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miércoles, 29 de febrero de 2012

Fotos memorables / Samuel Aranda

"Ella no llora ni grita, sostiene al familiar entre sus brazos mientras espera a ser atendida. Refleja la fortaleza de la mujer. No es tan raro. Creo que la imagen que tenemos en los países de Occidente de la mujer del mundo árabe como una persona oprimida no es del todo cierta. En Yemen, en la plaza donde se sucedieron las grandes manifestaciones, las líderes de la revolución son mujeres. En la sociedad yemení, son ellas las que realmente llevan el peso." Samuel Aranda

El español Samuel Aranda gana el World Press Photo,

el gran galardón del fotoperiodismo


El jurado premia la foto de un herido en las revueltas de Yemen

La imagen ha sido seleccionada entre 100.000 instantáneas


La Haya10 FEB 2012 - 12:29 CET
Fotografía de Samuel Aranda


El fotógrafo español Samuel Aranda ha ganado el premio  World Press Photo correspondiente a 2011 con una imagen de las revueltas de Yemen publicada en The New York Times. Tomada en la capital, Sana, el pasado 15 de octubre muestra a una mujer cubierta con un niqab (el velo que deja solo los ojos libres) consolando a un familiar herido.


En cinco años, el concurso ha visto como aumentaba de forma espectacular el volumen de imágenes recibidas
La escena tuvo lugar en una mezquita convertida en hospital para atender a las víctimas de las luchas desatadas contra el presidente Alí Saleh. El desamparo del varón y el dolor de la mujer retratados semejan composiciones artísticas como la escultura de La Piedad, de Miguel Ángel. Según el jurado, “la escena resume lo ocurrido durante la Primavera Árabe no solo en Yemen sino también en Túnez, Libia, Egipto y Siria. Pero tiene además el lado íntimo del drama vivido”.
Samuel Aranda, que se encuentra en estos momentos en Túnez, recibirá 10.000 euros en efectivo, una cámara Canon y un lote de lentes. La ceremonia tendrá lugar el próximo 21 de abril en Ámsterdam. Otro fotógrafo español, Joan Costa, ha ganado un segundo premio en la categoría de Naturaleza. Titulada Heteropoda, su instantánea muestra a un invertebrado del Atántico provisto de membrana. La logró durante la expedición oceanográfica Malaspina, organizada por el ministerio español de Ciencia e Innovación.
El World Press Photo es el galardón más importante del mundo en su género y celebraba su 55 aniversario. La edición de este año ha recibido más de 100.000 fotos captadas por 5.247 profesionales de 124 países.
En los últimos cinco años, el concurso ha visto como aumentaba de forma espectacular el volumen de imágenes sometidas al jurado. Entre sus 18 miembros había dos españoles: Mónica Allende, editora de la británica The Sunday Times Magazine, y Daniel Beltrá, conservador fotográfico.
Samuel Aranda nació en 1979 en Santa Coloma de Gramanet (Barcelona). Ha trabajado para EL PAÍS y El Periódico de Catalunya como periodista fotográfico. También ha cubierto el conflicto árabe israelí para la agencia EFE. Desde 2004 colabora con la agencia France-Presse para la que ha tomado fotos en España, Gaza, Pakistán, Líbano, Irak, los territorios palestinos, Marruecos y el Sáhara Occidental. Residente en Túnez, trabaja hoy para La Vanguardia y The New York Times. En 2006 ganó el premio de la Asociación Nacional de Informadores Gráficos de Pensa y Televisión.
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Samuel Aranda
Samuel Aranda

LO IMPORTANTE ES MOSTRAR
LO QUE ESTÁ OCURRIENDO


La voz del fotógrafo catalán Samuel Aranda (Santa Coloma de Gramanet, 1979), ganador del premio World Press Photo en la categoría Photo of the Year de 2011, suena tranquila por teléfono. Desde que supo la noticia, su teléfono tunecino no ha parado de sonar, y la cobertura es tan deficiente que hasta que no sale a la terraza resulta imposible entender una palabra. Antes de que se corte la llamada y sea imposible retomar la conexión, tiene tiempo de contestar a unas preguntas para EL PAÍS.
Quizá es una metáfora de que, para comunicarse, hay que intentar salir siempre de la zona de confort. Como ha hecho este fotógrafo independiente que ha retratado buena parte de las revoluciones árabes en Túnez, Yemen, Libia y Egipto. Su trayectoria está asociada a la denuncia de las disonancias, las víctimas de conflictos bélicos y la supervivencia de los desposeídos. Entre otros tema, su cámara ha captado el influjo de inmigrantes africanos en España, el entorno de la Camorra napolitana, los menores inmigrantes en España, los niños que malviven en las calles en Bucarest, la Franja de Gaza, la memoria histórica de los represaliados del franquismo…
Aranda piensa que existe el riesgo de poner la autoría por encima del periodismo
Aranda comenzó a colaborar, a los 19 años, con EL PAÍS y El Periódico de Catalunya, y ha trabajado también para la Agence France-Presse y la agencia Efe. Su inquietud le ha llevado a fotografiar en Colombia, Kosovo, Sudáfrica, Moldavia, Uzbekistán. Pero ha sido Yemen el país cuya realidad –la de un pueblo que se levantó para reclamar libertad y justicia al presidente Ali Abdullah Saleh— ha salido a la palestra por la imagen que tomó el 15 de octubre de 2011.
La foto premiada muestra a una madre cubierta por un velo integral de la que apenas vemos su nariz y las manos, enfundadas en guantes de látex, que sostienen a un familiar herido durante la represión de las manifestaciones en Yemen. “Esa imagen está tomada en las puertas de una mezquita en Saná, tras una manifestación en la que francotiradores del Gobierno mataron a 10 personas e hirieron a otras tantas", relata Aranda. "La mujer que aparece en la imagen está esperando a recibir asistencia sanitaria. Allí estuvo sentada durante unos segundos antes de poder entrar. Instantes después, se llevaron al herido. Pertenece a una serie de cuatro o cinco fotogramas. Recuerdo el caos del momento, todo el mundo estaba gritando…".
Un instante de piedad, de ternura y de recogimiento, pero en el que la mujer aparece "con una entereza brutal", según Aranda. Lo cual contrasta con la imagen habitual de la mujer en esos países. "Estamos acostumbrados a ver a mujeres llorando en las imágenes que nos llegan del mundo árabe. Esta foto muestra algo diferente", afirma.
"Ella no llora ni grita, sostiene al familiar entre sus brazos mientras espera a ser atendida. Refleja la fortaleza de la mujer. No es tan raro. Creo que la imagen que tenemos en los países de Occidente de la mujer del mundo árabe como una persona oprimida no es del todo cierta. En Yemen, en la plaza donde se sucedieron las grandes manifestaciones, las líderes de la revolución son mujeres. En la sociedad yemení, son ellas las que realmente llevan el peso."
Aranda no elude en la conversación —breve por la pésima calidad de la línea telefónica— el debate, constante en la profesión, sobre el significado de la intervención del fotógrafo como persona que documenta una realidad. "Hoy recibiré no sé cuántas llamadas para felicitarme por el premio", dice. "Pero lo fundamental", recalca, "es que seamos conscientes de que lo importante no soy yo como fotógrafo. Es la mujer que fotografié, que muestra lo que está pasando en Yemen. Llevan un año de revolución, están machacados y nadie se acuerda de ellos".
Con humildad, Aranda piensa que existe el riesgo de poner la autoría por encima del periodismo. "Nosotros documentamos lo que pasa. No somos artistas ni creadores. Para mí, el fotoperiodismo es un oficio. Y creo que a veces nos olvidamos de ello, los fotógrafos corremos el riesgo de ser muy egocéntricos".
En España, nunca, ningún medio le ha dado la suficiente importancia a la fotografía
El fotógrafo catalán también ha declarado que espera que "esos editores gráficos que antes no te cogían el teléfono, ahora cojan las llamadas". Ningún medio español ha ofrecido un contrato estable para que cubra las revoluciones árabes, a pesar de haber sido portada en múltiples ocasiones en el periódico The New York Times. "Soy freelance", afirma. "Desde que empezó la primavera árabe, el 90% de mis ingresos han provenido del New York Times. En los últimos cuatro meses, tengo unas condiciones estables: me han hecho seguro médico y tengo exclusividad con el periódico a nivel de prensa diaria. Actualmente sólo trabajo con el NYT y el Magazine de La Vanguardia".
Mientras el ganador de la imagen del año del World Press Photo vende sus trabajos a la prensa estadounidense y es representado por la agencia Corbis, como fotógrafo ha sufrido en muchas ocasiones el desinterés de los medios españoles. ¿Qué está pasando?
"Es un problema, está muy viciada la situación", se lamenta. "Es como una espiral. En España, nunca, ningún medio le ha dado la suficiente importancia a la fotografía".
La conversación se corta y el operador tunecino ofrece todo el rango posible de mensajes de error que indican que Samuel Aranda, y su número de teléfono, están al límite. Como la cuenta bancaria de un fotógrafo independiente, premiado con el más prestigioso galardón del fotoperiodismo mundial, que hasta hace poco tenía grandes dificultades para pagar sus facturas.




martes, 28 de febrero de 2012

Fotos memorables / Kate Moss

VENDEN EN CASI 19 MIL EUROS



La instantánea de Moss, de gran tamaño y uno de los platos fuertes de la puja, muestra a la modelo británica desnuda y agachada, cuando era una adolescente y comenzaba a dar sus primeros pasos en el mundo de la moda, donde ahora es uno de los rostros más cotizados.
               La imagen en blanco y negro de la supermodelo londinense fue tomada al final de una sesión de fotografía en una terraza de Marraquech (Marruecos) en 1993 por el fotógrafo Albert Watson.
               La casa de subastas Bonham’s, que organizó la puja, había estimado que el precio de esa fotografía oscilaría entre las 12.000 y las 18.000 libras (entre 14.000 y los 21.000 euros).
               Watson consideró que esa foto de Moss, que forma parte de una serie, es “uno de las mejores fotografías que se han tomado nunca de ella, algo que ella misma ha señalado recientemente”.
La pieza más cara de la subasta fue una fotografía en blanco y negro del fotógrafo norteamericano Robert Mapplethorpe, ya fallecido, llamada “Calla Lilly” y tomada en 1986.
              Esa foto partía con un precio de salida de entre 30.000 y 50.000 libras (35.000 y 58.000 euros) y se vendió finalmente en 39.650 libras (46.274 euros).
             





            Otras piezas que hoy encontraron comprador fueron una instantánea de Brigitte Bardot, tomada en 1971 por Terry O’Neill, que alcanzó las 5.000 libras (5.835 euros), y una fotografía de la actriz Marilyn Monroe realizada por Andre de Dienes, tomada en el hotel Bel Air en 1952 y que fue vendida en 4.375 libras (5.110 euros).
             Otras piezas subastadas en Bonhams fueron una foto pequeña del pintor catalán Salvador Dalí, tomada por Horst P.Horst, por la cantidad de 3.250 libras (3.796 euros) mientras que una instantánea del cantante Frank Sinatra no encontró comprador. EFE





La foto favorita de Kate Moss, vendida por 19.000 euros

La imagen fue tomada en Marrakech en 1993 por el fotógrafo Albert Watson

EL PAÍS Madrid 17 NOV 2011 - 19:00 CET

La foto de una jovencísima Kate Moss ha sido vendida en Londres por 16.250 libras (18.964 euros) en una subasta de icónicas imágenes de famosos, entre las que se encontraban la actriz Brigitte Bardot o el pintor Salvador Dalí.
Moss aparece desnuda y agachada, cuando era una adolescente y comenzaba a dar sus primeros pasos en el mundo de la moda, donde ahora es uno de los rostros más cotizados. La imagen en blanco y negro de la supermodelo fue tomada al final de una sesión de fotografía en una terraza de Marrakech (Marruecos) en 1993 por el fotógrafo Albert Watson.
La casa de subastas Bonham's, que organizó la puja, estimó que el precio de esa fotografía oscilaría entre las 12.000 y las 18.000 libras (entre 14.000 y los 21.000 euros). Watson considera que esa foto de Moss, que forma parte de una serie, es "una de las mejores que se han tomado nunca de ella, algo que ella misma ha señalado recientemente".
Otras piezas que hoy encontraron comprador fueron una instantánea de Brigitte Bardot, tomada en 1971 por Terry O'Neill, que alcanzó las 5.000 libras (5.835 euros), y una fotografía de la actriz Marilyn Monroe realizada por Andre de Dienes, tomada en el hotel Bel Air en 1952 y que fue vendida en 4.375 libras (5.110 euros).
También se subastó una foto pequeña Salvador Dalí, tomada por Horst P.Horst, por la cantidad de 3.250 libras (3.796 euros) mientras que una instantánea del cantante Frank Sinatra no tuvo comprador.
Vea, además





Esther y Oscar Tusquets / "No tenemos claro si los hermanos pueden ser amigos"






Esther y Oscar Tusquets

"No tenemos claro 

si los hermanos pueden ser amigos"


Por Alberto OJEDA  
El Cultural, 28/02/2012

Publican el libro de conversaciones sobre su infancia y adolescencia 'Tiempos que fueron'



El apellido Tusquets tiene una sonoridad muy potente en la ciudad de Barcelona. No suele pronunciarse en balde. Los hermanos Esther (Barcelona, 1936) y Oscar (Barcelona, 1941) han contribuido en particular a ponerlo en el candelero de las conversaciones en los círculos burgueses e ilustrados de la ciudad. Ella ha dirigido la editorial Lumen durante cuatro décadas. Es autora de varias novelas y una minuciosa serie de memorias (Confesiones de una editora poco mentirosa, Habíamos ganado la guerra y Confesiones de una vieja dama indigna). Él es un hombre de un espectro creativo renacentista: pinta, esculpe, escribe... Aunque es la arquitectura (fundó el Studio Per junto a Lluís Clotet) lo que más fama le ha proporcionado. Entre ambos prima una relación fraterna, aunque no ha estado exenta de altibajos y palabras más altas que otras ("No tenemos ninguna habilidad como diplomáticos", explica Esther). Ahora publican un libro de conversaciones escrito a cuatro manos, Tiempos que fueron (Bruguera), donde repasan y cotejan experiencias comunes de su infancia y adolescencia (la narración acaba cuando llegan a la universidad). El relato resultante es un revelador retrato de la burguesía catalana, tan sustanciosa y tan contradictoria ella. 




Pregunta.- ¿Es cierto que las memorias de su hermana le habían despertado alguna contrariedad y quería corregirla en algunos puntos? 

Oscar Tusquets: ¡No, qué va! No hubo contrariedad alguna, solamente observé que recordábamos algunas cosas de forma bien diferente y Esther propuso que escribiésemos ambas versiones. No se trata de enmendar sino de dar una visión alternativa. 


P.- ¿Qué cree que aportan estas conversaciones respecto a lo que ya ha escrito sobre su infancia y su juventud? 
Esther Tusquets: La verdad es que este libro, de todos los que he escrito, es el que menos claro tengo qué es. No ha surgido de plan premeditado, sino que se ha ido construyendo sobre la marcha. Hemos hecho lo que nos ha dado la gana. He intentado eludir todo aquello en que se pudiera solapar con los anteriores. A mí me ha cambiado mucho la imagen de mi familia en algunos aspectos. Y creo que es muy interesante cómo vemos cada uno la relación con nuestra madre. 

P.- Usted siempre dice que a él lo quiso mucho más, y, además, no tienes muy claro que a ti te quisiera. 
E. T: Sí, mi madre lo adoraba. Eso ya lo sabía, pero hablando ahora con mi hermano me he dado cuenta de hasta qué punto era generosa y tierna con él. Y no, no tengo muy claro que me quisiera. 

P.- ¿Está de acuerdo, Oscar? ¿Esa visión le hace justicia a su madre? 
O. T: Nuestra madre ha sido una fuente de complejos y de inspiración para Esther. Como todo buen escritor no se trata de que la haga justicia. La venera y la odia en exceso. 

P.- ¿Y su padre? 
E. T: Era mucho más ecuánime a la hora de repartir los afectos entre los hijos. Aunque era un hombre muy difícil de entender. No creo que ninguno de los dos llegáramos a entenderlo bien nunca. En nuestra familia siempre ha sido complicada la comunicación, porque casi todos, en lugar de hablar, farfullamos. Lo bueno de mi padre es que era muy tolerante y permisivo. Si le pedías dinero, por ejemplo, no estaba preguntándote para qué lo necesitabas. Y siempre nos ha dejado hacer lo que queríamos. 

P.- ¿Ve a su hermano como a un amigo? 
E. T: Nos llevamos cinco años y eso se notaba en la infancia. El máximo grado de complicidad empezó cuando fundamos Lumen, en el trabajo conjunto en la editorial. Viajábamos mucho en coche. ¡A mí me encanta viajar en coche! Y antes era una maravilla, sin tanto tráfico. Íbamos juntos a la feria de Frankfurt. Ahí me sentía muy cercana de mi hermano. 

O. T: A mí en realidad lo que se me da bien no es la arquitectura, ni la pintura, ni la escultura... ¡Es organizar viajes! Creer que los padres pueden ser amigos de sus hijos es una simpleza. No sé si los hermanos lo pueden ser. No sé, no lo tengo claro...

P.- ¿Cuáles son los rasgos de la personalidad de su hermana que más valora? 
O. T: La sinceridad, la libertad, ser ella misma en todas las circunstancias. 

P.- ¿Y usted, Esther? 
E. T: Lo que más me gusta es que siempre me divierto con él. Yo soy alguien que se aburre mucho con la gente, por eso lo valoro tanto. Ante un cuadro, un libro, una película, mi hermano siempre te plantea teorías e ideas muy originales, que nunca antes has escuchado, muy creativas. Y además no es nada vanidoso. 

P.- ¿Y lo que menos soportáis el uno del otro? 
O. T: De mi hermana lo soporto todo pero me enerva un poco lo que en el libro denomino su buenismo zapateril. 

E. T: Su violencia verbal (no física, él nunca ha pegado a nadie), la protesta constante y la agresividad. Aunque yo también peco de lo mismo: no somos nada diplomáticos. Si alguien nos parece tonto, no podemos disimular. 

P.- ¿Hay posibilidad de que esta conversación se amplíe a los tiempos posteriores a la universidad? 
E. T: A mí lo que me pide el cuerpo ahora es volver a la ficción; novelas, que, aunque den menos dinero, me da igual. 

O. T: Pues Dios dirá, pero es difícil porque nuestras vidas surcaron mares algo diferentes a partir de entonces.

Nota: El nombre Oscar ha sido escrito sin tilde por expreso deseo de su portador.

EL CULTURAL







lunes, 27 de febrero de 2012

José Alfredo Jiménez / La enorme distancia

Jan y Martin Ruzicka
Tallistas checos
José Alfredo Jiménez
LA ENORME DISTANCIA

Estoy tan lejos de ti
y a pesar de la enorme distancia
te siento juntito a mí,
corazón, corazón, alma con alma,
y siento en mí ser tus besos
no importa que estés tan lejos.

Estoy pensando en tu amor
y a lo loco platico contigo.
Te cuento de mi dolor
y aunque me hagas feliz
no te lo digo.
Y vuelvo a sentir tus besos
no importa que estés tan lejos.

El cielo empieza a clarear
y mis ojos se llenan de sueño.
Contigo voy a soñar
porque, quieran o no,
yo soy tu dueño,
y siempre tendré tus besos
no importa que estés tan lejos.
Estoy pensando en tu amor.



domingo, 26 de febrero de 2012

José Alfredo Jiménez / El jinete

En mi cumpleaños, y a un tiro de piedra de la Plaza Garibaldi,
José Alfredo Jiménez, y una de las canciones más amadas.
Triunfo Arciniegas
Ciudad de México, 26 de febrero de 2012
Por la lejana montaña
Fotografìa de Triunfo Arciniegas



José Alfredo Jiménez
EL JINETE

Por la lejana montaña
va cabalgando un jinete.
Vaga solito en el mundo
y va deseando la muerte.

Lleva en el pecho una herida,
va con su alma destrozada,
quisiera perder la vida
y reunirse con su amada.

La quería más que a su vida
y la perdió para siempre.
Por eso lleva una herida,
por eso busca la muerte.

Con su guitarra cantando
se pasa noches enteras.
Hombre y guitarra llorando
a la luz de las estrellas.

Después se pierde en la noche
y aunque  la noche es muy bella
él va pidiéndole a Dios
que se lo lleve con ella.

La quería más que a su vida
y la perdió para siempre.
Por eso lleva una herida,
por eso busca la muerte.

Por eso lleva una herida,
por eso busca la muerte.






sábado, 25 de febrero de 2012

Françoise Gilot / La mujer que dejó a Picasso

Françoise Gilot con Picasso y Vilato
Fotografía de Robert Capa
Françoise Gilot
LA MUJER QUE DEJÓ A PICASSO
A Pablo Picasso le gustaba que sus mujeres fueran devotas y sometidas. Pero Françoise Gilot, colega suya y su amante desde 1943 hasta 1953, rompió el molde. A los 90 años, Gilot habla con franqueza de su relación con el pintor malagueño
Por Jane Hawley
The Sidney Morning Herald
Traducción de Mirta Rosenberg
La Nación, 2 de septiembre de 2011 


Françoise Gilot con Pablo Picasso
"La Galloise", 1952
Fotografía de Robert Doisneau

"Soy la única mujer que dejó a Picasso, la única que no se sacrificó al monstruo sagrado -declara Françoise Gilot, con una sonrisa desenfadada y desafiante-. Soy la única que aún está viva para contarlo. Después de todo, mire lo que les ocurrió a las otras -continúa, con sus cejas circunflejas enarcadas-. Tanto Marie-Thérèse como Jacqueline se suicidaron [la primera se ahorcó; la segunda se pegó un tiro], Olga se volvió histérica y casi loca. Dora Maar enloqueció."

Françoise Gilot, la esbelta belleza que a los 24 años Picasso inmortalizó como La Femme-Fleur , tiene ahora casi 90. Retrepada en una silla de salón Luis XV, en su departamento neoyorquino lleno de obras de arte, su diminuta figura irradia fuerza. Mientras habla, con un seductor acento francés, sus manos -de uñas pintadas de un rosa brillante- gesticulan con elegancia. Gilot sigue siendo la mujer enérgica, de inteligencia aguda y espíritu independiente que compartió una década apasionada con Picasso, desde 1943 hasta 1953.
Cuando se conocieron, ella tenía 21 años y era una novata estudiante de derecho, artista y escritora. Picasso tenía 61 y era el ardiente español celebrado como el genio modernista que reinaba en calidad del artista que más vendía en el mundo. Gilot le dio dos hijos notables: Claude y Paloma Picasso.
"Pablo era una persona maravillosa para estar con él, era como fuegos de artificio -recuerda Gilot-. Asombrosamente creativo, tan inteligente y seductor. Si estaba de humor para fascinar, era capaz de hechizar hasta a las piedras. Pero también era muy cruel, sádico y despiadado con los demás y consigo mismo. Todo debía ser como él decía. Una estaba allí a disposición de él: él no estaba a disposición de nadie. Pablo creía que era Dios, pero no era Dios? ¡y eso lo irritaba! Fue el amor más grande de mi vida, pero había que tomar medidas para protegerse. Yo lo hice: me fui antes de terminar destruida. Las otras no lo hicieron, se aferraron al poderoso minotauro y pagaron un precio muy alto."
Cuando se marchó con sus hijos, en 1953, Picasso le advirtió: "Nadie deja a un hombre como yo". Gilot y sus hijos también pagarían un precio muy alto. En 1964, Gilot publicó La vida con Picasso , un estudio de aguda percepción sobre cómo este artista perpetuamente inventivo metamorfoseaba las ideas en obras de arte, y sobre su volcánica energía, su espíritu travieso y su lado oscuro, siempre al acecho. Gilot también describió a Picasso como un "Barba Azul" y habló de sus constantes enredos con su sucesión de esposas/amantes/musas/modelos. El libro enfureció tanto al reservado Picasso que para castigar a Gilot cortó todo contacto con ella, Claude y Paloma, y se negó a verlos o hablarles hasta que murió, a los 91 años, en 1973.
Durante varios días, Gilot habló conmigo con sorprendente candor sobre Picasso y sobre los demás integrantes de "la tribu Picasso", sus otras mujeres e hijos. "Le estoy contando cosas que nunca antes dije abiertamente, pero ahora sólo me queda tiempo para la verdad", me advirtió. Sin embargo, hizo falta todo un proceso para llegar a ese punto. El disparador fue una invitación a escribir sobre una exhibición importante, Picasso: Masterpieces from the Musée National Picasso, que viene a la Art Gallery de Nuevo Gales del Sur en el mes de noviembre. Si había alguien a quien yo quería entrevistar, era a Gilot. ¡Imposible!, me dijeron.
Así que rastreé a John Richardson, ahora dedicado a compilar el cuarto volumen de su magistral biografía de Picasso, y él fue quien me sugirió que le escribiera a Gilot. Como mi carta no recibió respuesta, me arriesgué a llamarla por teléfono. Ella me informó en tono altivo que se niega a todos los pedidos de entrevistas: "Es un desperdicio de mi precioso tiempo. Picasso fue una parte importante de mi pasado, pero yo no vivo en el pasado. Tengo la mente puesta en mi propia obra y pinto todos los días", replicó. Cuando ella estaba a punto de colgar, le mencioné que recordaba que había hablado en el Festival de la Semana de Escritores de Adelaida, en 1984. "Ah, sí? me gustó Australia. Además la pintura aborigen de ustedes me resultó tan interesante, porque es como un encuentro, de origen tan antiguo pero muchas obras se ven tan contemporáneas." Esto entreabrió una puerta para la conversación que, sorprendentemente, duró toda la hora siguiente, y luego vino la concesión: podría aceptar una entrevista si le enviaba por fax una lista de nuevas preguntas.
"Me niego a hablar de cualquier cosa que haya escrito o dicho antes: eso es una pérdida de mi tiempo. A mi edad, puedo mostrarme displicente con esa clase de cosas", advirtió. Le dije que la entendía y que podía ser directa con los australianos. "Pero soy francesa, y también soy directa", respondió, riéndose. Cuando le mandé las preguntas por fax, me sentía como si estuviera rindiendo un examen. A la una y media de la madrugada sonó mi teléfono: "Soy Françoise, okay, puede verme en Nueva York, durante dos horas. Pero nada de fotógrafos".
No sé bien si el portero anunciará "Madame dice oui " o "non" cuando llego al gracioso y antiguo edificio de departamentos donde vive Gilot, cerca de Central Park. Es oui (alivio) y un amigable pero cauto bonjour a las diez de la mañana, cuando ella abre la puerta y me guía a través de sus grandes habitaciones de techo alto, revestidas de libros y en general, de sus propias y coloridas pinturas abstractas, y una obra favorita de Georges Braque. Ningún Picasso.
"Sólo tuve un único Picasso, La Femme-Fleur , pero lo vendí hace años, porque sentí que me traía mala suerte -comenta Gilot sin que se lo pregunte-. Nunca acepté más pinturas, porque Picasso hubiera dicho: ?¡Ah, ya ves, eres igual que todas las otras!'. Así que no acepté nada, seguí siendo independiente. Además, sabía que si una le aceptaba cosas a Picasso, quedaba en deuda con él y había que pagarla de otra manera. Él quería que yo fuera sumisa, como las otras mujeres, pero nunca fui sumisa."
Educada para ser abogada, una confiada hija única de una familia de la alta burguesía, Gilot le aclaró a Picasso que no quería que la pintara. "No quería hacerme famosa como el período Gilot' -dice- después de los períodos Fernande/Eva/Olga/Marie-Thérèse/Dora Maar. Sabía que la manera de Picasso de eliminar una mujer tras otra era pintar sus retratos", agrega con una risa musical. De hecho, Picasso pintaba retratos despiadados cuando una mujer perdía su favor: por ejemplo, Olga con dientes de navaja, vagina con filo de sierra, cuerpo retorcido, mientras en el fondo se cierne una seductora imagen de su reemplazante de 17 años, Marie-Thérèse.
"La tragedia de esas otras mujeres -explica Gilot- es que les complacía que el famoso Picasso las pintara todo el tiempo, porque eso las hacía sentirse importantes. Se sentían halagadas, pero estaban atrapadas y vivían a través de él. Pero como yo también soy pintora, ¡creo que eso es una estupidez! Como sabemos perfectamente todos los artistas, aunque Picasso estaba pintando el retrato de una mujer, siempre se trataba de su propio autorretrato. Todas las pinturas de Picasso son un diario de su vida."
La Femme-Fleur floreció después de que Picasso llevó a su nueva relación amorosa a visitar a su viejo amigo Matisse. "Le gusté a Matisse, quien anunció: 'Voy a hacer un retrato de Françoise, su cuerpo será azul pálido y su cabello verde hoja' -recuerda Gilot-. Cuando nos fuimos, Picasso estaba indignado. Sólo había hecho dibujos de mí, y ahora dijo que él me pintaría primero. Mi retrato se convirtió en la mujer-flor, con rostro azul pálido y cabello semejante a una hoja."
Muy pronto resulta claro: el exquisito dilema de Gilot es que la enorgullece y al mismo tiempo la irrita que la definan como una de las mujeres de Picasso. Insiste en que es una persona por derecho propio y enumera detalladamente su larga carrera artística con justificado orgullo. Un ingenio agudo y el sentido del humor animan su conversación; sin embargo, se irrita fácilmente si una se mete en el sitio inadecuado, y no vacila en hacerlo saber.
Pero una vez que alguien forma parte de la leyenda de Picasso, se queda allí, y su mente ágil parece disfrutar analizando sus años con Picasso como una festividad histórica, y también examinando las paradojas del genio de Picasso.
"Mi relación con Picasso fue un romance de época de guerra, las circunstancias extremas nos unieron de una manera que nunca se hubiera dado en épocas de paz -admite con franqueza-. Era la Segunda Guerra Mundial, en el París ocupado por los alemanes, una época de gran peligro y desastre absoluto. Picasso era un héroe para mi generación: había pintado Guernica y era un símbolo de resistencia contra el fascismo y el régimen de Franco. Implicaba gran coraje de su parte quedarse en París en vez de escapar a América. En cualquier momento podían arrestarlo, pero ésa era su manera de decirle no a la opresión. Varios miembros de mi familia estaban en la Resistencia, y los mataron. A mí me habían arrestado en una manifestación estudiantil y mi existencia también era precaria. Los alemanes odiaban a los estudiantes de derecho, así que yo había cambiado la abogacía por mi verdadera pasión: el arte. Todos podíamos morir mañana: eso me volvió intrépida. Conocía la reputación de Picasso con las mujeres, y sabía que irme a vivir con él podía ser una catástrofe, pero decidí que se trataba de una catástrofe que no quería perderme."
Muy pronto ya estaba alternando con el círculo habitual de artistas y escritores amigos de Picasso: Braque, Léger, Miró, Giacometti, Cocteau, Colette, Gertrude Stein y Alice B. Toklas, el poeta Paul Éluard. Picasso, que tenía una veta sádica, le pidió a Gilot que leyera las obras de marqués de Sade, tal como se lo pedía a todas sus mujeres, pero ella se negó de plano: "Le dije a Pablo que la crueldad del marqués de Sade estaba por todas partes en esa guerra, y que no necesitaba leer más de eso", dice. Y agrega, con tono hosco: "Muchas mujeres muy femeninas tienen una faceta masoquista, así que a Picasso le resultó perfecto con las mujeres que me precedieron. El sádico con la masoquista. Pero yo no era masoquista ni sádica, simplemente, no jugaba ese juego".
Sonriendo una vez más, Gilot recuerda que en sus largas y animadas conversaciones con Picasso, con frecuencia él le preguntaba: "¿Por qué siempre me contradices?". "Le contesté: 'Debe de ser porque tenemos un diálogo, no un monólogo. Todo el mundo te dice siempre que sí, como la corte que rodea a un rey, así que a mí me toca decir no'. Eso le gustó. Cuando todo el mundo te dice que sí, posiblemente te sientas poderoso, pero también te sientes muy solo. Yo me di cuenta de que Pablo era una figura muy solitaria."
A Gilot la asombró mucho descubrir que el magistral artista había engañado a todos para que creyeran que su confianza en sí mismo era suprema. Sí, Picasso sabía que en unas pocas horas en su estudio podía hacer cualquier cosa que quisiera, dice Gilot. Pero al mismo tiempo, también padecía una ansiedad suprema, porque quería encontrar una nueva verdad, un nuevo camino en el arte. Como artista joven, a ella le pareció maravilloso que alguien que había creado una obra maestra tras otra aún padeciera esa inquietud. "Picasso siempre se sentía solo, en peligro; nadie comprendió eso -cuenta Gilot-. Me dijo que yo tenía una clase especial de sabiduría y de equilibrio que lo tranquilizaba, y yo creí que podía ayudarlo."
Su rutina diaria era que Picasso se despertaba tarde, alrededor de las diez de la mañana, de talante pesimista. "Pablo solía quejarse de que la vida era insoportable: para qué tenía que levantarse, no tenía sentido intentar pintar nada -relata Gilot-. Yo lo convencía de que después de todo las cosas no eran tan malas, porque seguramente hoy pintaría algo maravilloso. Venían de visita algunos amigos, Pablo ganaba alguna discusión, recargaba sus baterías, volvía a convertirse en rey. Finalmente, alrededor de la una de la tarde empezaba a trabajar en su estudio, de buen humor."
Picasso trabajaba hasta las diez de la noche -siempre en silencio, sin música, sin asistentes- y entonces paraba para cenar. Fumaba 40 cigarrillos por día, pero nunca bebió. Podía volver a trabajar y se iba a la cama a las dos de la mañana. Al día siguiente, repetía la misma rutina. "Era agotador -recuerda Gilot- pero toda mi vida aumenté mi nivel de autoexigencia. Era una jinete experta? ¡así que verdaderamente tenía buen equilibrio!"
Las dos horas que me había asignado se estiraron a tres, luego Gilot amablemente me invitó a quedarme a almorzar. Se dirige al comedor con la espalda tan erguida como si todavía estuviera adiestrándose en su caballo, en el Bois de Boulogne. La mesa está tendida formalmente, con un mantel de hilo francés y platería de época, y Anna María, su jovial criada, ataviada con un uniforme azul, nos sirve un centelleante salmón ahumado, huevos y ensalada de palta con vino blanco. Durante el almuerzo, Gilot habla, casi siempre con empatía y amabilidad, sobre las otras mujeres de Picasso. "Es como las siete esposas de Barba Azul, una sabe que están allí colgadas de la pared? ¡y que finalmente también a una le ocurrirá lo mismo!"
Gilot no conoció a la primera pareja duradera de Picasso, Fernande Olivier, la artista y modelo que vivió con él desde 1904 hasta 1912, ni tampoco a su sucesora, Eva Gouel, quien murió de tuberculosis en 1915, pero sí conoció a las otras. "Picasso les mentía infinitamente a todas -dice- para mantenerlas orbitando a su alrededor, de una manera perversa y posesiva."
En 1918, Picasso se casó con la bailarina rusa Olga Khokhlova y ambos compartieron diez años cada vez más conflictivos. Picasso pronto empezó a aborrecer la obsesiva escalada social y la creciente neurosis de Olga, pero no podía divorciarse dado que el divorcio era ilegal en España. Olga lo persiguió hasta el día en que murió, presuntamente demente, en 1955. El hijo de Picasso y Olga, Paulo, nacido en 1921, murió a los 54 años, víctima de un trágico alcoholismo.
"Yo conocía bien a Paulo; ambos éramos de la misma edad. Era un encantador joven que sufrió una vida muy difícil debido a sus dos padres -dice Gilot-. Picasso nunca quiso que su hijo llegara a nada; lo menospreciaba y lo convirtió en su chofer [Picasso no conducía]. Cuando nos mudamos al sur de Francia, Paulo nos llevaba en auto a las corridas de toros, que Picasso adoraba, porque para él la vida era una corrida, una sangrienta lucha con la muerte. Se identificaba con todos los protagonistas de la plaza de toros, incluyendo al toro."
Rebobinemos hasta 1927, cuando Picasso vio a Marie-Thérèse Walter, de 17 años, comprando un cuello de Peter Pan, y puso su mirada magnética y todo su encanto al servicio de seducirla. "Marie-Thérèse fue la más física de las relaciones de Pablo -cuenta cándidamente Gilot-. Las pinturas que hizo de ella son extremadamente sensuales, líricas y suaves, en colores pálidos, oceánicos. Siento simpatía por ella, porque era tan inocente? no muy inteligente, pasiva, agradable y bella. Ella lo adoraba, no tenía otra cosa en su vida, y en 1935 dio a luz a la hija de ambos, Maya."
Pero el afecto de Picasso pronto se marchitó y en 1936 conoció en un café a la fotógrafa surrealista Dora Maar, que clavaba un cuchillo entre sus dedos, sacándose sangre. Picasso se sintió atraído por los aspectos perversos y salvajes de Maar, dice Gilot sin tapujos, y agrega: "Ninguna de las otras mujeres de Picasso eran muy inteligentes; provenían de familias pequeñoburguesas y no habían tenido una buena educación. Dora era la más inteligente; sin embargo, no entendió a Picasso y entró en juegos sádicos con él. Tenía problemas psicológicos y para 1943 Picasso ya había decidido que estaba completamente loca".
Dora Maar fotografió el Guernica mientras Picasso lo pintaba, y soportó la pesada carga de la furia y el horror del artista ante la guerra y el sufrimiento. Gran parte de esa furia se descargó en las pinturas que hizo de ella: Mujer que llora. En La vida con Picasso, Gilot escribe que en 1943 Picasso le aseguró que sus relaciones con Marie-Thérèse y Dora Maar estaban concluidas, aunque seguía haciendo dos vistas semanales a Maya y a su madre. ¿Gilot pensaba que esas visitas eran algo más que paternas?, me atrevo a preguntarle.
Ahora Gilot admite: "Oh, claro, probablemente. Eso era parte de su vida. Yo no lo consideraba una amenaza. Después de todo, ¿qué cambiaba si volvía a tener relaciones sexuales con Marie-Thérèse otra vez? Era algo que había hecho desde 1927? ¡y ya estábamos en la década de 1950! Mi relación con Pablo era completamente diferente. No estaba celosa de Marie-Thérèse ni de Dora Maar. Las dos aparecían en la obra de Picasso, y la mejoraban. Sabía que Picasso era como un gran río que arrastraba en su corriente restos y esqueletos. Necesitaba mucho sexo, ese impulso primario era parte de su constitución". Como estamos hablando del tema, me atrevo a preguntar si Picasso era un gran amante. "Sí, lo era, cuando quería", responde, con una risa alegre.
Cuando estaban viviendo en el sur de Francia, recuerda Gilot, Picasso la convenció de tener hijos diciéndole que los unirían como pareja y la completarían como mujer. "Me preocupé porque Pablo todavía estaba legalmente casado con Olga, pero él prometió que siempre amaría y cuidaría a nuestros hijos", subraya. Claude y Paloma nacieron en 1947 y 1949 respectivamente.
Gilot creía que conocía mejor a Picasso que el resto de sus mujeres. "Sabía que el artista que había pintado Guernica no era ningún angelito -reconoce-. No se podían aplicar los mismo valores éticos a un artista muy creativo y a una persona corriente de clase media." Picasso no podría haber pintado como lo hizo sin experimentar altibajos extremos, en diversos aspectos. Su conducta podía llegar a ser muy primitiva. "Pablo tenía la cruda curiosidad de un niño que toma un reloj y lo destruye para ver lo que tiene adentro -asegura Gilot-. Hacía lo que se le antojaba en cualquier momento, sin pensar en las consecuencias." La conducta de Picasso se hizo cada vez más injusta y cruel, y la preocupación de Gilot sobre los efectos que eso tendría sobre sus hijos se profundizó.
A Gilot le resultó cada vez más difícil mantener una relación familiar en la que, define, "Picasso era un dios, y yo y mis hijos, meros seres humanos". Picasso se había jactado de que gozaba haciendo sufrir a las personas que lo amaban. "Una vez le pegunté a Pablo por qué era tan malo con Sabartés, su leal secretario, que lo veneraba. Picasso respondió: ?Sólo soy malo con la gente que amo. Con la gente que no me importa, soy amable'. Típico de él: lo que hacía era poner a prueba nuestro afecto. Todos los días tenía que enzarzarse en algún combate y ganarlo. ¡Picasso era cualquier cosa menos racional!"
Gilot piensa que las pinturas de ella que hizo Picasso durante ese período son reveladoras. "Pablo pintó una serie de caballeros medievales con armadura, de cinturas finas, a caballo? todos ellos son yo. Se quejaba de que yo nunca me quitaba mi armadura. ¡Sí, porque no quería resultar muerta! También pintó muchas langostas? también son yo, con esa coraza protectora."
Aunque había entregado completamente su vida a amar y comprender a Picasso, a Gilot le resultó cada vez más claro que él nunca había llegado a conocerla. Cuando Picasso la cortejaba, ella estaba tan arrobada con él que escribió: "Había momentos en que parecía una imposibilidad física respirar si él no estaba presente". Pero ahora anhelaba calidez humana y sabía que jamás podría provenir de Picasso. "La idea del amor de Picasso era principalmente física y posesiva, nada que ver con dar. Al mismo tiempo, su lado bueno era tan inteligente que cuando una estaba con él, escuchando sus ideas y viéndolo pintar, solía ser tan asombroso que una sentía que era testigo de un milagro. Eso era lo que daba. Si una podía apreciarlo, eso era lo que recibía de él."
Ninguna mujer había abandonado nunca a Picasso y él echaba chispas, colmado de incredulidad, cuando Gilot se llevó a Claude, de 6 años, y a Paloma, de 4, a París, a un departamento que había comprado con una herencia de su abuela. "Yo tenía dinero y una carrera propia, una familia y un círculo de amigos propio que me ayudarían a reconstruir mi vida", explica Gilot. Después, Claude y Paloma pasaron cada vacación escolar con Picasso, que seguía viviendo en el sur de Francia.
El rechazado genio de 71 años pronto eligió a una nueva mujer bien dispuesta: la asistente de alfarería Jacqueline Roque, de 27 años, y se casó con ella tras la muerte de Olga. Gilot habla de Jacqueline con absoluto desdén: "Jacqueline era una mujer vacía, una estúpida pequeñoburguesa que carecía de inteligencia, muy posesiva con Picasso. Pablo estaba feliz porque otra vez tenía una mujer sumisa, que le decía que todo lo que él hacía era maravilloso y que nunca lo criticaba". Y agrega, con tono desafiante: "Los mejores años de la pintura de Pablo ya habían terminado cuando conoció a Jacqueline. Antes, con frecuencia había pintado imágenes eróticas, pero nunca pornográficas, y ahora empezó a poner vaginas y anos en cada pintura".
Gozando perversamente con la idea, Gilot confía: "Escuché decir que Picasso había empezado a tener problemas con su virilidad. Conmigo aún era muy potente, pero se estaba haciendo viejo. Aunque hubiera querido dejar a Jacqueline, debe haberlo irritado que su cuerpo lo obligara a ser más fiel que su mente. ¡Ja, ja!"
Gilot dice que hasta Jacqueline, "todas las mujeres y niños de la tribu Picasso habían dejado espacio para los otros. Yo sabía que las otras mujeres le seguían enviando a Pablo cartas de amor, y que él les contestaba. Yo siempre había invitado a Maya a pasar las vacaciones escolares con nosotros, y siempre alenté a Maya, Paulo, Claude y Paloma a que fueran amigos. Pero Jacqueline quería a Picasso todo para ella".
El derrumbe llegó en 1964, con la publicación de La vida con Picasso, de Gilot. Claude Picasso, que tiene un departamento ultramoderno en Nueva York al lado del de su madre, con espléndidos Picasso y Matisse, retoma la historia al día siguiente. Bajo y robusto como su padre, Claude tiene la inconfundible mandíbula cuadrada y los profundos ojos negros de Picasso. Todo su cuerpo delata su dolor mientras recuerda el día que vio a su padre por última vez, en 1964, cuando era un estudiante de 16 años.
"Eran las vacaciones de Pascua. Paloma y yo tomamos el tren hacia el sur de Francia, fuimos a la casa que nuestra madre conservaba allí y luego llamamos a la casa de mi padre. ¿Podía venir a buscarnos el auto, como siempre? No vino nadie. Esperamos durante días, no vino nadie. Finalmente, nos encontramos con Pablo y Jacqueline? Ella fue la que más habló. Dijo que Pablo había sido despiadadamente herido por el libro de mi madre y que era culpa nuestra, porque Paloma y yo tendríamos que haber impedido que lo escribiera. Dejaron claro que mi padre había terminado con nosotros. Yo me enojé con mi padre, pensé que se estaba comportando como un viejo tonto y débil. Paloma estaba devastada, se sentía completamente rechazada. Llamamos, escribimos cartas, todo inútil. Él tenía 83 años, vivía como un recluso. Cada año yo iba al sur e intentaba verlo. Trepé los muros de su casa, para verlo, pero nunca lo vi."
Más tarde Gilot continúa: "Picasso demandó a mi editor francés, perdió el caso; apeló y volvió a perder. El día que se anunció el veredicto, me llamó por teléfono. 'Ganaste, bravo, te felicito.' Típico? admiraba al ganador. En ese juego yo había sido mejor que él, pero si hubiera perdido ¡me habría despreciado!"
El genio suele hacérselas pagar caro a los que lo rodean, tal como trágicamente lo aprendieron los más próximos a Picasso. Cuando murió, su funeral se celebró en un château rodeado por altos muros, Vauvenargues, en Provenza, donde está sepultado. Jacqueline se negó a permitir que Claude y Paloma tributaran sus últimos respetos a su padre o que asistieran al funeral. Claude recuerda: "Nevaba, después llovió. Paloma y yo permanecimos ante las puertas del castillo durante tres días, esperando que nos permitieran entrar, pero Jacqueline había dado la orden de que nos dejaran afuera". El hijo de Paulo Picasso, Pablito, tampoco pudo entrar. Se fue a su casa y se tomó una botella de lavandina. Sufrió una desdichada muerte tres meses más tarde. Pocos años después, incapaces de vivir sin Picasso, tanto Jacqueline como Marie-Thérèse se suicidaron.
Picasso, que temía la muerte, no dejó testamento, y eso causó un caos tras su deceso. Según la ley francesa de ese momento, los hijos nacidos fuera del matrimonio no tenían derecho a la herencia. Gilot, con su fervoroso sentido de justicia, había iniciado antes los procedimientos para que les concediera el apellido Picasso a sus hijos. "Fui Claude Gilot hasta los 12 años, y luego me apellidé Picasso", dice Claude.
Disfrutando en cierto sentido de la ironía, Gilot cuenta que usó lo que ganó con su libro para ayudar a Claude y Paloma a iniciar un juicio para convertirse en herederos legales de Picasso. "Llevó años, la ley estaba a punto de cambiar. Pero a consecuencia de la publicidad que rodeó nuestro caso, cambió inmediatamente y Claude, Paloma y Maya pudieron heredar de su padre." Picasso aún vivía cuando iniciaron el juicio. "Lo enfureció -asegura Gilot- pero había dado su palabra de que amaría y protegería a sus hijos, y no cumplió su promesa."
Ahora, Claude está a cargo de la Administración Picasso en París, que se ocupa de los derechos y otros asuntos legales. Es un inventario andante de la obra de Picasso. Admite que ser el guardián de la producción del padre que lo abandonó es una compleja situación emocional: "La vida te enseña a perdonar y te da responsabilidades", dice con suavidad.

La mujer flor
Pablo Picasso

ADIÓS A LA MUJER FLOR
Gilot accede a una sesión fotográfica y para nuestra siguiente visita está vestida de azul, con un arco iris en su chaqueta y en su echarpe. "Soy una colorista y adoro la manera en que los colores, uno junto al otro, disputan o cantan", confiesa. Subimos seis pisos en el ascensor de 1893 para ver el estudio bastante espartano que usa para dibujar. Ventanas altas dan sobre el techo del edificio vecino, donde se ven seis colmenas. "Las abejas consiguen polen de las flores de Central Park y regresan volando aquí para hacer miel", dice con deleite.
El gran estudio donde pinta, situado junto a su departamento, está repleto de sus coloridas pinturas abstractas, y hay más sobre los atriles. "A Picasso le gustaba mi obra", acota con orgullo. Los anaqueles trepan hasta el techo y, aunque Gilot no tiene obras de Picasso, sí tiene docenas de libros sobre su obra. Tentativamente le pregunto si podemos abrir uno donde esté la imagen de La Mujer Flor para una de sus fotografías. Gilot alza enfurecida la cabeza, lanzando chispas. "Absolutamente no. ¡Eso es el pasado!", nos espeta.
También se niega a posar junto a su colección enmarcada de fotos familiares, que incluyen varias de sus años con Picasso. "Podría parecer triste, y yo no estoy triste", afirma. Sin embargo, sí acepta posar con sus orquídeas Phalaenopsis, que están en flor. Mientras sitúa su cara serenamente junto a las flores, le pregunto cómo describiría su color, parece muy prosaico escribir "púrpura". "Exactamente. Un pintor lo llamaría magenta o fucsia", asiente con una sonrisa.
Expresa cierta preocupación por nuestras entrevistas anteriores. "Picasso es una deidad pública y no quiero que crean que lo critico. No me arrepiento ni de un instante del tiempo que pasé con él. Su arte es brillante, pero el hombre tenía defectos, y he sido honesta sobre el tema -explica-. Sé algunas cosas sobre Picasso que no sabe nadie, y podría decir cosas que lo enfurecerían."
Hizo varias cosas que enfurecieron a Picasso, agrega. Más tarde se casó dos veces, con hombres más próximos a su propia edad. Gilot contrajo matrimonio primero con el artista francés Luc Simon, con quien estuvo casada desde 1955 hasta 1962; la hija de ambos, Aurelia, es arquitecta. En 1970, Gilot desposó a otro "león", Jonas Salk, el descubridor de la vacuna contra la polio. Habla con profundo afecto de los 25 años que compartieron hasta que él murió, en 1995.
Con un brillo triunfal en los ojos, Gilot concluye: "Pablo dijo que mi vida estaría acabada cuando lo dejé, que para mí no habría nadie más que él. Pero me casé dos veces. ¡Eso fue un sacrilegio! Se suponía que sacrificaría el resto de mi vida a él, y entonces hubiera sido la historia perfecta de Barba Azul. ¡Yo la arruiné!"
LA NACION