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miércoles, 17 de diciembre de 2008

Silvia Tomasa Rivera / El sabor del miedo

Fotografía de Tom Hoops
Silvia Tomasa Rivera
EL SABOR DEL MIEDO

Porque traigo 
            en el pecho
amor del bueno, 
me muevo por donde 
                       va la noche.

Camino sin temor 
sobre piedras calizas 
que arden a la luz de la luna. 
Voy decidido rumbo 
           a la última choza 
de la serranía. 
Allá vive mi amada.
 
Esta tarde,  
mientras bailaba con ella, 
en el frente del río, 
le pedí que fuera mi mujer. 
Ella dijo que sí, 
poniendo su mirada sobre 
                                 mi pecho, 
sin levantar la vista. 

Ahora me espera su familia 
hasta el amanecer, 
con venado y tesgüino; 
y a mí me sobra fuerza 
para echarme en la espalda 
una manada de jabalíes 
hasta su puerta.

Este es amor del bueno, 
no hay nadie que se oponga. 

Ella es mujer, yo soy hombre 
y ya bailamos juntos el Yumari 
en el frente del río. 

II 

Plena de humedad 
la noche 
se apodera del campo. 

Mientras yo camino 
con una lámpara 
en la frente 
opacando la luz 
de cada estrella. 

He renunciado por amor 
al vuelo, 
ahora mis alas 
penden de tu corazón. 
Ahí palpitan. 


III 

Dormí, 
sin darme cuenta, 
junto a la madriguera 
de una serpiente. 

Desperté cuando salió 
del nido y la sentí 
deslizarse sobre 
                    mi cuerpo. 
A la velocidad del instinto, 
acaricié en el aire 
su lomo caliente.    

Ella me atravesó 
como a un tronco seco 
                  y se alejó voraz 
entre los matorrales.

Aún siento su calor 
en mis manos 
como el de una mujer 
              desnuda 
en el frío de la noche. 

IV 

Un viento fuerte, 
un ventarrón de altura 
no permite 
que llegue hasta tu casa. 

Al viento en contra mía, 
voy a cortarlo 
con una cruz de humo, 
con el puro machete 
si es preciso. 

Voy a desviar su ruta 
con el poder que tengo 
y mi palabra 
de hombre de la tierra. 

Desde este instante 
todo propósito del mal 
queda sellado. 

El viento desciende 
       vertiginosamente; 
para el amanecer 
habrá perdido fuerza 
y no podrá tumbar 
a las mujeres 
que recogen el trigo 
en la planicie.



Cuando caí 
                en el agua 
tuve una visión 
que no puede ser cierta. 

Tú me esperabas 
con el sabor del miedo, 
pero algo me dice 
que estás destinada 
a otro. 

Otro te poseerá 
frente a la hornilla 
caliente de su choza. 

Mientras yo, acaricio 
el mango del machete 
y abandono el venado 
a los pies de tus padres. 

VI 

Entre gritos 
y aullidos de coyote 
se anuncia mi llegada. 
Presiento que van a matarme. 

No hay lucero ni estrellas 
en el cielo. 
Sólo el relámpago 
y el trueno 
mantienen las miradas 
al acecho. 

VII 

ólo un rayo de luna 
ilumina el sendero 
que en este momento 
se bifurca. 

Y yo, parado en esta 
horqueta de la tierra 
no sé por cuál decidirme. 

Uno me lleva al corazón 
de mi amada, 
otro, a la carrera veloz 
que empieza con el alba. 
¿Cuál será mi destino 
si llego vivo hasta el 
                         amanecer? 

El amor o el vuelo. 
¿Cuál será la carrera 
que le gane a la muerte?
         
VIII 

En el camino trillado 
está la verdad, 
          en cada estrella 
que observo 
          desde mi resguardo, 
tumbado sobre la malva fresca. 

Estoy hasta el tope 
en la profundidad de la noche. 
Mi simiente de hombre 
no corre peligro. 

Vine aquí porque el sitio 
                                 es seguro. 
Ni los perros de presa 
habrán de olfatearme. 
Simulacro de muerte 
ejerzo yo. 

Si me alcanza la ley, 
                         caigo rendido 
ante el colmillo de la serpiente.





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