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sábado, 21 de junio de 2003

Rafael Chirbes / Amor, decoro y confianza

Rafael Chirbes


  • Rafael Chirbes

Amor, decoro y confianza


En su reciente libro de ensayos, El novelista perplejo, Rafael Chirbes expresa su admiración por El buen soldado, de Ford Madox Ford. De esa gran novela el escritor valenciano extrae una sustancial lección, "la falta de fiabilidad de cualquier narrador". Acto seguido agrega que todo narrador debe "ganarse la confianza a pulso". Se hace necesario introducir esta reflexión porque quien la lleva a cabo es el mismo que pone en funcionamiento un problema parecido en su nueva novela. Chirbes, con Los viejos amigos, cierra un gran ciclo temático y estilístico comenzado con La larga marcha y continuado con La caída de Madrid.El problema al que hacíamos referencia antes tiene que ver con la mentira y la verdad, y con los dispositivos narrativos que convierten estos conceptos en la novela en una dialéctica irresoluble. Una dialéctica pletórica de fuerza expresiva, pero también llena de secuelas morales irreversibles. La variedad de voces que componen el tejido argumental de Los viejos amigos, es algo más que la suma de almas y perfiles de una generación confiada en su papel de motor de la historia. Esas voces tienen que lidiar con algo más que con su contemporaneidad, tienen que responder ante sí mismos de todos sus fracasos e imposturas.

LOS VIEJOS AMIGOS

Rafael Chirbes
Anagrama. Barcelona, 2003
221 páginas. 13 euros
Unos amigos se reúnen para festejar un reencuentro a las luces y sombras de sus vidas particulares. Viven en Madrid y en esta ciudad convivieron con sus utopías, con sus desengaños amorosos, con sus actos de renuncia al borde de la ruindad. Escritores fracasados, pintores a los que las cosas no les fueron mejor, galeristas ricas, expertos en infidelidades varias. Detrás ha quedado la era de las promesas sublimes, la movida madrileña, los gobiernos del PSOE, la resaca de borracheras inútiles, el sida y algún hijo que muere empachado de drogas. En Los viejos amigos,Rafael Chirbes ensaya una estructura polifónica, no para transmitirnos ninguna verdad sino para que escuchemos. Cada personaje tiene la oportunidad de contarnos su historia. Y en esa oportunidad está en juego su fiabilidad. Se deberá ganar a pulso que le creamos o no. Mientras esto se decide el lector habrá asistido a una representación de la tristeza humana. Casi al final de esta lúcida y bellísima novela, un personaje, casi ajeno a todo lo que ocurre en ella, ruega porque su mujer esté dormida cuando él regrese de sus copeos nocturnos. Es una autoexigencia de decoro y amor. "Es tan misterioso el ser humano", dice el hombre. Esta muestra de delicadeza humana nos viene relatada indirectamente. Pero por una vez, puede que esta anécdota sea lo más aproximado a una metáfora de verdad innegociable que todos los personajes de Chirbes anduvieron buscando durante toda su vida.



Rafael Chirbes / Las novelas se escriben contra la literatura

Rafael Chirbes

"Las novelas se escriben contra la literatura"



El narrador, que publica Los viejos amigos, critica a una generación, la suya, que se olvidó de la tradición republicana y postergó sus sueños igualitarios cuando llegó al poder. Además, revisa la idea de literatura social y arremete contra la cultura como forma de dominación.


Qué podemos hacer para no morirnos de uno en uno?". Con esta pregunta, que quedó sin respuesta, cerró Rafael Chirbes (Tabernes de Valldigna, Valencia, 1949) la presentación pública de Los viejos amigos,una novela que retrata sin clemencia a una generación que cambió el sueño de la revolución por "las perdices de Zalacaín" y prefirió "curarse con la medicina del olvido en lugar de aprender con el purgante de la memoria".
PREGUNTA. Su generación llegó al poder con unas ideas que quedaron en el camino.
RESPUESTA. ¿Al poder? La mitad de mi generación está por ahí alcoholizada, en los bares, o viendo partidos de fútbol. En La larga marcha, un personaje dice: "Al poder siempre llegan los peores", porque llega el que pacta con el gran hermano, en este caso, el grupo que entendió que lo ineluctable iba a llegar.
P. ¿Por eso se refiere a la transición como una larga traición?
R. Es lo que descubre Max Aub en los sesenta: no hay dos Españas, sólo hay una, la otra no existe. Toda aquella enseñanza de la Institución Libre y los ateneos obreros no nos había llegado. Habían llegado tres poemas de Alberti, pero no esa manera de ver el mundo que no era el crucifijo y el Cara al sol en las escuelas. Aunque recordar esto es crear un problema porque se supone que hemos llegado a un acuerdo y ahora debemos llevarnos civilizadamente. Pero el que ocupó las tierras se quedó con las tierras ocupadas y el que ocupó la cátedra con la camisa azul se quedó con ella. Hubo un pacto para no matarse, pero hay que saber que alguien había perdido.
P. ¿Se abandonó esa memoria?
R. El PSOE se quería ganar a las clases medias provenientes del franquismo, y esa memoria no le servía para nada... hasta que pierde las elecciones. Cuando se descubre que el vaso natural de la otra memoria es el PP se quedan sin referentes porque, como decía Benjamin, la memoria es la apropiación de un hecho pasado. "¿Y ahora?", se dicen. Y empieza la eclosión de la novela de la guerra. Surge el problema de la legitimidad.
P. ¿En qué consiste?
R. La cuestión es: ¿usted de quién procede?, ¿en nombre de quién ostenta el poder? Aznar afirma proceder de ese liberalismo que dice: "En la guerra se mataron los rojos y los azules. Yo soy el centro e inauguro a Max Aub y a Lorca", y la Residencia de Estudiantes se convierte en objetivo privilegiado porque se está saqueando una parte de la memoria que otros han dejado saquear. Los socialistas se lo hubieran impedido uniéndola a su carro triunfal, pero no lo hicieron.
P. ¿Sólo "cuando se perdió el poder, se ganó la memoria"?
R. Sí, se dicen: "Sólo si volvemos a ser los hijos de los republicanos tenemos algo que ofrecer a nuestros votantes".
P. Usted tampoco escapa a la crítica. ¿Sólo se puede escribir contra uno mismo?
R. Tus propios libros terminan contándote cosas que no querías oír. Además, todos mis personajes son yo: egoístas, odiosos, bondadosos...
P. ¿Por qué recurre en Los viejos amigos a una sucesión de monólogos?
R. Porque es una época de dispersión: esa gente vive sola y va a morir sola. No hay un superyo moral que organice todo eso. Ni siquiera me valían los diálogos, porque no hay un proyecto común.
P. Pero lo hubo: la revolución, el fantasma de su novela.
R. Un fantasma idealizado y absurdo.
P. ¿En qué momento se produjo la resignación?
R. Lo he dejado oscuro porque los personajes ven cómo sus proyectos se degradan. Ninguno hace el trabajo que quería. El escritor vende chalets, el arquitecto se rinde a su suegro... Hay un momento en el que se acepta la vida provisional, o sea, no se renuncia a la revolución, pero se dice: "Yo de momento voy a hacer esto otro". El problema es el "de momento".
P. "Lo que sabíamos iba contra lo que necesitábamos", escribe. Lo que desactiva la revolución no es la represión...
R. Es el dinero, el desarrollo.
P. ¿Hay un punto medio entre ser colaboracionista o marginal?
R. No sé. Éste no es un libro de teoría política. Se trata de que cada uno se pregunte dónde está. Contar eso, que la vida no se puede vivir provisionalmente porque uno no se queda embalsamado, sino que se degrada. La vida es muy corta: crees que estás madurando, y lo que pasa es que te estás muriendo.
P. ¿Y qué podemos hacer para no dejarnos morir de uno en uno?
R. Cuando no tienes un proyecto común estás muerto.
P. ¿Por qué?
R. La idea de la muerte se vuelve tremenda cuando no hay continuidad, cuando morir es un acontecimiento, porque en las edades de oro no se moría: quedaba la obra, el trabajo.
P. Se dice de usted que es un novelista social.
R. No sé si social. Lo que pasa es que no me gusta que me engañen. A lo mejor lo que soy es un novelista orgulloso, por ir contra las versiones oficiales.
P. Eso supone creer que las palabras pueden cambiar algo, sin embargo, usted sostiene que la literatura es inane.
R. Tengo una sensación rara, porque sospecho de la cultura como forma de dominación. No como saber más sino como saber más que, como una forma de tapar la boca al otro. Hemos tomado el poder los de la palabra, y los que realmente hacen cosas -casas que no se caen, carreteras que no se hunden- son los que mueven la sociedad, eso sí, al dictado de una serie de señores que nos hemos apropiado de sus cabezas.
P. También es muy crítico con la literatura "ligera".
R. Estoy contra la literatura que te deja feliz contigo mismo y pensando que los demás son menos que tú porque no han leído lo que tú lees, contra la literatura como sofá y como trono.
P. Otra de sus críticas: el arte por el arte es "negocio por el negocio".
R. Esa idea viene de Hermann Broch. El arte por el arte es falta de escrúpulos. Las novelas se escriben siempre contra la literatura, que es lo que hay, lo establecido.
P. ¿Ve demasiada comodidad en el panorama español?
R. Los escritores que han entrado en los grandes grupos han acabado siendo iguales, mirando el mundo desde el mismo sitio. A sus columnas les puedes intercambiar la firma. Hay mucha caridad cristiana, mucho no al chapapote, no a la guerra, no a Aznar. Todo eso lo doy por supuesto.
P. Tan crítico con "los suyos", ¿no tiene miedo de que lo llamen conservador?
R. ¿Conservador? ¿Crees que los del PP se tragan este libro?
P. No lo leerán.
R. Ahí voy. Yo escribo para mi público. Con el señor Fraga, que fue ministro del Interior mientras yo estaba preso en Carabanchel, no tengo ninguna discusión ideológica que hacer. Intento escribir desde donde creo que se puede crear, desde mi generación y desde los que vengan por ahí. ¿De qué vamos a hablar Rato y yo? Tendré que hablar conmigo ¿no?


jueves, 5 de junio de 2003

Rafael Chirbes / Los viejos amigos



Rafael Chirbes describe el desencanto 

de una generación en 'Los viejos amigos'

AURORA INTXAUSTI Madrid 5 JUN 2003
Crítico y radical se manifestó ayer Rafael Chirbes en la presentación de su último trabajo, Los viejos amigos (Anagrama), que, según dijo, cierra un ciclo novelístico porque cuenta el final de una generación, la suya, que "soñó con cambiar el mundo, pero aplazó el momento", lo que hizo que ya no sirviera para nada.
Chirbes (Tabernas de Valldigna, Valencia, 1949), autor de La larga marcha y La bella escritura, novelas en las que refleja la época franquista y sus consecuencias para España, termina ahora con Los viejos amigos una etapa de su vida literaria. "No sé si será mi última novela o no, lo que sé es que me he quedado vacío". La obra de Chirbes parte del encuentro de un grupo de viejos camaradas que se reúnen para una cena, años después de haber tenido un proyecto común que no llegó a ninguna parte.
Los amigos hacen repaso en esa reunión de sus vidas y el tiempo les devuelve la imagen de unas existencias vividas provisionalmente, en las que el vacío se llena a menudo de culpa, desengaño, rencor o traición; en definitiva, de vida. Los comensales y actores principales de esta novela son un constructor, un pintor que trabaja de vigilante en un hotel, una profesora, una publicitaria y un novelista fracasado que vende apartamentos a los turistas, cuyas vidas se contradicen y ponen en evidencia el vacío de ciertos discursos ideológicos.
Los viejos amigos, según Chirbes, son personas que, en el fondo, "son todos yo". El novelista acepta que "pinto poco en este mundo", en el que prolifera mucha basura en todos los frentes, incluido el literario, donde la gente escribe de lo que la gente quiere leer, aunque precisó que todavía quedan algunos que hacen cosas diferentes.