La escritora austriaca Elfriede Jelinek, de 57 años, fue galardonada ayer por la Academia Sueca con el Premio Nobel de Literatura 2004. Un premio inesperado para una escritora que ha experimentado con el ensayo, la poesía, la novela, el cine y el teatro. Muchos recibieron con sorpresa la noticia y destacaron el papel radical y combativo de la autora de La pianista en sus denuncias de la violencia sexual y la hipocresía social en un mundo regido "por los valores morales de los hombres". Elfriede Jelinek, que, como Thomas Bernhard, ha sido criticada e insultada brutalmente por la extrema derecha de su país, recibió ayer a EL PAÍS en su casa de Viena: "Intentaré apartarme de todo, desaparecer del ámbito público, irme lejos, porque este país me ha deshecho", aseguró.
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lunes, 18 de octubre de 2004
jueves, 7 de octubre de 2004
Del Parlamento la histórica cárcel de Lefórtovo
Del Parlamento
la histórica cárcel de Lefórtovo
La prisión del KGB siempre fue la mejor de la antigua URSS y en ella se aplicaron refinadas torturas
Moscú 7 OCT 1993
Ruslán Jasbulátov y Alexandr Rutskói, los derrotados líderes le la Casa Blanca, han tenido suerte. Han ido a caer en la cárcel privilegiada de Lefórtovo. Allí duermen en camas y no en catres, como en las demás prisiones, además de disponer de una celda para sólo dos personas, con lavabo y retrete incluidos. También pueden usar sábanas blancas, cosa excepcional, ya que los presos se han de apañar habitualmente de sábanas de color grisáceo por la mugre. La comida es relativamente buena y tienen autorización para fumar.El que se les deje fumar es muy importante para Rustkói y Jasbulátov. Aquél consume cigarrillos casi sin parar y éste es un gran fumador de pipa, aunque cuando era jefe del Parlamento prohibía que le filmaran mientras daba bocanadas su tabaco holandés por temor a las analogías con Stalin, que a menudo aparecía con pipa.
La cárcel de Lefórtovo siempre fue una de las mejores y albergó a ciudadanos ilustres. Lo malo es que la calidad también concernía a las torturas (en época estalinista tenían fama de ser donde los mejores especialistas aplicaban los tormentos más refinados) y a otros servicios, como la ejecución sumaria, que se practicaba in situ.
En la época brezhneviana, esta cárcel fue el lugar de reclusión de numerosos disidentes. Algunos de ellos se convirtieron en 1990 en diputados de Rusia, como el padre Gleb Yakunin, líder democristiano, y Serguéi Kovaliov, conocido luchador por los derechos humanos.
Durante la perestroika de Mijaíl Gorbachov, estuvieron presos en Lefórtovo dos extranjeros: el periodista norteamericano Nicholas Daniloff (acusado por el KGB en 1986 de realizar espionaje) y el alemán Matthias Rust, que en 1987 aterrizó con su avioneta Cessna 172 en la plaza Roja de Moscú, lo que sirvió de pretexto a Gorbachov a destituir a Serguéi Sokolov, el reaccionario ministro de Defensa.
Confianza de Pedro el Grande
La cárcel debe su nombre al distrito en que se encuentra, un barrio histórico que pasó a llamarse Lefórtovo porque allí estaba emplazado el regimiento que comandaba Franz Lefort, un suizo que sirvió en el Ejército francés y holandés, y desde 1678, en el ruso. Tras once años de vida militar al servicio del zar, Franz Lefort pasó a ser hombre de confianza de Pedro el Grande.
Junto con Rutskói y Jasbulátov han sido encarcelados en Lefórtovo alrededor de un centenar de sus seguidores de la Casa Blanca, entre ellos una serie de ministros paralelos nombrados después del 21 de septiembre (día en que Borís Yeltsin disolvió el Sóviet Supremo) por Rutskói y ratificados por el Parlamento: el de Defensa, Vladislav Achálov y su viceministro Albert Makashov (el general que dirigió personalmente el ataque contra la televisión de Ostánkino, donde se produjo la batalla más sangrienta de estos días con 62 muertos y más de 400 heridos), el del Interior, Andréi Dunáyev, y el de Seguridad, Víctor Baránnikov.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 7 de octubre de 1993
domingo, 3 de octubre de 2004
La sombra de Graham Greene
La sombra de Graham Greene
Norman Sherry concluye la biografía del escritor en el centenario de su nacimiento
WALTER OPPENHEIMER
Han pasado ya 27 años desde que Graham Greene estuviera a punto de morir atropellado al cruzar precipitadamente St James's Street desde Pall Mall. Acababan de presentarle a Norman Sherry, al que había invitado a almorzar en su club, el Savile, para observarle y decidir si le encargaba su biografía o no. Tenía prisa por enseñarle a Sherry "el lugar en el que solía quedar a beber con Kim Philby" y quiso cruzar la calle en cuanto vio un hueco entre los coches, pero un taxi le golpeó y le echó al suelo.
"Casi pierde usted su tema, profesor Sherry", dijo bromeando mientras se incorporaba. "Ni la mitad de malo de lo que hubiera sido si llega usted a perder a su biógrafo, señor Greene", le respondió Sherry. El escritor soltó una carcajada, le estrechó la mano y dio por cerrado el trato. Si había tenido alguna duda, la reacción de Sherry las había despejado. Sería su biógrafo.
"He llegado a conocerle mejor que a mí mismo. Mejor que las arrugas de mi propia frente", afirma Sherry
Era 1974. A Norman Sherry le ha costado 27 años completar ese trabajo, que ha culminado ahora, coincidiendo con el primer centenario del nacimiento de Graham Greene (1904-1991), que falleció habiendo visto sólo el primer volumen de La vida de Graham Greene (1989), que cubría el periodo 1904-1939, su infancia y juventud, sus años en Oxford, su conversión al catolicismo tras conocer a Vivien, la que sería su esposa de toda la vida pero no exactamente su única mujer, sus primeros éxitos literarios.
Hasta 1994 no apareció el segundo volumen (1939-1955), que cubre los años más prolíficos de Greene, en la cumbre lo mismo de su carrera de espía que de su talento literario. Son los años de El poder y la gloria, El ministro del miedo, El tercer hombre, El final de la aventura o El americano impasible. Son también los años de su aventura con Catherine Walston, de la desintegración de su matrimonio con Vivien (de la que se separó pero nunca se divorció), de sus aventuras en Kenia, en Indochina, en la península malaya.
Esta semana ha aparecido por fin el tercer volumen (1955-1991), que ha llamado la atención sobre todo por el detalle con que Sherry da cuenta no ya de los amoríos extramaritales de Graham Greene, sino de su gusto por el sexo de pago, algo que el escritor jamás mantuvo demasiado en secreto y de lo que dejó amplio reflejo en sus diarios. Su biógrafo revela ahora alguna de las listas de prostitutas elaboradas por el propio Greene, en las que utilizó sobrenombres como "rusa con botas", "hermoso culo en S. Kensington", "galesa", etcétera. Son éstos los años de Antibes, de su último gran amor, Yvonne Cloetta, los años de Nuestro hombre en La Habana, Los comediantes, Viajes con mi tía, El cónsul honorario, El factor humano, Monseñor Quijote.
Tras más de un cuarto de siglo dominado por la figura de Graham Greene, Norman Sherry, de 69 años, que al empezar el encargo se trasladó desde Leicester, en el centro de Inglaterra, a Trinity University, en San Antonio (Tejas, EE UU), se declara "cósmicamen-te agotado". En el último año ha sido operado de todos los dientes superiores y de un pinzamiento de columna y le han detectado un problema de próstata. En sus años siguiendo la sombra de Greene por medio mundo contrajo gangrena en Panamá, fue detenido en el Haití de los Duvalier y sufrió enfermedades tropicales en Liberia, donde un malhechor le destrozó un oído al introducirle un revólver en la oreja.
"Pasé siete años errando y contrayendo enfermedades y 20 años escribiendo. ¿Puedo decir que tengo una imagen infalible de él? No, por supuesto. Pero he llegado a conocerle mejor que a mí mismo. Mejor que las arrugas de mi propia frente", reconocía estos días Sherry en The Independent.
La familia de Greene, discrepa. "No me tomaría lo que dice Sherry como si fuera la Biblia. Hay muchos errores, muchas faltas", ha dicho su hija, Carolina Bourget. "Quienes quieran conocerle de verdad han de leer sus libros", sostiene su sobrino Nick Dennys. "Era una persona muy receptiva, con una capacidad para la empatía que traspasaba todas las fronteras. Ésos son detalles que se pierden en las biografías".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 3 de octubre de 2004