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sábado, 31 de marzo de 2001

Joan de Sagarra / Escritores



Escritores


JOAN DE SAGARRA
31 MAY 2001

- Viajes. Recibo una postal de Enrique Vila-Matas y Paula de Parma desde Budapest. 'Viaje al Danubio y Budapest (todo maravilloso), viaje tan relámpago que el sello lo pondremos en Barcelona'. Antaño los escritores viajaban para luego escribir un libro en el que nos contaban su viaje, lo que habían visto, lo que habían comido, las mujeres que habían amado... Hoy, los escritores viajan para promocionar sus libros en las ferias de libros. Como haría un podólogo en un congreso de podólogos o un fabricante de chorizos en una feria alimentaria. Viajes relámpago, dos, tres, máximo cinco días. Del aeropuerto al hotel, del hotel a la feria, y vuelta a empezar. Ruedas de prensa, una copa en la embajada, cenas con los colegas...


Escritores: Vila-Matas en Budapest, Esther Tusquets se confiesa, Camilleri y el pulpo de Andratx, Simenon y sus 10.000 mujeres...

Eso no es viajar; eso es venderse, promocionarse. 'Mais les vrais voyageurs sont ceux-là qui partent/pour partir', escribía Baudelaire en un célebre poema. Pero hoy ya nadie, o apenas nadie, parte por partir, en especial los escritores. Todo tiene un itinerario previamente establecido, unos horarios y un destino.
¿Qué destino? Esta semana releo Venises, de Paul Morand, publicado en 1971, cinco años antes de su muerte. El gran viajero que fue Morand escribe: 'Je reste insensible au ridicule d'écrire sur Venise, à l'heure où même la primauté de Londres et de Paris n'est plus qu'un souvenir, où les centres nerveux du monde sont des lieux sauvages: Djakarta, Quemoy, Saigon, Katanga, où seul compte l'Asie...'. Y uno agradece esa insensibilidad al ridículo del escritor francés al tiempo que saborea una de las viejas descripciones que se han hecho de Venecia en el siglo pasado.
Transcurridos 25 años, aquellos lugares salvajes de que hablaba Morand ya no nos resultan tan salvajes. El exotismo en sí puede resultar hoy tan ridículo como la pretensión, en 1971, de escribir algo nuevo sobre Venecia. Lo que cuenta es el ojo, el oído, el olfato, el tacto del escritor, un escritor que conserva aquella devoción por los mapas y las láminas del niño del célebre poema de Baudelaire, para el que 'L'univers est égal à son vaste appétit'.
Volviendo a mi primo Enrique y a su telegráfica postal de Budapest, estoy convencido de que este relámpago danubiano habrá de reflejarse en su próxima novela. Mi primo es así: en medio de una feria de libros, de una muchedumbre de escritores y editores, es capaz de vislumbrar al fantasma de Sandor Márai bailando el vals con una princesita montenegrina de verdes ojazos. Mi primo Enrique, escritor de raza, hace honor a aquel dicho de Cocteau: 'He visto un lince que no me ha visto'. El escritor-lince, el escritor-sombra, el cual, mientras bebíamos nuestro Jameson en el bar de Peter's, en Horta, en las Azores, y Bryan Ferry cantaba As time goes by, me decía estar viendo al mismísimo Humphrey Bogart tomándose una copa en la barra con Antonio Tabucchi. Hoy, Tabucchi le devuelve el cumplido en su último y precioso libro, Si sta facendo sempre più tardi (Feltrinelli), en el que le escribe una carta en la que partiendo de un viejo fado de Amália Rodriguez esboza un 'omaggio a Enrique Vila-Matas e alla genialità antropofagica della sua opera'.
- Mamá. Esther Tusquets, pija irremediable, jugadora de póker, amante de los perros y vagamente sentimental, acaba de regalarnos con un estupendo libro: Correspondencia privada. Destaca en él el retrato que la escritora hace de su madre: 'Eres la más alta , la más rubia, la más inteligente...'. Lo que en principio parecía iba a ser un ajuste de cuentas termina en una apasionada declaración de amor, o de amor-odio, si lo prefieren. De haber sido Esther un chico podría haberle dicho a su madre lo que un muchacho de una pieza teatral de Marius von Mayenburg le dice a la suya: 'No bastaba con que fueras mi madre, ¡encima tenías que ser una mujer!'.
Hacía tiempo que no leía, disfrutaba con un retrato tan potente de una señora de la burguesía catalana. 'La más brillante, la más ocurrente, la más ingeniosa'. Tan sólo un par de objeciones. 'Tus sombreros', escribe Tusquets, 'los confeccionaba una exiliada de algún país del Este, de nombre tan difícil de pronunciar e imposible de recordar'. ¿No sería Katona? Segunda objeción. Dice la autora que en los escenarios españoles de la década de 1950 triunfaban La herida luminosa,El divino impaciente y En Flandes se ha puesto el sol: 'Ma cosa stai dicendo, Esther? Dove hai fatto gli studi?'. Me sorprende que una chica aficionada al teatro, que incluso se matriculó en el Instituto del Teatro, ignore que los grandes éxitos teatrales de los cincuenta fueron, amén de La herida luminosa, La murallaDónde vas Alfonso XII. El divino impaciente era una pieza de repertorio -la llevaba Ulloa en el suyo-, raras veces representada, en cuanto a En Flandes se ha puesto el sol, ni siquiera alcancé a verla.
La mafia. Al Pulpo de Andratx parece ser que no le entusiasman las 'novelitas' de Andrea Camilleri. Opina que son sainetes con divertidos diálogos, para diversión de los italianos, como les divierte Berlusconi, al que también admiran. Pues bien, para los que piensen que las 'novelitas' de Camilleri son algo más, que Sciascia no está lejos, me es grato hacerles saber que el Instituto Italiano, en colaboración con la filmoteca, ha montado una retrospectiva del realizador Giuseppe Ferrara, autor de títulos tan significativos como Il sasso in bocca, Il caso Moro, Giovanni Falcone, Donne di mafia... Coincidí el lunes con Ferrara en el Instituto Italiano. Un tipo simpático. Dice que no le teme a la mafia: 'Matar a un hombre es una operación que sale cara y yo no valgo semejante cantidad'. Cine duro, honesto, inteligente. El próximo jueves, en el Instituto Italiano, conferencia de la profesora Maria Falcone, hermana del juez asesinado: 'Impegno civile a difesa della cultura della legalità nella lotta alla criminalità organizzata'. Y el 26 de junio, si nada lo impide, en el mismo Instituto podremos ver Il ladro di merendine, el primer episodio de la serie Montalbano que retransmitió la RAI. Una gozada (por confirmar).
- Simenon. El pasado domingo, en este periódico, Mario Vargas Llosa publicó un artículo, El sexo frío, en el que hacía una referencia a Georges Simenon y a aquel 'millar de mujeres que, en su autobiografía, se jactaba de haberse llevado a la cama'. ¿Y qué hacemos, Mario, con las 9.000 restantes? Georges Simenon, 'l'homme aux 400 livres et aux 10.000 femmes!'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 31 de mayo de 2001


lunes, 26 de marzo de 2001

Un incendio carboniza a 58 jóvenes en un internado de Kenia

 


Un incendio carboniza a 58 jóvenes en un internado de Kenia

La policía sospecha que el siniestro fue provocado con gasolina


Nairobi - 26 MAR 2001 - 17:00 COT


Cincuenta y ocho niños perecieron ayer carbonizados en el internado de Kyanguli, a 65 kilómetros al este de Nairobi, en el peor incendio de los últimos años en Kenia. El jefe de policía, Julius Narangui, aseguró que el siniestro fue provocado y que éste comenzó cuando los niños dormían. 'Es una de las peores escenas que he visto en mi vida', dijo. 'El número de muertos es muy elevado; muchos están irreconocibles'.

jueves, 22 de marzo de 2001

Imre Kertész / Existen medios para dominar al hombre

Imre Kertész

 IMRE KERTéSZ

'EXISTEN MEDIOS PARA DOMINAR AL HOMBRE'


HERMANN TERTSCH
11 MAR 2001

Europa y EE UU han abierto un debate sobre el Holocausto que ya se refleja en miles de publicaciones. Judío, escritor y superviviente de los campos de exterminio, Imre Kertesz, hizo de ello arte literaria lejana del sentimentalismo.
Es muy difícil encontrar a alguien con semejante sonrisa y gesto amable que sea menos ingenuo que este hombre. Es cada vez más improbable conocer a alguien que haya interiorizado con tanta fortuna -para él y para los demás- el horror que ha presenciado, alguien que haya convertido el miedo al ser humano en calor agradecido hacia la vida y los humanos en su entorno. Judíos húngaros víctimas supervivientes del nazismo y del comunismo ha habido muchos. Pero ninguno ha sabido plasmar como Imre Kertesz en su obra las tinieblas de aquel pasado que siempre retorna y la fuerza del recuerdo en el diálogo de una víctima consigo misma -del Yo y el otro que da título a uno de sus libros más bellos- y que no concluye sino con la muerte.
Quien ha escrito obras como la ya citada, Sin destino, Kadish por el hijo no nacidoo Fiasko tiene que ser un gran escritor, pero Kertesz es a todas luces -su mera presencia lo evidencia- más que eso. Es una persona que ha sabido hacer arte literaria y cultura en donde otros sólo pueden encontrar desolación y neurosis. Su sonrisa es un continuo alarde de voluntad de conciliación con un mundo que a él en ningún momento podría engañarle. Y su amabilidad parece una bondadosa venganza en contra de las crueldades y miserias que tan bien conoce. Tiene la misma mirada limpia que pocos años antes de su muerte mostraba otro gran hombre, Marek Edelmann, otro judío, otro superviviente de la mayor tragedia habida nunca para la civilización, el holocausto, la brillante planificación nazi para el exterminio total de los judíos en Europa.
Edelmann fue un héroe de la resistencia en el gueto de Varsovia, y no sólo allí. Kertesz, casi un niño entonces, es un héroe de la memoria y el relato reflexivo de historias sobre quienes mataban y morían. Edelmann era un soldado que ayudó a organizar una tropa de autodefensa contra el crimen donde apenas había mimbres para ello. Kertesz es la versión más genuina del individualista de rebeldía serena que uno pueda imaginar. Nunca fue soldado. Su labor ha sido, tal como la define él, 'escribir en el humo y cavar con la pluma su fosa en las nubes', recordando los versos de Paul Celan, víctima a su vez y a su manera del holocausto, en los que cantaba a los judíos de Auschwitz 'subiréis como humo en el aire, luego tendréis una fosa en las nubes, donde no existen estrecheces'. Paul Celan se quitó la vida. Edelmann murió en la ciudad polaca de Lodz, octogenario, con toda la dignidad que había caracterizado su vida. Kertesz vive -contra todo pronóstico inicial y después de saber a qué huele la carne humana quemada y el humo que se llevaba hacia el cielo por las chimeneas a hombres, mujeres y niños-. Escribe y recuerda en Budapest. Sus éxitos literarios en Europa son enormes desde que fue descubierto por editores alemanes y desde que la censura comunista y la ignorancia occidental sobre el Este ya no constituyen un muro virtual para la literatura centroeuropea no exiliada en Occidente.
Su novela Sin destino, ya publicada en castellano por el Círculo de Lectores, es un libro imprescindible por su fuerza y emoción carentes de sentimentalismo. Con cierto contenido autobiográfico, es para muchos la mejor novela jamás escrita sobre el holocausto y una de las más grandes obras europeas de la segunda mitad del siglo XX. Con un lenguaje que, como dice el autor, es producto de dictaduras del siglo europeo, el joven judío de Budapest Köves va descubriendo el mundo del terror en los campos de exterminio y recreando continuamente la realidad en los mismos, al tiempo que se transforma él, con su mirada lúcida, tan lejana del cinismo como del sentimentalismo .
Kertesz detesta el sentimentalismo que tanto prolifera en obras sobre el genocidio nazi y destaca especialmente al director norteamericano Steven Spielberg, cuya Lista de Schindler considera el mejor ejemplo de cómo no hay que tratar esta cuestión. 'Spielberg no tiene ni idea de lo que fue aquello y sólo confunde. Con lágrimas en los ojos se ve muy mal', dice en la Residencia de Estudiantes, mientras observa satisfecho la portada del último libro suyo traducido al castellano, Kadish por el hijo no nacido, que acaba de publicar la editorial Acantilado en Barcelona.
'Sí, tiene usted razón cuando dice que el Kadish es una oración. Es una oración de un judío no creyente'. Es una bellísima oración de un superviviente que sabe de su finiquitud, no se siente capaz de amar, pero mantiene una denodada lucha interna con la idea de la trascendencia simbolizada en 'una niña de ojos negros y pequitas pálidas esparcidas por la nariz y un niño travieso de ojos de color azul grisáceo, alegres y duros como guijarros'. Es un libro breve y sencillamente memorable, de virtuosismo literario y reflexión lucidísima.
Hace unos días, Imre Kertesz estuvo en Madrid para presentar su obra, por desgracia, aún tan desconocida en este país, tanto tiempo en la inopia respecto a lo sucedido en Centroeuropa desde los años en los que la prensa española jaleaba los éxitos de la Wehrmacht y las SS en tierras conquistadas y calcinadas. Kertesz vino a la Residencia de Estudiantes de Madrid con la mujer a la que encontró ya muy avanzada la vida, una húngara que huyó a Estados Unidos con sus padres durante otro de los terribles capítulos de la historia de su pueblo, el levantamiento de 1956 y el aplastamiento del mismo. Ella volvió cuando la pesadilla de la ocupación soviética -conviene llamar a todo por su nombre- había acabado. Se vieron y hoy Kertesz está, a sus 72 años, más reconciliado con la vida que nunca, en gran parte por su obra, en grandísima parte por la compañía de la que goza como una especie de gloriosa compensación por todo lo sufrido y pensado.
Vino Imre Kertesz a Madrid a hablar de Europa central, de la de ayer y la de hoy, pero sus palabras y su literatura son mucho más que análisis político o resultado de situaciones actuales. Rezuman memoria viva. Viene a hablar de Europa central. ¿Me puede decir usted, que tanto ha vivido esta realidad, qué es realmente la cultura de la llamada Mitteleuropa?
'Es una pregunta compleja. En realidad, en Centroeuropa convivimos países muy diferentes. Nos une ante todo lo que nos ha separado durante tanto tiempo de Europa occidental. El Occidente es para nosotros el símbolo de la Ilustración y de los derechos humanos, de los derechos individuales. Mientras, nosotros permanecíamos durante tanto tiempo en dictaduras de diverso signo'.
Preguntado Kertesz si no comparte la opinión de otros intelectuales centroeuropeos, muchos de ellos húngaros, que sostienen que, frente a la americanización de Europa occidental, es precisamente la Mitteleuropa la que mantiene más vivas las esencias de la cultura europea, el escritor húngaro se rebela. 'Eso lo puede decir probablemente Konrad , pero yo, en todo caso, no lo diría. ¿Qué es eso de la sustancia europea? Yo creo que es precisamente la referida Ilustración y la democracia que proceden de países como Inglaterra, Holanda y todo el norte de Europa occidental; es una evolución muy diferente. Es el avance de la burguesía, de la civilidad. Este proceso no se produjo nunca en países como Hungría, si exceptuamos quizás los momentos inmediatos después de 1867 (año del llamado Ausgleich, en el que Austria y Hungría se reconcilian oficialmente y forman el imperio bicéfalo). Hungría siempre ha sido dominada por fuerzas extranjeras y por una pequeña aristocracia. Es una evolución muy diferente a la habida en Occidente, donde existió una gran reconciliación social después de las revoluciones'.
No es usted uno de esos nostálgicos de la Mitteleuropa.
'No, desde luego que no soy un nostálgico de Mitteleuropa. Creo que fue una evolución inmensamente malsana, una construcción enfermiza que hasta hoy tiene efectos en unas sociedades muy poco equilibradas. Por supuesto, juegan un gran papel los 40 años de ocupación soviética. Pero el retraso era enorme respecto a Occidente. No debe olvidar usted que reformas básicas como la de la tierra no se hicieron en Hungría hasta después de la Segunda Guerra Mundial'.
Vayamos a lo que es la persona de Imre Kertesz, y con él, a su obra. Sus libros, que considero inolvidables, tienen todos algo en común. Usted parte de una experiencia fundamental para toda su obra, que es la cautividad, y que no se circunscribe a la certeza de su propia existencia en Auschwitz, Buchenwald y el campo de Zeitz, sino que va más allá y reflexiona sobre la existencia de ese fenómeno que fue la inmensa maquinaria industrial de muerte de Auschwitz y los campos de exterminio en general. En este sentido, hoy se está produciendo, sobre todo en Europa y Estados Unidos, un gran debate sobre el holocausto que se refleja en centenares, si no miles, de libros y publicaciones, demandas de compensaciones para las víctimas, etcétera. Ha escrito usted hace poco que cuanto más se habla de Auschwitz, menos se entiende y más se ritualiza e instrumentaliza. ¿Cómo percibe usted esta polémica?
'Es difícil de contestar. Existe ahora un libro muy polémico de Finkelstein llamado La industria del holocausto. No lo he leído, pero ahora estoy leyendo uno de Peter Novick titulado Tras el holocausto. Es éste un libro muy serio de un historiador muy serio, profesor en Chicago, y en él describe cómo en los años cuarenta, inmediatamente después del holocausto, no existían prácticamente ni debate ni información sobre el genocidio, por diferentes razones políticas. También los judíos supervivientes que llegaban callaron, y lo hicieron también las grandes organizaciones judías. Después, éstas utilizaron el genocidio para otros fines, sobre todo para la creación del Estado de Israel'.
'El holocausto como tema de debate resurge después en los años setenta, treinta años después de los hechos, y se convierte en un trauma, aunque el autor duda de si es un trauma verdadero. Todo ello es muy típico en este debate, en el que sin duda hay muchos intereses, muchas falsedades y muchas manipulaciones y distorsión de la realidad, como es, por ejemplo, La lista de Schindler, de Spielberg, con ese sentimentalismo que no ayuda en nada al debate esencial, que es lo que le sucedió a la cultura europea en Auschwitz, con Auschwitz y por Auschwitz'.
¿Qué fue en su opinión?
'Yo creo que Auschwitz, pero también las dictaduras que ha sufrido Europa en el siglo XX, ha producido un profundo cambio en la cultura europea y también en las formas de vida'.
Dice en alguno de sus textos que Auschwitz acabó tan sólo porque cambió la suerte de la guerra, pero que nunca ha habido nada que pueda considerarse una negación fundamental de lo que fue y supuso Auschwitz.
'Exactamente, yo creo que Auschwitz y las dictaduras europeas han tenido un profundísimo efecto sobre las conductas también en aquellos países que no las sufrieron, como Estados Unidos o Escandinavia. En Alemania se comenzó con una toma del poder por parte del nazismo, una dinámica que aspiraba a arrastrar a toda la sociedad y que de hecho lo consiguió. Esta dinámica creó una maquinaria que tenía como un objetivo capital la aniquilación de los judíos. Y en la dinámica generada por los nazis, la gente sólo podía sobrevivir integrada en esa maquinaria. Es un ejemplo de lo que esta dinámica de poder e industria pueden lograr. Yo creo que también hoy vivimos en una dinámica que, por supuesto, no es la de Hitler y Auschwitz, pero sí una dinámica que obliga a las gentes y a los países a integrarse en una forma de vida que nos es presentada por los medios y que se han convertido en lugares comunes. Todavía no está bien estudiado el grado de sumisión y adaptación que exigen, por ejemplo, los grandes consorcios multinacionales a sus empleados. Hay muchos ejemplos de cómo la libertad que existía en el siglo pasado para vivir con privacidad e intimidad está en peligro'.
¿Cree realmente que el hombre del siglo XIX era más libre que el actual?
'No, pero no había posibilidades de dominar totalmente al hombre, y hoy, sin embargo, los medios para hacerlo están disponibles. Y son las dictaduras y Auschwitz las que generaron en el siglo pasado las dinámicas para que esta total dominación del hombre, de sus conceptos, informaciones, conductas y formas de pensar se haya hecho posible'.
En su obra Yo, el otro (que pronto será publicado en castellano), usted reflexiona con el protagonista que, después de sus sufrimientos como víctima precisamente de una dinámica como la referida, es incapaz o se niega a cualquier integración y adaptación, precisamente por su repulsión a poner la más mínima duda a su individualidad. ¿Coincide con su protagonista?
'Sí, yo me niego a adaptarme e integrarme. Siempre, desde un principio, ha sido una de mis máximas aspiraciones mantenerme al margen de la sociedad húngara o, digamos, de la sociedad que me rodeaba en Hungría. Yo tenía que desarrollar una forma independiente de pensamiento para escribir las novelas que quería escribir. A finales de los cincuenta y principios de los sesenta, con la dictadura también de valores, fueron muchos los intelectuales que se adaptaron y se generó una inmensa mentira en los círculos intelectuales, una autocensura en el escribir. Y yo no podía participar en aquello, porque primero tenía que ver muy claro para poder escribir sobre mi destino. Por eso siempre estuve lejos de todo el mundo literario de publicar pequeñas piezas, ingresar en la asociación de escritores'.
¿Cuándo se decidió a escribir?
'Comencé con diecinueve, como periodista en la prensa húngara en la que aún no se había impuesto la censura absoluta comunista, lo que acabó ocurriendo en 1948. Después escribí un poco de todo lo que podía, como guiones de radio y vodeviles. En casa se acumularon muchos otros escritos que quedaron sin publicar. Después comencé a escribir sobre mis experiencias en los campos. Es Sin destino, que llegaría a publicarse en 1975, pero que no tuvo ninguna repercusión, porque su existencia fue callada por la censura'.
¿Y el Kadish?
'El Kadish lo escribí durante unos años de terrible desesperanza bajo Kadar y Breznev. Aquella sociedad me era absolutamente ajena. Y yo había trabajado siempre por cultivar en mí una forma de pensar totalmente propia. Lo escribí en aquellos años, pero fue publicada ya después de Kadar, en 1988. Y después de 1989 fue la editorial Rowohlt la que descubrió mi obra. Desde entonces, todo ha cambiado mucho para mí, para bien, desde luego. Pero tengo que decirle que he sobrevivido ahora diez años del proceso de la sociedad húngara y me siento igual de extraño. Yo no puedo sino serlo en una sociedad nacionalista'.
Cuenta que el narrador de Kadish está inspirado en un hombre que se hundió bajo el peso de su pasado en los campos de exterminio y su presente en la dictadura comunista, y que fracasa en el último esfuerzo de redimirse en un matrimonio para demostrarse de alguna forma a sí mismo que aún es capaz de querer. Usted no se ha hundido, pero ha pasado toda su vida en la reflexión y el recuerdo del sufrimiento. Esto no hace fácil la vida.
'¿Quién dice que yo jamás quisiera hacerme fácil la vida? Mi obra es un compromiso conmigo mismo, con la memoria y con la humanidad. Mi judaísmo es muy problemático. Ya le he dicho que yo no soy un judío creyente. Pero como judío me llevaron a Auschwitz y como judío estuve en los campos de exterminio, y como judío vivo ahora en una sociedad a la que no le gustan los judíos, con un gran antisemitismo. Yo siempre he tenido la sensación de que me obligaban a ser judío. Lo soy, y lo asumo, pero en gran parte es cierto que se debe a una imposición'.
Kertesz está escribiendo una nueva novela, que será una continuación de Kadish. Será, sin duda, una nueva obra que haga realidad estas palabras del escritor húngaro: 'En la profundidad de grandes revelaciones, incluidas las que surgen de tragedias insuperables, siempre hay un momento de libertad, un momento que confiere un algo más, un enriquecimiento de nuestras vidas y que nos hace conscientes de la auténtica realidad de nuestra existencia y nuestra responsabilidad para con ella. Por eso, cuando reflexiono sobre los efectos traumáticos de Auschwitz, reflexiono paradójicamente más sobre el futuro que sobre el pasado'.










MÁS QUE UN SUPERVIVIENTE


Imre Kertesz suele recordar con frecuencia la sentencia de Nietsche de que lo que no mata al hombre refuerza su vitalidad. Es una excepcional prueba de ello. Algunos de los grandes hombres que compartieron horrores con él, Paul Celan, Jean Amery, Primo Levi y otros muchos, se suicidaron como agotados prófugos de la muerte. Dice Kertesz que fue Stalin quien a él le disaudió de suicidarse. 'A mí me salvó del suicidio el estalinismo. Después de Auschwitz me demostró que de libertad, liberación, gran catarsis no había nada de nada. Esa sociedad (estalinista) me garantizó seguir una vida en servidumbre, por lo que algunos peligros no eran siquiera posibles. Por eso no me ahogué en la marea de decepciones como otros con mis experiencias en sociedades más libres'.
Que Kertesz haya llegado a sus 72 años con buen aspecto y salud no es algo que él hubiera podido prever fácilmente cuando llegaba, a los 15 años, en 1944, al campo de exterminio de Auschwitz. Había nacido en Budapest en el seno de una familia de judíos . Su periplo por campos de concentración terminó con la liberación de Buchenwald en las postrimerías de la guerra. Volvió a Budapest y se inició en el periodismo. De forma efímera. Muy pronto vio que, bajo el comunismo, escribir era tanta postración como bajo el fascismo. Comienza a ganarse la vida con obras de teatro ligero, radiofónicas y musicales. No mucho después comienza a trabajar en lo que habría de ser la gran novela sobre sus vivencias, Sin destino, una obra comparada con La montaña mágica, de Thomas Mann, o El viejo y el mar, de Ernest Hemingway.
Ha recibido un sinfín de premios, especialmente en el mundo literario alemán. Hay pocos escritores más celosos de su individualidad incluso a la hora de expresarse sobre cuestiones fácilmente manipulables, como son el propio holocausto, las reclamaciones derivadas del mismo, la comparación entre fascismo y comunismo o la crítica a la globalización o a la sumisión a hábitos de conducta impuestos por la corrección política o los poderes mediáticos. Está trabajando en una continuación del Kadish que se espera con gran expectación.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 11 de marzo de 2001