desarrolla su mundo novelístico, el de su primera novela, "El cielo protector" (1949), con un componente bastante autobiográfico. En la ciudad de Tánger, el matrimonio tiene una vida algo diferente a lo que marcaba la época: Jane empezó una larga relación lésbica con una sirviente doméstica marroquí, a su vez Bowles se relacionó con la Gay Society de los cincuenta, como Luchino Visconti, Tennessee Williams, Truman Capote (ver foto abajo) y con la Generación beat, como William Burroughs o Allen Ginsberg.


Los Bowles a la derecha, al centro un joven Truman Capote

El paisaje literario y de vida de Paul Bowles fue sin duda Tánger. Bowles amaba Tánger y era un verdadero cicerone de la intelectualidad que llegaba a la ciudad, además de introducirlos en algunas drogas marroquíes como el majoun, o el consumo habitual de hashish, según han contado en sus respectivas memorias. Bowles era y es, de hecho, un icono para la promoción del turismo en Tánger y en Marruecos, quizás poco aprovechado, quizás.
Cabo Espartel

¿Qué ver en Tánger? Bueno, sin llegar a la profundidad del viajero Bowles, para un turista accidental o limitado como nosotros, Tánger tiene cosas que ver y que sentir. Para empezar es barato ir, especialmente desde Andalucía. Hoy día hay que cuidarse en coger un ferry que te lleve a Tánger y no al moderno y lejano Tánger-Med. En Tánger hay buenos hoteles (tampoco para tirar cohetes) y nunca vayas a una pensión o algo parecido porque el nivel baja entonces mucho mucho. Otra cosa es pegarte el lujo de ir al Hotel El Minzah, recomendable si te rascas el bolsillo, claro. Dicho esto, saco de la página de Turismo de Tánger algunas descripciones de los lugares indispensables en la ciudad de Paul Bowles: La Medina de Tánger es una de las medinas más grandes de Marruecos, con sus típicas calles estrechas, casas típicas y tradicionales, preciosos patios, jardines, un mirador con bonitas vistas al mar… y muchos lugares de interés como por ejemplo: el Zoco Grande, la Mezquita de Sidi Bu Abid, la Mendubia, la Gran Mezquita de Tanger, el Borj el Marsa, el pintoresco y pionero Consulado de los Estados Unidos, el primero que se construyó por los norteamericanos en el extranjero, y por supuesto la Kasbah, ah, también interesante el Barrio de Marshan.

El Tánger literario no queda solo en el monopolio de Bowles y su mundo. Otros escritores norteamericanos han escrito de y sobre ella, como William Burroughs. También Tánger es escenario de "La vida perra" de Juanita Narboni, de Ángel Vázquez. "El año que viene en Tánger, novela de Ramón Buenaventura. La reciente "El Tiempo Entre Costuras" de María Dueñas. O best seller como "El Alquimista" de Paulo Coelho.  En Wikipedia hay una relación completa de novelas en Tánger. 

Los mercados de Tánger es donde se respira la verdadera ciudad norteña de Marruecos: sus colores y olores



http://piniella2.blogspot.com/2011/01/paisajes-literarios-7-tanger-y-paul.html




miércoles, 26 de agosto de 2009

Paul Bowles / El fraile de Tánger



El fraile de Tánger


DIEGO A. MANRIQUE 
14 MAY 2012 - 00:29 CET

A mediados de los noventa, tuve la fortuna de conocer a Paul Bowles. Una productora de televisión concibió un programa de viajes y cultura; el piloto se rodó en Tánger y me correspondió entrevistar a Bowles. El autor de El cielo protector aguantó una hora bajo los focos, sentado en un sillón incómodo, respondiendo en castellano a preguntas tópicas sobre Tánger y los beats, la colonia bohemia, las visitas de los Rolling Stones y demás obviedades.
Se me quedaron grabados dos comentarios fuera de cámara. El primero, un aviso sobre el mayún, “fue lo que acabó con mi mujer”. Estaba en lo cierto: ese dulce de hachís es “una bomba atómica para los sentidos”. Lo segundo parecía una broma: “Lo que sé sobre la música marroquí lo aprendí con el libro de un cura español”. Hasta que leí Historia de Tánger (Almuzara, 2009). El cronista, Leopoldo Ceballos, conecta a Bowles con el padre Patrocinio García Barriuso: “Resulta curioso constatar que dos hombres tan distintos —uno representaba al Tánger más liberal y promiscuo, mientras otro pertenecía al sector más conservador de la ciudad— coincidieran en su interés por la música del país y desarrollaran estudios de gran relevancia sobre el tema”.
García Barriuso (1909-1997) investigó en el Protectorado, con libros y abundantes artículos en la revista de los franciscanos, Mauritania. Le interesaba el derecho matrimonial, la libertad de cultos y, como obsesión personal, la música marroquí, desde la refinada a la popular. Lo que le sitúa en la cadena de circunstancias que provocaron la visita de Brian Jones a Joujouka. O Yahyuca, como prefiere transcribirlo García Barriuso.
El viaje de Brian forma parte del folclor de la contracultura. Se cuenta minuciosamente en Rolling Stones: los viejos dioses nunca mueren, de Stephen Davis (Ma Non Troppo, 2001). En julio de 1968, el rey destronado de los Stones se plantó en Yahyuca, con su novia Suki y un ingeniero con micrófonos y un magnetófono Uher. De cicerone, Brion Gysim, amigo de Paul Bowles y gran pícaro del underground.
El objetivo era grabar los ritos paganos de aquel pueblo del Rif. Dos días alucinados que generaron unas cintas que, manipuladas en Londres, se publicaron, cuando Brian ya había fallecido, como Brian Jones presents the pipes of pan at Jajouka. Y colocaron en órbita a los músicos de Yahyuca. Eran, en la feliz ocurrencia de William S. Burroughs, “una banda de rock 'n' roll con 4.000 años de edad”.
A partir del disco, Timothy Leary, Ornette Coleman y otros muchos hicieron la peregrinación hasta Yahyuca. Los ya conocidos como Master Musicians of Jajouka grabaron con Bill Laswell o con los Stones al completo, en el memorable Continental drift, del álbum Steel wheels. Jagger y compañía convocaron a los rifeños en el Palacio Ben Abou de Tánger, visitando también a Paul Bowles.
Y retorno al padre García Barriuso. En 2001, se hizo una reedición facsímil de su La música hispano-musulmana en Marruecos. Gracias al Instituto Cervantes, localizo una copia: un tomo inmenso, con abundantes ejemplos musicales, fotos y dibujos. Apabullante erudición.
Efectivamente, allí se habla de los gaiteros (y tamborileros) de Yahyuca. El padre Prudencio destacaba las similitudes entre algunos aires que tocan y las muñeiras gallegas. Advierte que ni siquiera en Yahyuca estaban inmunes a los terremotos políticos: “¡hasta tocan, mejor dicho, maltratan el Cara al sol!”.
Conviene apuntar que La música hispano-musulmana en Marruecos fue editado, en 1941, por el Instituto General Franco. La eterna paradoja del colonialismo: los militares africanistas despreciaban a los nativos pero terminaron admirando algunos aspectos de su cultura. El Instituto, con edificio propio en Tetuán, formaba parte de la ofensiva diplomática del régimen franquista; ignorado por las democracias beligerantes, buscaba ganarse amigos en el mundo árabe. De paso, también se intimidaba a los españoles: hasta 1956, Franco se presentaba en público con los feroces guerreros de la Guardia Mora.



lunes, 24 de agosto de 2009

Lautaro Ortiz / El día que Borges leyó a Néstor Sánchez

Jorge Luis Borges


EL DÍA QUE BORGES
LEYÓ A NÉSTOR SÁNCHEZ
Por Lautaro Ortiz


Néstor Sánchez
Una imagen del único encuentro entre Jorge Luis Borges y Néstor Sánchez en el año 1969, revelaría el instante en que se cruzaron por primera y única vez en una sala de la Biblioteca Nacional dos estilos, dos formas decididamente opuestas de vivir, leer y escribir literatura. De un lado, el cuentista universal, el gran conversador, el canon supremo de la letras argentinas y, por el otro, el anti-canon, el beat mayor de la literatura nacional, el que lo tuvo todo y lo abandonó para convertirse en el más secreto –y menos comprendido- de los escritores de nuestro país. Pero no hubo fotografías de aquel cruce, sólo una entrevista publicada en la ignota revista Artiempo. En 1969, Borges ya era considerado la figura clave de las letras de América Latina y firme candidato para el Nobel. Su obra más importante había sido publicada y su figura crecía en los pasillos de la Biblioteca Nacional.


   Borges “no era un hombre ocupado” y por eso recibió sin objeciones al joven Sánchez que ya tenía en su haber un libro de relatos (“Escuchando a tu hijo”) y dos novelas publicadas (“Nosotros dos” y “Siberia Blues”), que Julio Cortázar había celebrado.

   Pero el autor de “El Aleph” no había leído a Sánchez (nacido en Villa Pueyrredón en febrero de 1935) y, por lo tanto, no sabía que ese joven que lo interrogaba -de espaldas anchas y porte de boxeador- llevaba adelante una experiencia narrativa de vanguardia, iniciando un camino solitario, opuesto al discurso del “intelectual comprometido” tan vigente en la época. 

   En aquel año, Sánchez pasaba por su mejor momento: era entrevistado con frecuencia y convocado a escribir en los principales medios de la época. Sus notas periodísticas –suerte de manifiestos- como "El lenguaje jazzístico” (Primera Plana, 1967), "Anti-novela. Apuntes en favor de un género algo inexistente" y "¿Una poética del cambio?" (ambas aparecidas en el Diario El Mundo, 1966) evidenciaban el propósito de su búsqueda: una escritura volcada al ritmo del Jazz, una prosa poemática y el hilo delgado de la historia sujeto a través de resonancias. Una mirada profunda hacia la médula de la escritura y una exploración critica en torno a los límites de la novela tradicional: “
ese pariente pobre de la literatura”, esa bolsa donde –según Sanchéz- suele meterse sin pudor alguno la Filosofía, la especulación ensayística, la problemática social. Lejos de toda vocación de literato, Sánchez demostraba en cada página que la novela podía ser otra cosa: poesía de largo aliento, materia de vida convertida en lenguaje. 


   A diferencia de Borges, no hubo nunca espacio para la ficción en la obra de Sánchez (“Siempre escribí en relación conmigo mismo, en relación con un estado de sinceridad irremediable (…) nunca en mis libros inventé una historia. Todo ha sido en base a mi vida presente o pasada”). Esa visión, que el propio novelista defendió con los puños en alto, lo ubicó rápidamente en un lugar incómodo, difícil, incluso ante el renombrado boom literario de entonces. La polémica ya había caído sobre él. Juan Carlos Onetti ironizó en 1968 apelando al disco de Newton: “Cada página es de otro color, cuando las ponés a girar, lo que ves es puro blanco”, pero Emir Rodríguez Monegal y Julio Cortázar salieron a defenderlo. Explicará el autor de “Rayuela”: “Sánchez es un novelista muy criticado y muy combatido por el carácter experimental, muy audaz, de su obra, pero que a mí me parece un escritor sumamente útil en nuestro medio. Es un hombre que rechaza los moldes ordinarios de la literatura narrativa y busca escribir libros que, siendo novelas, tienen al mismo tiempo un aspecto formal, un aspecto idiomático, que está lleno de belleza porque va en contra de todos los lugares comunes de la adjetivación usual. Néstor Sánchez tiene una imaginación muy extraña y que trabaja a base de síntesis fulgurantes, lo cual dificulta mucho la lectura. Es un problema, yo lo sé, es muy difícil leer a Sánchez, pero yo siempre lo he querido y lo he estimado mucho...” 

   Si bien aquel “despertar” latinoamericano lo favoreció (gracias a ello su obra fue reeditada en España por Seix-Barral y traducida al francés por Gallimard), Sánchez siempre declaró sentir “asco” por la literatura dedicada al “buen negocio de la facilidad y los lugares comunes”. 
  
  En la silenciosa sala de la Biblioteca Nacional, frente al maestro de movimientos “sonambúlicos”, se había sentado, entonces, un Sánchez maduro, un escritor que ya había logrado sintetizar sus más evidentes influencias: James Joyce, Julio Cortázar, el surrealismo y la Beat Generation. Pero Borges era ajeno a la épica sancheana. Nada sabía de aquel gurú de los barrios alejados de Florida, de su padre ferroviario, de su primera pasión por el tango (el Club Atlanta y el grupo de bailarines que había formado junto a Juan Carlos Copes en 1955), de su afición por el turf, el cine, o la decisiva influencia de sus amigos Edgar Bayley, Gianni Siccardi, Enrique Molina y Francisco Madariaga. 
    
   Mientras Borges estaba atento a los comentarios sobre el inminente estreno de la película de Hugo Santiago “Invasión” (escrita por él y su inseparable Bioy Casares), Sánchez se encontraba a punto de dar un golpe de timón y tirar por la borda aquel innecesario éxito: “Cuando corregía las pruebas de galera de Siberia Blues sentí que se había terminado un proceso de vida, yo necesitaba abrir fronteras y hacer contacto con otras fuentes culturales”. Lo aguardaban las praderas de Iowa en el middle-west norteamericano, el deslumbramiento por las enseñanzas de G.I. Gurdjieff, un fugaz contacto con la marihuana, una primera noticia sobre la existencia de Carlos Castaneda y una épica cada vez más compleja que lo llevó a abandonar progresivamente la escritura. Su intenso peregrinaje por Lima, Caracas, Roma, París, Barcelona, Nueva York (donde vivirá 8 años como clochard), culminará con su regreso a Buenos Aires en 1987. Una larga ausencia que le costó el olvido (un grupo de lectores le hizo un homenaje en Buenos Aires creyéndolo muerto) y el silencio editorial, a pesar de la publicación por Sudamericana, en 1988, de su último libro “La condición efímera”. Néstor Sánchez -en palabras de Martín Micharvegas- fue el escritor que “se partió la cara contra sí mismo y contra el mundo, para hacer de la escritura una herramienta movilizadora y de cambio”.


Claves para el diálogo
   
    Sánchez recordó hasta el final de sus días aquel encuentro con Borges, con quien creía compartir su pulso obsesivo por la muerte y una respuesta sobre el destino de los hombres (la muerte será una de las obsesiones mayores de Sánchez quien dijo:“Siempre estaba la muerte como lei motiv, me parecía mentira que la gente no se diera cuenta que se iba a morir, eso me pasó siempre, entonces en todos mis libros hay una advertencia: la vigencia de la muerte (...)”) Por eso, durante aquella conversación, el joven interroga al maestro: “A los treinta años, me parece, la idea de la muerte sólo admite una pregunta ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Qué sucede a los setenta?”. 

   A medida que Borges habla, esforzándose por ser “igual” al Borges que respondió otras “entrevistas idéntica a sí mismas”, Sánchez intenta quebrar el juego cíclico del autor de “Las ruinas circulares” y traslada el diálogo hacia otro terreno –que no es otro que el suyo- a pesar de algunas lógicas concesiones. Pero al reflejarse en el campo pulido del espejo borgeano, transgrede -en los hechos- las normas del género mayor del periodismo: el periodista se vuelve tan interesante como el entrevistado. 

   Sobre las cuerdas, Borges comienza a recibir una serie de preguntas incisivas, dirigidas al mentón, sobre la validez de su poesía, la construcción de sus mitos –como Macedonio Fernández-, la importancia de los escritores que integraban el grupo “Sur”, la aceptación incondicional de la lectura que la crítica hizo de su obra, hasta hacerle admitir finalmente que la metafísica ha sido en él una curiosidad “filológica”. 

   Sánchez creyó derribar al mito. Pero al final de la charla cuando “Borges se pone de pie y consulta el reloj”, el maestro muestra su mejor arma: la intuición. Dijo Sánchez a quien esto escribe: “Volvimos a mencionar a Oupensky, a Joyce y a Gurdiejff, y el viejo acercándose me preguntó: ´Dígame una cosa ¿Usted es teósofo?´... Y tenía razón”.


ENTREVISTA
BORGES IGUAL A BORGES
POR NÉSTOR SÄNCHEZ

En 1969 la publicación Artiempo presentaba la siguiente entrevista: “Con su viejo humor, y a través de parábolas anti periodísticas, el autor de ´Historia Universal de la Infamia, reinstala su previsible personalidad”.

La primera virtud de Jorge Luis Borges se experimenta casi al mismo tiempo de entrar al salón incalificable de la Biblioteca Nacional donde atiende a todos los que necesitan entrevistarlo, sin excepción alguna. Deja las manos sobre una mesa de tamaño casi tan irreal como el salón, y a partir de allí dispone de todo su tiempo: Borges no es un hombre ocupado.
Poco más tarde necesitará saber con qué tipo de periodismo se topará una vez más su prestigio de hombre de letras. Lo cierto es que Borges necesitará forzar su nueva entrevista hasta volcarla hacia los hábitos de una entrevista ejemplar, casi una entelequia, a la que parecería responder desde hace muchísimo tiempo. Y la sensación de tiempo detenido en el tiempo de hablar no es la segunda virtud de Borges, es a lo sumo el clima obligado de aquella entrevista idéntica a sí misma que él reinstala con un par de movimientos sonambúlicos de sus manos.

Sin embargo, a los pocos minutos entrará en juego otro viejo compañero suyo: el viejo humor. Y hasta parece justo que él lo sepa justo. Inicia entonces una especia de parábola antiperiodística (anti-entrevista periodística) basadas aparentemente, en su desconfianza física ante todo interlocutor desconocido: “Hace muchos años trabajé durante algunos meses en el Diario Crítica –recuerda casi sorprendido- fui el peor periodista del mundo. Fíjese, yo he conocido –eran los años veinte- mucha gente que debía muertes. Claro, en aquella época en que todavía funcionaba el cuchillo se hacían casi comunes los que debían dos muertes; se trataba de personas interesantes, cordiales; se podía estar horas con ellos y hasta cultivar su amistad sin que las muertes pesaran en ningún momento. Sin duda eran mejores que los periodistas”.

-¿Quién de los dos Borges contesta generalmente un reportaje?

-Yo trato por todos los medios que sea el primero, pero generalmente no puedo evitar que el segundo, el Borges literato, se entrometa. Es muy entrometido.

-¿Antes de identificarse con el ultraísmo, tuvo alguna oportunidad de ser influenciado por jóvenes como Guillaume Apollinaire y Blaise Cendras?

-En realidad, no. Creo que en mi obra (no hay otra manera de llamar a lo que he escrito) no hay influencias. En todo caso hay desmedro de todo aquello que me ha tocado de cerca, que ha significado algo para el escritor en mí.

-¿Cree que esa falta de contemporaneidad real de su juventud se vincula al hecho de que sus poemas aparezcan como de menos interés en relación con sus cuentos y prosas de cámara?

-Pienso que mis poemas y prosas no difieren esencialmente. El verso libre es un asunto tipográfico. Todo lo que escribo son atributos o adjetivos míos, yo diría diversas facetas de un mismo fenómeno.

-Usted fue incluido en el desopilante libro de Powells pero alguna vez se refirió, entre otros a Pedro Ouspensky. ¿Cree deberle mucho al auténtico esoterismo occidental, desde Pitágoras a Gurdjieff?

-Yo también, como mucha gente interesada en el tema, tenía idea de que Powells no era otra cosa que un charlatán; pero cuando lo conocí en Europa me di cuenta de que era como yo, un agnóstico. El no estaba seguro respecto de la cuarta dimensión, de la trasmigración, de la transmisión del pensamiento; todas esas posibilidades más allá del positivismo. Almorzando con él lo encontré muy simpático y afín a mis dudas, me habló de su “espíritu borgeano” y nos hicimos amigos. Por otra parte puedo decirle que nunca pase, en estos temas, de una actitud de curiosidad intelectual. Mi madre católica a la manera Argentina, sin mayor fervor; mi abuela protestante; y mi padre discípulo de Spencer, un libre pensador. El clima familiar en que me formé no pasó de una discordia amistosa. Mi literatura no es fantástica para asombrar al lector, todo eso corresponde a estados del alma que he tenido. Es una literatura fantástica pero no irreal. Incluso hay un poema mío en un puente de Constitución que bien podría relacionarse con una búsqueda mística. Yo creo que se trató de un estado poético, nada más.

-¿Entonces su pasión por la metafísica no fue nunca más allá de una actitud filológica?

-Nunca. A lo sumo nunca de un modo trágico como lo ha elegido Unamuno, por poner un ejemplo.

-¿Siente haber exagerado la figura de Macedonio Fernández?

-No, creo que es el hombre más inolvidable que he conocido a lo largo de mi vida; eso lo sentimos todos sus contertulios. Le voy a hacer nombres de muertos y vivos: Santiago Davobe, Enrique Fernández Latour y Manuel Peyrou. Claro, la grandeza de Macedonio estaba en el diálogo más que en lo escrito por él. Fíjese que a pesar de ser un conversador brillante era lacónico y tímido. Si bien no desaconsejo la lectura de sus libros tampoco puedo negar que se trata de un hombre que nunca se entregó enteramente a ellos. Era un hombre de genio, pero su instrumento fue el diálogo, como en el caso de Sócrates (y para poner un ejemplo que no sea polémico). Macedonio fue amigo de Lugones, Ingenieros, J.B. Justo, Molina y Vedia, de Jorge Borges, mi padre. Sin embargo, después de muerto empezaron a aparecer (y todavía siguen apareciendo) todo tipo de gente que asegura haber frecuentado su amistad; y esto no favorece su recuerdo. Pero siempre pasa lo mismo con hombres notables una vez que están muertos.

-¿En algún momento de su vida necesitó alcanzar un aliento más riesgoso que el cuento? ¿Lo intentó?

-Nunca. Bastante trabajo me da hasta el final de mis cuentos. En la actualidad pienso en algo que va a ser menos una novela que un cuento largo y que se va llamar El Congreso. Por supuesto que este título no tiene nada que ver con una alusión de tipo político.

-¿Cuál es el cuento suyo que más quiere?

-¿Puedo vacilar? Bueno, hay un cuento que se llama La intrusa, y otro El sur

-¿Y el que menos quiere?

-Sin duda El hombre de la esquina rosada; yo no lo escribí como cuento realista y, sin embargo, todos se empeñan en leerlo como tal. Un desafío no se hace de esa manera, un compadre auténtico no habla de esa forma. La película es mejor que el cuento. En realidad, si publicar un libro es una gran emoción, ver un film hecho con un argumento propio la supera con creces. Es como si se carnalizaran un grupo de fantasmas que brotaron de uno.

-¿Algún escritor argentino, alguna vez, llegó a decir algo inteligente sobre usted y su obra?

-Casi todos, argentinos y extranjeros, que han hablado en alguna oportunidad sobre mi obra resultaron más inteligentes que yo: o si prefiere más imaginativos.

-Por momentos ¿se ha sentido tan solo como su obra entre la gente de la revista Sur?

-No, nunca, ¿por qué solo? La señora Victoria Ocampo me hizo el honor de invitarme a colaborar en su revista. La revista Sur ha sido generosa conmigo, nunca me fue rechazado ningún original. No me sentí nunca solo; la señora Victoria ha sido muy buena conmigo. A ella se debió la idea de que yo fuera postulado como director de la Biblioteca Nacional, a ella junto con Esther Zamborain de Torres. Cuando me lo propusieron les contesté que jamás me iban a dar un cargo semejante, me quedaba grande. Por mi parte les propuse la biblioteca de Lomas de Zamora, era un sitio que siempre me ha gustado. Sin embargo, el mismo general Lonardi, en persona, justo un 17 de octubre de 1955, me entregó el nombramiento.

-Usted ha tenido, casi siempre, conciencia de nuestro provincianismo cultural y ha deslizado algunas bromas al respecto. Eso de que “el genio de Joyce era puramente verbal lástima que lo gastó en la novela”, incluido en su breviario de literatura inglesa ¿se relaciona con la misma actitud?

-No es broma. Creo que la novela no requiere un estilo tan trabajado como el suyo, un estilo que ofrece tantas dificultades de lectura. Cervantes y Tolstoi fueron grandes novelistas y no necesitaron recurrir a tanta complejidad formal.

-¿Quién ha sido el autor de influencias más perdurable en su formación de escritor?

-En primer término debo reconocer que todos los libros leídos y todas las personas con que cambié alguna palabra han influido decisivamente en mí. Pero comprendo que la pregunta exige una definición casi categórica. Entonces tengo que nombrar a Chesterton, a pesar de que no profeso sus opiniones religiosas. Y esto no significa que para mí Chesterton sea superior a Bernard Shaw, pero en alguna medida me siento indigno de Shaw. Uno no puede elegir a sus maestros. A Chesterton lo considero más imitable.

-Sin embargo, uno de sus libros claves, ‘Historia universal de la infamia’ rezuma la influencia de Marcel Schwob.

-A pesar de que la idea general de "Vidas imaginarias" de Schwob, me pareció estupenda desde el primer momento, cuando encaré su lectura atenta me sentí, si se quiere, defraudado; otro tanto le pasó a Bioy Casares, él tampoco podía llegar al final. Sin embargo, a pesar de que me costara tanto trabajo su lectura, la idea general del libro empezó a interesarme vivamente. Pensé que se podía hacer algo mejor con esa idea. Sin duda el ambiente general del libro de Schwob fue lo que motivó Historia universal de la infamia’.

-A los treinta años, me parece, la idea de la muerte sólo admite una pregunta ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Qué sucede a los setenta?

-Hace bastante tiempo estoy tentado en escribir un poema sobre eso. Podría hablarle, a grandes rasgos, de la serenidad que trae la vejez, de esa apacible resignación que incluye la tristeza, pero de una manera muy diferente. A los treinta años, eso sí, cultivaba desdicha, necesitaba ser cada día más desdichado, más profundamente desdichado. Aquello ya no cuenta para mí.

Después Borges, repentinamente jubiloso, hablará de Invasión, un film próximo a estrenarse en Buenos Aires, y cuyo argumento escribiera “sobre esa misma mesa” en colaboración con Bioy Casares. En Invasión, entre otras cosas, se canta su Milonga del condenado a muerte con música del legendario Aníbal Troilo: “fíjese que dos días después que la compuse, Hugo Santiago, el realizador del film, me dijo que a la milonga le ponía música Troilo; y yo le pregunté ¿a qué milonga?, pasa que me había olvidado, las milongas son temas populares y la métrica el octasílabo, y a mí me salen tan fácil que una vez compuestas casi inmediatamente las olvido”.

Este año, aparte de traducir Walt Whitman en colaboración con su esposa y de entregar un libro de poemas a la imprenta, tiene en preparación otro argumento cinematográfico: “Los otros”, de corte puramente fantástico. La acción se va a central en una librería de la calle Corrientes cerca de Rodríguez Peña. Borges se pone de pie y consulta el reloj: el mundo, desgraciadamente, es real; él, desgraciadamente es Borges.


http://vertebradas.blogspot.com/2012/03/el-dia-que-borges-leyo-nestor-sanchez.html


domingo, 23 de agosto de 2009

Néstor Sánchez / El sobreviviente de sí mismo


Néstor Sánchez
EL SOBREVIVIENTE DE SÍ MISMO

Reportaje de Lautaro Ortiz
Página 12, año 2001

Néstor Sánchez (1935) parece haberse convertido por propia iniciativa en el más secreto de los escritores argentinos, al punto que, alguna vez, sus amigos lo homenajearon porque creyeron que había muerto. Próximamente será reeditada su novela Cómico de la lengua (1973) y Radarlibros quiso hablar con él de ese libro y de su lugar en la literatura argentina..

El hombre permanece sentado en la oscuridad de la cocina; prende un cigarrillo y de pronto confiesa: “Yo creía que podía vivir 300 años. Hoy supongo que da lo mismo”. 

La voz pertenece a Néstor Sánchez (1935), el novelista, el poeta, el traductor, el bailarín profesional de tango, el místico, el escritor que fue dado por muerto por sus seguidores, el hombre que finalmente abandonó todo. “Sí. Yo decidí terminar con todo. Siento que se terminó la épica y dejé de escribir. En realidad, cuando yo escribía, mi vida tenía otra riqueza que fue perdiendo. Ahora me quedé sin nada: es la vejez. Siempre escribí en relación conmigo mismo, en relación con un estado de sinceridad irremediable. Le repito, se me terminó la épica.”

Sánchez regresó al país en 1986, sin embargo sus dieciocho años de ausencia (repartidos entre Barcelona, París y Estados Unidos) sumergieron su obra en el olvido; hasta tal punto que su último libro de relatos La condición efímera (Sudamericana, 1988) pasó casi inadvertido. Hoy sólo unos pocos admiradores (“adhesiones extremas”, dice) lo visitan. Ante la próxima edición argentina de su última novela Cómico de la lengua (editada en España por Seix Barral en 1973), Sánchez se permite hablar de su vida.

Sánchez fuma Particulares, toma mate y escucha tango a todo volumen, dentro de una casa que permanece totalmente cerrada, como todos los días desde su regreso a Villa Pueyrredón, barrio de su infancia. Antes de empezar a hablar, camina de un extremo a otro de la pequeña cocina. Cada paso que da puede sentirse como un recuerdo: el baile, Julio Cortázar, el jazz, las mujeres, el boom latinoamericano, el cine, Gallimard, Castaneda, Gurdjieff, Estados Unidos, París, Barcelona. “Me cuesta creer todo lo que he vivido.”.

¿Es cierto que usted fue profesor de tango?

–No. Yo bailé tango profesionalmente, nunca enseñé. En 1955 tuve un conjunto con Juan Carlos Copes, yo tenía unos veinte años. Todo empezó cuando estaba en el colegio secundario, y un día me asomé a un baile multitudinario en el Club Atlanta. Me pareció mentira la cantidad de gente que había, lo que se bailaba y cómo se bailaba. Entonces aprendí a bailar por mi cuenta. Ahí lo conocí a Copes, que era de mi barrio.

¿Y cuándo llegó la literatura?

–Siempre estuvo. Pero un día opté por la literatura y dejé todo, cambié de vida radicalmente. Fue una época en que me separé de mi mujer y me casé de nuevo. Mis amigos eran todos poetas: Siccardi, Bayley, Madariaga y Molina. Esas amistades eran una confirmación. Entonces me dediqué a leer mucho: yo fui un buen lector de poesía, más que de novelas. Pero como el poema nunca se me dio, opté por una escritura poemática. Es que a mí me interesó siempre la novela que se vincula con la poesía. Lo demás no me interesa; digo, la novela como historia no me interesa. Hoy por hoy, sólo se escribe y se lee ese tipo de literatura. Será por eso también que no soy muy leído.

Usted cree que su obra no ha sido bien leída.

–Hay algo de eso. Mi obra no fue entendida. De hecho, Cómico de la lengua nunca se editó en Buenos Aires.

¿Y por qué?

–No sé. Pasa que mi imagen como escritor es por lo general resistida y esto llega, aunque parezca mentira, al ámbito de las editoriales, donde aparezco como un raro de cierto peligro para el buen negocio de la facilidad y los lugares comunes que tanto abundan.

¿Tal vez su enfermedad colaboró con esa imagen de escritor raro?

–Puede ser. Pero ya estoy recuperado. Además, mi enfermedad es clave para entender mi obra.

Historias de cronopios.

Sánchez guarda silencio. Espera. Vuelve a encender un cigarrillo. Apenas levanta la mirada cuando en la radio se escucha “me he quedado como un pájaro sin nido”.

¿Cómo surgió su amistad con Cortázar?

–Mi amistad con Cortázar se inicia desde Buenos Aires. Yo le mandé los originales de Nosotros dos, mi primera novela, y él la recomendó para que se publicara en Sudamericana, y quedamos amigos. Después, en París, tuvimos un gran acercamiento. Nos veíamos con mucha frecuencia. Por aquellos años él estaba muy metido en política. Creo que era muy adolescente la actitud política de Cortázar, muy atrasada, le llegó tarde el marxismo. Dos años más tarde apareció Siberia Blues y luego El Amhor, los Orsinis y la Muerte

¿Qué pasó después?

–Pasó que cuando corregía las pruebas de galera de Siberia sentí que se había terminado un proceso de vida, yo necesitaba abrir fronteras y hacer contacto con otras fuentes culturales. Entonces partí a Perú y Chile, pero tuve que regresar a Buenos Aires por mi mujer y ahí empecé a escribir El Amhor, los Orsinis y la Muerte. Cuando terminé, inmediatamente partí hacia Iowa, donde me habían otorgado una beca. Esa novela salió en Buenos Aires cuando yo ya estaba en Estados Unidos.

Mucho se habló de esa novela, incluso se dijo que había sido escrita bajo el efecto de alguna droga.

–No. Pero sí es cierto que tuve una experiencia muy corta con marihuana que me marcó, fue una experiencia breve pero muy fuerte. Quizá un poco por imitación, ya que por aquellos años yo adhería a la Beat Generation y al surrealismo –mis grandes influencias además de Joyce–, que habían experimentado con drogas. Fue sólo una breve experiencia.

¿Ya había hecho contacto con los grupos de Gurdjieff y Castaneda?

–Sólo con los grupos de Gurdjieff. En Perú me acerqué a ellos y luego aquí en Buenos Aires. Con la obra de Castaneda me encontré recién en Estados Unidos.

¿Y después?

–Abandoné Iowa, la beca. No soportaba ese desierto, esa soledad espantosa. Me fui a Roma y ante la imposibilidad de ganarme la vida, una mañana, al amanecer, experimenté un inexplicable aleteo y opté, a pesar de mi asco creciente por el boom de la literatura latinoamericana, por tentar Barcelona. Solicité humildemente una traducción en Seix Barral y me contestaron con un montón de dinero como anticipo de la reedición allí de mis tres libros. Un pequeño milagro. Dije, mintiendo, que tenía una novela en marcha (ya no quería ni siquiera escribir) y me pagaron por mes, durante un año, lo que terminó siendo Cómico de la lengua. Medió bastante alcohol, desaliento total... Después salté a París y volvieron a producirse casi las mismas decepciones, la garrafal brevedad de la vida. En Gallimard, donde hacía informes de lecturas (y donde se publicaron mi primer y mi cuarto libro) me encontré una tarde otra vez con los libros de Castaneda, el mismo que yo había leído en Estados Unidos. Lo tomé sin ganas, pero lo leí en una tarde...

¿Conoció a Castaneda?

–No. Estuve en la Universidad donde él estuvo. Creo que murió hace poco, ¿no? En realidad yo le tengo un afecto profundo a don Juan Matus, el personaje, tal vez el más bello de toda la humanidad en su conjunto.

¿Qué buscaba a través de las experiencias vividas con los grupos de Castaneda y Gurdjieff?

–Yo buscaba vivir más. Estaba convencido, en mi enfermedad, de que se podía vivir 300 años. Hoy supongo que da lo mismo. Gurdjieff fue una experiencia decisiva en mi vida. Siempre estaba la muerte como leitmotiv, me parecía mentira que la gente no se diera cuenta de que se iba a morir, eso me pasó siempre, entonces en todos mis libros hay una advertencia: la vigencia de la muerte. Ésa era la épica..El fin de la literatura.

Sánchez se sienta por primera vez durante la charla. Está cansado. Por la radio se escucha la voz de Floreal Ruiz. “Extrañé mucho el tango durante mi ausencia. Mi hermano me regaló una radio FM, hecho que ha posibilitado mi regreso a la música. La música, dicho sea de paso, siempre acompañó mi escritura y ahora me permite que algunos recuerdos sean menos penosos.” De los 18 años que pasó fuera del país, ocho los vivió como clochard en Estados Unidos, donde se ganaba la vida como podía. Durante su ausencia, sus seguidores lo creyeron muerto y realizaron un pequeño homenaje en su nombre. “Sí, muerto...”, y se ríe.

¿Qué halló al final de su experiencia límite, marginal, fuera del país?

–Viví catorce años dedicado por entero a lo que creía una experiencia iniciática y, ahora, recalado en esta fea ciudad, tengo que reconocer poco a poco que sólo estaba vinculado con mi inconsciente (a su enorme capacidad de generar conjeturas), y la esperanza intratable que entonces se generó ya carece de fundamento..

¿No ha escrito nada después de La condición efímera? ¿Lo ha intentado al menos?

–A veces, por las tardes, cuando voy a un bar que está aquí cerca me permito pensar por un momento en la escritura y es evidente que aparece una leve onda de sosiego, es como si me fuera dado encontrar una épica en esta vida monótona que llevo. Es que nunca en mis libros inventé una historia. Todo ha sido en base a mi vida presente o pasada y esto ahora ya no puede ser. Me quedé sin épica. De todos modos pedí prestado algunas novelas célebres y las leo con la remota esperanza de que me motiven. Pero esas lecturas no hacen más que recordarme desde qué punto de vista escribí mis libros, es decir “en contra” de la novela tradicional, procurando que la prosa fuera nada más que una excusa para llegar a la poesía. El escritor parece siempre un Dios que todo lo sabe y que por lo tanto puede estar en la cabeza y en el corazón de sus personajes, después viene el diálogo y las descripciones del paisaje. A veces tengo una sospecha de Tema, pero no encaja en un ritmo y así giro en redondo sin tampoco la alegría que me deparaba el hecho de escribir. Le repito que no puedo inventar una historia y mucho menos manejarme con los elementos del suspenso que abundan hoy por hoy. Es aquí donde redescubro que me quedé sin épica y sin pasado personal como materia de vida que se transforme en lenguaje.

Los caballos, el jazz y Truffaut.

Hay en su obra una constante referencia a los juegos de apuestas, como la ruleta, el turf...

–Sobre todo el turf. En mis años mozos fui muy adepto al turf, cuando había carreras nada más que sábados y domingos. En ese mundo se manejaba un lenguaje muy especial, era muy distinto del de ahora, iba mucha gente y en las tribunas se hacía lo que se llama cátedra, se discutía mucho, se creaba con el lenguaje.

También hay una constante referencia al lenguaje cinematográfico...

–Sí, yo siempre tuve la intención de dedicarme al cine, pero en este país era una aventura muy difícil. A mí me interesaban films como Disparen sobre el pianista y Ocho y medio. En París hice una adaptación cinematográfica de mi novela El Amhor, los Orsinis y la Muerte, que le acerqué a François Truffaut. Y el me contestó que era un excelente guión para escribir una novela (risas).

Su prosa está marcada por el jazz, por el ejercicio de la improvisación jazzística. ¿Al dejar de escribir dejó también el jazz?

–Sí. En este largo proceso de pérdidas entró ese extraño estímulo capaz de encenderle a uno todas las luces. El jazz alienta la emoción, convoca ganas de vivir, hurga en la rajadura de la tela.