Jorge Herralde |
Jorge Herralde
En la cueva del tesoro de Anagrama
Las cartas que se conservan en el archivo de la editorial permiten reconstruir los 50 años de dedicación de Jorge Herralde a los libros
29 MAR 2019 - 14:08 COT
Jorge Herralde |
Jorge Herralde |
Alejandro Zambra |
Marcos Mundstock |
Marcos Mundstock no estuvo pero asombró. Disculpó su ausencia debido a un problema de salud pero envió un vídeo desternillante al Congreso Internacional de la Lengua Española que se celebra en Córdoba (Argentina). Sus compañeros de Les Luthiers habían ofrecido un recital al aire libre ante más de 10.000 personas el día antes. Él tenía previsto haber acudido y conversar este viernes con Álex Grijelmo, director de la Escuela de Periodismo UAM / EL PAÍS y amigo suyo de hace años. Pero el periodista lo excusó y ofreció esos 15 minutos de desternillantes juegos de palabras que muestra este video.
Julio Iglesias Marbella, 2018 |
Julio Iglesias e hijos |
Julio Iglesias |
Julio Iglesias siempre vuelve, pero de momento se mantiene en una fase de privacidad y discreción, sin ganas de focos ni prensa en un año de gran contenido simbólico para él. En septiembre cumple 75 años y 2018 marca el 50º aniversario de la imponente carrera que comenzó cuando ganó en 1968 el Festival de Benidorm con su clásico La vida sigue igual. Pese a que anunció para este año una gira conmemorativa, en su agenda no hay ninguna fecha de concierto prevista y su última aparición es una fotografía que publicó en enero en su cuenta de Instagram en su mansión de Miami con un perro labrador, sonriente y sentado en un carrito de golf.
ÁLEX VICENTE
Alex Vicente
París, 29 de marzo de 2019
La directora Agnès Varda, figura mítica de la Nouvelle Vague y una de las cineastas más influyentes de todos los tiempos, murió durante la madrugada de este viernes en su casa en París. Varda falleció a los 90 años a causa de un cáncer de mama, según confirmó su familia, enfermedad que ha puesto fin a una dilatada trayectoria guiada por una curiosidad inagotable por las vidas ajenas y por la voluntad de renovar los anquilosados códigos del cine, que la llevó a difuminar la frontera entre ficción y documental.
Pese a su edad avanzada, Varda habrá exhibido hasta el último día una energía desbordante. En febrero, la directora visitó el Festival de Berlín, donde recibió un premio honorífico y presentó el que será su testamento cinematográfico, Varda par Agnès, un documental en forma de masterclasshumilde –la directora prefería llamarlas causeries, “charlas informales”–, en el que pasaba revista a sus películas y resolvía los equívocos sobre su obra. Varda sentaba cátedra sin levantar la voz, demostrando otras maneras de ser un autor o incluso un genio. En los últimos años, ya había recibido otros homenajes, como la Palma de Honor del Festival de Cannes en 2015, el Donostia de San Sebastián en 2017 o el Oscar a toda su trayectoria en 2017, una señal de que el tiempo se le acababa.
La directora nació en 1928 en Ixelles, en las afueras de Bruselas, hija de un padre griego y una madre francesa. Durante la Segunda Guerra Mundial, la familia se refugió en Sète, en el sur de Francia, donde la joven Varda ya demostró interés por el arte, la fotografía y la literatura. Su amistad con Jean Vilar, oriundo de esa ciudad pesquera y gran renovador del teatro francés, provocó que fuera contratada como fotógrafa oficial del Festival de Aviñón y del Teatro Nacional Popular, que aspiraban a acercar el arte a la clase trabajadora con obras donde la calidad y la accesibilidad no estuvieran reñidas. Varda solía decir que esa experiencia resultó fundamental a la hora de definir su registro como cineasta.
Su primera película fue La Pointe Courte(1954), rodada en escenarios naturales de Sète, de forma artesana y con un presupuesto ínfimo. Esa cinta modesta, que alternaba relatos locales con el diálogo de una pareja en crisis, prefiguró la Nouvelle Vague, al ser filmada cinco años antes que Los cuatrocientos golpes o Al final de la escapada, mientras Truffaut y Godard todavía se dedicaban a la crítica de cine. Con esa película “libre y pura”, como la definió André Bazin, la joven directora aspiraba a adaptar al cine “las revoluciones literarias” de Brecht o de Faulkner, fracturando el relato clásico y persiguiendo un tono “objetivo y subjetivo” que dejaba al espectador “la libertad de juzgar y participar”. Su película más exitosa y conocida, Cleo de 5 a 7 (1962), fue un paso más allá en esa misma dirección. Narraba en tiempo real la tensa espera de una cantante que aguarda el resultado de la prueba médica que le comunicará si tiene cáncer, un perturbador presagio de la enfermedad que ha acabado con la vida de su responsable.
La lucha feminista y el interés por los asuntos sociales constituyeron otra línea directriz de su filmografía. Lo demostró en películas como Una canta, la otra no (1977), crónica de la emancipación de las mujeres en los setenta; sus documentales sobre los Panteras Negras o sobre el muralismo en Los Ángeles, donde vivió junto a su marido, el director Jacques Demy; o Sin techo ni ley(1985), una vibrante semblanza de una joven sin hogar con la que conquistó el León de Oro en Venecia. Más adelante, Varda se interesó también por el combate ecologista en Los espigadores y la espigadora (2000), crítica al consumismo desaforado de nuestro tiempo con la que defendió el reciclaje y la frugalidad como posible salvación. En Las playas de Agnès (2008), analizó su trayectoria en paralelo a su biografía, demostrando que el cine y el vida eran, para ella, una misma entidad. No por casualidad, su productora, Ciné-Tamaris, regentada por su hija Rosalie, estaba instalada en el mismo callejón que su casa. Allí fue donde acogió, en plenos cincuenta, a Bienvenida, una emigrante española que llegó “con un fardo a cuestas, sin marido y con un bebé”. Le enseñó a revelar y ampliar negativos. Durante años fue su técnica de laboratorio oficial. A cambio, ella le enseñó a hablar castellano.
Su penúltimo proyecto fue Caras y lugares(2017), radiografía de la Francia profunda y nuevo testimonio de su amor al prójimo, que codirigió con el fotógrafo JR, uno de esos jóvenes que solían rodear a esta mujer eternamente moderna. En cualquier inauguración parisina no costaba reconocerla entre la multitud, pese a su escasa estatura, gracias a su inimitable corte de pelo, un tocado bicolor tan original como todo lo que hacía. Y a una sonrisa indeleble que, muchas veces, resultaba de un exotismo radical en el país que Varda escogió como patria. Aunque ese carácter afable no impedía que fuera implacable y autoritaria en sus rodajes, como demuestran algunas imágenes de archivo. En un momento conmovedor de su última película, la directora pide disculpas a una de sus actrices, Sandrine Bonnaire, por haberla tratado con injusta aspereza treinta años atrás.
Varda fue una personalidad solar, aunque también tuvo sus eclipses. En 2005, su instalación Las viudas de Noirmoutierreflejaba las vidas de mujeres de marineros que hablaban de la soledad y del luto. “Nadie quiere escuchar a las viudas, son una categoría social incómoda”, decía esta directora que siempre estuvo “del lado de los marginados y los forajidos”. En los últimos segundos de metraje, Varda se sentaba frente a la cámara y lloraba desconsolada, destapando sin pudor lo que se escondía detrás de ese disfraz colorista que se hizo a medida. Era una imagen terrible e imborrable, que ni siquiera su muerte conseguirá llevarse.