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Juan Marsé
Foto de Caterina Barjau |
Juan Marsé
"El escritor, o es memoria o no es nada"
Juan Cruz
21 de diciembre de 2008
Hay algo de fuerte y de desvalido en Juan Marsé, como si aún fuera Juanito, y como si su biografía, de la que aquí habla, le estuviera siempre halando hacia la infancia, y, aún más, hacia el momento mismo en que nació. Pero es Juan Marsé, su rostro ya muestra esa edificación barroca que las personas alcanzan cuando son lo mismo por dentro que por fuera; aunque en la mirada de Marsé, en algunos de sus gestos menudos, uno vislumbra al adolescente que fue o al joven que aparece en muchos de sus libros, disfrazado con otras identidades. Un hombre de 75 años al que sus amigos mayores (muchos de ellos ya muertos) siempre llamaron Juanito; había dos Juanitos, el otro era García Hortelano, uno de sus amigos más grandes. Su nieto Guille, que tiene nueve años, le llama abuelito, y comparte con él al menos una preocupación: la vestimenta que ambos han de usar en Alcalá de Henares cuando el Rey le entregue al autor de Últimas tardes con Teresa el Premio Cervantes. Marsé tiene que ir con chaqué, y se lo tendrá que probar en Madrid en enero, y Guille le pregunta a su madre, Berta Marsé, escritora también, autora de cuentos, si se fabrican igualmente esos vestidos para los niños. El abuelo cree que mejor va vestido de marinerito, y alguien dice que quizá el niño pueda ir vestido como iba Juan Marsé cuando ganó el Planeta (en 1978) y se presentó ante el entonces president Tarradellas con un pantalón de pana y una cazadora amarilla. Vamos con la familia Marsé (falta Joaquina, la mujer, la abuela, que se quedó en Barcelona) hacia Andorra, donde al patriarca le van a dar el Premio Carlemany del Principado. La única posibilidad que hubo de llegar a tiempo era si íbamos con él en este viaje que es preludio del que hará a Alcalá de Henares y que es una interrupción más, pero gloriosa, a la escritura que ahora le tiene aún más ensimismado: Aquel muchacho, esta sombra, una novela por la que se ha cruzado, otra vez, un elemento más de su historia familiar, la verdadera, la que le convirtió en un hijo adoptivo al que por eso mismo le importan un bledo las identidades que tanto conmueven el solar patrio. En este viaje, Marsé compartió mesa y mantel con académicos, profesores y funcionarios, y contó ante ellos, con esa sonrisa tímida, como de adolescente que está de campamento, parte de su biografía; cuando trabajó de mozo de laboratorio con el científico Jacqtorio con el científico Jacques Monod en el Instituto Pasteur de París, o cuando daba clases de conversación española a la hija del pianista Robert Cassadesús, que se llamaba Teresa, lo que son las cosas... Y allí, junto a la mesa del comedor del hotel andorrano, Guille descubrió la nieve y un piano, y se llevó al abuelito hasta el teclado, y ahí otra vez se produjo en Marsé esa sonrisa de excursión que es la que tiene en los momentos felices. Éste es uno, nosotros lo vimos. Antes nos habíamos sentado a conversar, él tomándose una cerveza y coida y sobre la vida. Le sacamos la política, pero en un momento determinado prefirió seguir hablando de la vida. Es decir, de la memoria. "Yo no me olvido", eso dijo, y de eso, de la memoria, va su obra. Ustedes verán.
Qué raro, una entrevista a Marsé en Andorra. Ser de un país como éste no estaría mal.
Si uno hace un somero repaso a nuestra historia, llega a la conclusión de que haber nacido entre montañas en este paisaje maravilloso, pues sí, no estaría mal. Y no lo digo sólo por el paisaje.
¿Nosotros vivimos en un país raro?
Raro y que parece que aún no acaba de encontrar su estabilidad democrática. Hay todavía muchos resabios y sombras de nuestro pasado inmediato, concretamente de los cuarenta años del franquismo. Cuentas pendientes con muchas cosas. Con la Iglesia católica, por ejemplo.
Y todo parecía haberse resuelto en la transición...
Se dice que han sido heridas mal cerradas. No lo sé. Durante el primer Gobierno socialista se podrían haber resuelto algunas cosas en relación con la Iglesia. Pero los pactos sobre el Concordato fueron más de lo mismo. Y bajo el Gobierno de Aznar tampoco se hizo nada. Ahora tampoco se está haciendo nada de nada al respecto. Así que salta la chispa cuando menos te lo esperas. Hoy es un crucifijo, mañana es una monja... Esto es una lata. No es el problema más importante que tiene el país, pero lo digo porque refleja una cierta dejadez del Gobierno en materia de educación.
El Gobierno introdujo Educación para la Ciudadanía, y las reacciones dieron la impresión de que la asignatura la dictaba el diablo.
Es un ejemplo. Todavía parece como si fuésemos aprendices en el terreno democrático. Si no fuera porque es dramático, como escritor me troncharía de risa con lo que ha pasado con la Educación para la Ciudadanía y con la memoria histórica. La memoria es el instrumento más importante que tiene un escritor. Que no remuevas las cosas, dicen; eso es grotesco; es como si te negaran, en el caso de un escritor, el derecho a trabajar.
En su caso, la memoria es lo fundamental.
O es memoria o no es nada. Ya sé que se refieren a la memoria colectiva. Pero llega un momento en que esa apelación a que no se remuevan las cosas también afecta a la memoria personal.
La jerarquía católica no siempre fue igual. En la transición tuvimos a Tarancón.
La Iglesia de Roma es al final lo que pesa, la jerarquía eclesiástica es la que manda. Tarancón fue único. Y a él le costó mucho; le gritaban y lo insultaban por la calle.
"Tarancón al paredón".
Hoy día no sé qué le habría pasado. Coincidió en un momento de grandes esperanzas. Realmente la transición fue útil. La izquierda, sobre todo, cerró la boca, a ver si salíamos de aquello. Había la ilusión de que un día hubiera justicia histórica, como en Alemania o en Italia. Y Tarancón estaba en ese momento ahí. Yo creo que él pensó que con el tiempo esto se iba a resolver.
Algo habremos avanzado.
Por supuesto. De alguna manera, la Ley de la Memoria Histórica y la Educación para la Ciudadanía están en marcha, guste o no guste. Y otras cosas que tienen que ver con la vida civil, cuestiones sobre el aborto, aún no resueltas del todo...
En la derecha ahora hay personalidades bien definidas. Ahí tiene a tres muy significados: Aznar, Esperanza Aguirre, Mariano Rajoy. ¿Qué imagen tiene ahora de Aznar?
Me parece un político mediocre. Es difícil hallar aquí una persona homologable a políticos de derechas notables de otras latitudes. Aznar me parece mediocre. No me atrevo a decir lo mismo de Rajoy, que me parece un hombre inteligente. Y Esperanza Aguirre me parece un personaje pintoresco; desde el punto de vista político no tiene la menor entidad. Me parece todo artificioso en ella. Pero déjame que me defienda de las cuestiones que abordas. Suelo citar unas palabras de Joyce en el Retrato del artista adolescente. Dedalus le dice en un momento determinado a un amigo suyo: "Me estás hablando de religión, de patria, de nación; bueno, éstas son las redes de las cuales estoy intentando escapar". ¿Entendido?
Entendido. Sin embargo, de nación no hemos hablado.
¡Cómo que no! No en el sentido nacionalista, ya veo que no. Pero ahí sí que no tengo ningún empacho en decir que yo no soy nacionalista. Ni de Cataluña, ni de España, ni de China, ni de Andorra. No tengo ningún problema identitario. ¿Qué problema identitario voy a tener si además soy adoptivo? Tuve que rastrear mi identidad desde que cumplí los 10 años; supe entonces que había otra familia, que mis apellidos eran otros. Durante unos años estuve como que no sabía de dónde había venido. No sé hasta qué punto eso pudo haber influido punto eso pudo haber influido en mi personalidad, no me gusta especular sobre estas cosas. Pero hoy día puedo afirmarte que no estoy dispuesto a dejarme desafiar por asuntos de identidad, ni de banderas, ni de patrias.
Se evita usted discusiones enfermizas.
Nunca he entendido ese énfasis: "Yo soy así y soy de aquí". Y se creen que por eso ya uno es mejor que otro. No sé de dónde proviene ese orgullo. Estoy orgulloso de pocas cosas. Estoy orgulloso de que pongo mucho esmero en el trabajo, por ejemplo. Pero en esas cosas de la identidad no pongo esmero alguno. Me da igual.
Hasta dónde llega la obsesión por la identidad, que incluso marcó el día de la concesión del Cervantes...
Pero luego he sabido de manera fidedigna, de parte del propio ministro, César Antonio Molina, que él no dijo eso. Se dijo que había dicho que se me premiaba por defender la lengua española en Cataluña. Yo jamás he escrito una línea para defender la lengua española; creo que se defiende sola... Hay, sí, alguna problemática en Cataluña en relación con el español, algunos excesos, alguna cuestión que no acaba de ajustarse bien, y creo que se ajustará. Y te puedo asegurar que mi nieto Guille es un ejemplo. Él habla perfectamente catalán y español. Su padre es uruguayo, su madre es catalana. Y en mi casa pasó otro tanto... Se ha exagerado la problemática por intereses estrictamente políticos, y eso me revienta. Uso la lengua para comunicarme, no para defender ideas políticas. Y tal como dije entonces, cuando se anunció el Cervantes, cuando se utiliza la lengua como una bandera, me pongo la mano en la cartera porque sé que de algún lado me van a sacar los cuartos. Pero lo que dijo el ministro no es lo que dijeron que dijo. Lo que dijo fue lo que está en este papel: "... y también el haber contribuido desde Cataluña a la lengua común de 500 millones de personas".
Fue su premio una gran alegría para mucha gente. ¿Usted cómo lo recibió?
Pues a mí también me dio alegría. Lo que pasa es que pensaba que otra vez sería finalista. Así que fui tranquilamente al cardiólogo, a una revisión rutinaria. Bueno, tranquilamente no, porque él me halló un poco nervioso al tomarme la presión. Y le expliqué: "Es que ahora dan el Cervantes, y he sido candidato desde hace un par de años, y, quieras que no, eso te agita, aunque sepa que no voy a ganar". Entonces él me dijo: "Bueno, que conste que si lo ganas, quiero que digas que estás vivo gracias a mí".
El doctor Massip.
Sí, y así lo dije, estoy vivo gracias al doctor Massip. Cuando llegué a casa, ésta ya estaba invadida por periodistas y fotógrafos. Y yo contentísimo, ¿por qué negarlo? Contentísimo.
O sea, que ya tiene los dos grandes premios de la literatura en español, el Rulfo y el Cervantes.
El Rulfo me hizo mucha ilusión también, porque yo tuve la suerte de conocer a Juan Rulfo en 1973, cuando me dieron en México un premio por Si te dicen que caí, que no pudo publicarse en España entonces, y se publicó después de la muerte de Franco. Ese premio mexicano me llegó muy hondo, y es muy importante para mí también.
Ahora aparece en el libro de Jordi Gracia sobre Dionisio Ridruejo que éste se sintió retratado...
Publicó un artículo sobre ello en la revista Destino. Hacía una reflexión sobre aspectos que se le habían escapado de la dictadura y de la Falange, que conocía a fondo. Cuando surgió la posibilidad de la edición española de Si te dicen que caí, a finales de 1973, al editor de Novaro en Barcelona se le ocurrió la idea de utilizar como prólogo ese texto de Ridruejo; pensaba que con ese prólogo la censura sería favorable a la publicación del libro. A mí me parecía que pasaría todo lo contrario, porque el régimen no estaba nada contento con Ridruejo, por supuesto. En el ínterin había habido una visita a Ridruejo en su casa de Alella. Fuimos Jaime Gil de Biedma, Ana María Moix y yo. Me pareció una persona estupenda, con una gran elegancia intelectual... Cuando se planteó la posibilidad de convertir su texto en un prólogo, le expuse la cuestión y él me dijo que quería ampliarlo. No hubo tiempo. Y se hizo una edición con su artículo, pero la censura se cargó el libro igualmente.
Era una tradición que la censura se ocupara de usted.
Una estudiante americana que preparaba una tesis sobre la censura en España se metió en los archivos y encontró cosas muy curiosas. Al final del informe sobre Si te dicen que caí, el censor decía algo así como: "Si quitamos que salen maricones y gente de malvivir y prostitutas, si quitamos todo eso, todavía sería una porquería la novela". Para que quedara claro, ¿no?
Qué España más oscura.
Sí. En 1966, con Últimas tardes con Teresa, el régimen se estaba tratando de lavar la cara, se acababa de promulgar la Ley de Prensa de Fraga. Con Si te dicen que caí, en 1973, las cosas estaban peor. Es fácil de comprender: eran los últimos coletazos del franquismo.
Han pasado más de cuarenta años de Últimas tardes con Teresa, 35 de Si te dicen que caí, y usted ha seguido publicando. No sé si 'Yo no me olvido' sería una divisa de todo lo que ha escrito.
Sí, si hubiera que buscar un asunto que lo englobara todo, probablemente sería ése. Yo no me olvido. Bueno, es lo que te decía antes: el escritor, o es memoria o no es nada. En mi caso, yo prefiero que la memoria esté implícita, un historiador o un sociólogo. Cuando uno se dedica a la literatura de ficción se supone que es para crear un mundo. También un mundo que tenga algo que ver con éste, naturalmente.
Claro.
Pero un mundo con sus propias leyes internas, de armonía, de estructura, de ecos y de resonancias. En el trasfondo hay algo personal. Hay, por ejemplo, una constante en mis novelas: lo del padre ausente; o está en el exilio, o está oculto, o está muerto. El padre ausente. Eso probablemente tiene que ver con mi biografía.
Si uno lee sus libros y los subraya, puede concluir una biografía suya.
Alguien está muy interesado ahora en mi biografía, y la está haciendo, Josep Maria Cuenca. Se lleva un trabajo tremendo, porque se encuentra dos familias... Rastrear mi familia biológica es un trabajo inmenso porque no queda casi nadie y hay una serie de puntos muy oscuros. A mí lo que me gusta decir es que mi biografía, la que yo conozco de mis padres adoptivos, está ya en mis novelas. En algunas está enmascarada, a veces está más explícita, pero está ahí.
Y además hizo usted un descubrimiento: lo que a usted le había contado su madre no era enteramente cierto...
Cuenca está investigando. Mi madre adoptiva había tenido un bebé muerto, y el médico le había dicho que no podía tener más hijos. Y mi madre había muerto. Mi padre me dio en adopción a esa señora. Ella salía con su marido de la clínica, pararon un taxi, y ahí iba mi padre, que la oyó llorar. Supo la historia, y les dijo: "A mí me ha pasado lo contrario. Perdí a mi esposa y tengo un niño de días. Y no sé qué hacer, porque además tengo otra niña de cinco años". Esa historia, según mi hermanastra Regina, no es cierta, mi madre se la inventó. Siempre he estado a favor de esa historia, me gusta porque parece sacada de una novela de Dickens. Pero Cuenca no ha encontrado en ninguna clínica ni en el Registro Civil constancia de ese niño muerto... Podían ser fantasías de mi madre, y mi madre adoptiva, Berta, tenía una fantasía extraordinaria...
Cualquier descubrimiento que uno haga a partir de una incertidumbre así tiene que producir una emoción enorme.
A estas alturas me espero cualquier cosa. Cuenca me ha preguntado sobre cuándo lo supe y en qué circunstancias. Yo tendría nueve años. Íbamos por la calle y una vecina le dijo a mi abuela paterna: "¡Qué niño más guapo! Se ve que no es un Marsé, porque no se parece en nada ni a su padre ni a su madre". Le pregunté a la abuela y ella empezó a contarme...; decía que había otros padres míos, pero que eso me lo comentaría mi madre, "porque ella prometió decírtelo cuando tuvieras 10 años". Eso precipitó la confesión de mi madre. Pero entonces yo me acoracé, no quería tener más padres, ya estaba bien con los que tenía. Y después tomé una actitud de indiferencia, de que aquello me resbalaba. Y mi padre adoptivo nunca me comentó nada. Cuando fui ya mayorcito, Regina empezó a contarme cosas de mi padre biológico... Pero yo estaba tan bien con aquellos padres, que decidí que aquéllos eran mis padres y punto.
Lo cierto es que su literatura y su autobiografía se juntan en su obra.
Lo difícil es decir en qué porcentaje. A mí me gusta decir que hay mucha inventiva, que yo escribo novelas porque me gusta imaginar otras vidas... Cuando uno está leyendo una buena novela no está pensando en rastrear aquellos hechos que pueden tener que ver con el que la ha escrito. Eso es irrelevante en la lectura. Después, el interés por el autor te puede llevar a establecer relación entre él y la obra. Lo importante es que una novela te hipnotice. ¿Qué más da si ésa es una historia inventada o no?
Pero hay un taller, y ahí está usted, con sus recortes y con su vida, con sus materiales. Si usted tuviera que hablar como su propio espejo, ¿cuál sería su lectura de lo que ha escrito?
Yo no veo más que defectos, casi. Yo sé perfectamente, y el lector no lo puede saber, el nivel que me propuse al empezar a escribir y el nivel que alcancé al terminar. El resultado final suele ser no un pálido reflejo, como dice el tópico, pero sí una sombrecilla de lo que yo quería conseguir.
Aquel muchacho, esta sombra. ¿Cómo sigue?
Me queda trabajo todavía. Soy de esos escritores que se explican mal, y para explicar este libro es mejor que aparezca.
¿Aquel muchacho es Marsé?
En parte sí. Hay experiencias personales bastante evidentes. Transformadas, metamorfoseadas, enmascaradas en la ficción.
Y el de verdad, ¿cómo era aquel muchacho?
Según Regina, yo era un buen chico. "Un buen chico. Lo que pasa es que tú no te acuerdas, pero tú eras un buen chico, tan buen chico que casi daba asco. Molt bon nano". Obediente.
¿Cómo se siente ahora?
Como ciudadano me siento fastidiado por muchas cosas que tienen que ver con la marcha de mi país. En el terreno familiar me siento muy estable, muy contento. Y en relación con mi edad, pues resignado, ¿cómo me iba a sentir?
El tiempo se lo lleva todo. Y su generación era de amigos, de muchos amigos. Este año se le murieron Ángel González y Rafael Azcona. ¿Qué ha sido la amistad para usted?
Muchísimo. A Azcona me lo presentó Ricardo Muñoz Suay, otra persona a la que yo quería mucho. Rafael me regaló un ejemplar de Los ilusos. Lo conservo en casa como un tesoro. Tenía un talento extraordinario. Conservo sus felicitaciones de Navidad y del aniversario de la República, una especie de collage que hacía con fotos y recortes muy divertido. Yo le enviaba unos dibujos que hago de cardenales y de obispos en su nube gloriosa... Bueno, eran bromas. En cuanto a Ángel, era entrañable, más de cuarenta años de amistad. Siempre que venía a Barcelona, antes de irse a América, nos juntábamos con él, Barral, Gil de Biedma, Juanito García Hortelano, con quien hice muchos trabajos de cine... Ángel traía su guitarra y cantaba boleros. En Barcelona se quedaba en casa de su amigo Manuel Lombardero, y nos veíamos. Su poesía ha sido para mí un ejemplo de civismo y de memoria, tan personal, tan suya. Me daba una imagen de una Asturias heroica, su madre, su familia. Ángel era extraordinario. Bueno, han sido los dos últimos amigos perdidos.
Cuando le dieron el Planeta [en 1978, por La muchacha de las bragas de oro] fue de trapillo, y el 'president' Tarradellas se lo reprochó. Y ahora afronta esta solemnidad.
Yo acababa de llegar del pueblo, iba con un pantalón de pana y una especie de cazadora amarilla, y no hubo tiempo para vestirme de otra manera cuando me avisaron para ir a la ceremonia. Al saludar a Tarradellas, éste me miró de arriba abajo, no me dijo nada, pero su mirada fue de reprobación. Tiempo después coincidimos en un concierto, al que fui con Joan de Sagarra. Y al saludarnos se echó a reír y me dijo: "Ja veig que avui va més arregladet...". Haré ahora lo que pueda para llevar ese chaqué con toda dignidad, y nada más.
Ya sé que me va a recordar lo que decía Dedalus. Pero no se puede conversar con Marsé sin preguntarle por Rouco.
Es un señor que no da una. Está en coor que no da una. Está en contra de todo lo que significa progreso, contra los condones, en fin... Es la cabeza mandante de la cúpula eclesiástica de este país, y en consecuencia, de esos programas horrorosos de la COPE, y no le da la gana corregirse. Muy poca calidad veo en ese señor. Se ha convertido en un mamut que está ahí, impidiendo que se legislen en este país una serie de cuestiones importantes para el progreso. Y no hay por qué ponerse así. Me merece todo el respeto la relación con los confesores y con la Iglesia, pero que dejen en paz a los que tienen que legislar en este país... Coges el periódico y siempre está ahí, interrumpiendo. No me gustan nada ni él ni su adlátere, Martínez Camino.
Estamos al final de un año en el que todo parece simbólico: el último atentado de ETA, la elección de Obama, la crisis...
Y prepárate, porque el año próximo va a ser más acusada todavía... A ver si al menos se resuelven algunas de las cosas que he dicho. A ver si Zapatero es capaz de poner a la Iglesia y a los obispos en su sitio, y a ver si el sistema judicial de este país se pone al día... En cuanto a la memoria histórica, a ver si dejan que la ley se desarrolle en paz, sin rencores ni revanchas. Y a ver si se mueve el sistema educativo, porque ahí hay un problema gordo también.
¿Y será Zapatero capaz?
Tiene una crisis económica clara... Sobre la crisis quiero recordar una frase de Brecht que siempre me gustó y que ahora se pone en evidencia: "Desde el punto de vista moral, es lo mismo atracar un banco que fundarlo".
Parece de El Roto... ¿Y Obama? Usted dijo un día que el Pijoaparte sería hoy un inmigrante del Magreb. Y un inmigrante del Magreb un día podría ser presidente del Gobierno...
Sí. Pero no olvides que de todos modos, y aunque Obama siempre puede ser mejor que Bush, el imperio es el imperio, y todavía es el imperio, y el emperador tiene que estar en función del imperio. Quiero decir que el presidente de los Estados Unidos es eso, el presidente del imperio, y el imperio es el imperio. No sé si me explico.
* Este artículo apareció en la edición impresa del domingo, 21 de diciembre de 2008