Páginas

jueves, 22 de junio de 2000

Entrevista a Alfredo Bryce Echenique

Alfredo Bryce Echenique

ENTREVISTA A ALFREDO BRYCE ECHENIQUE

POR CÉSAR HILDEBRANDT


El escritor Alfredo Bryce Echenique, autor de la célebre novela “Un mundo para Julius”, es entrevistado por el experimentado César Hildebrandt, en una conversación abierta y muy amena, a modo de monólogo. En ella, Bryce habla del oficio de escribir, su relación con la política peruana, su amistad con Julio Ramón Ribeyro, y sus anécdotas como escritor latinoamericano exiliado en Europa. Entrevista recogida en el libro “Cambio de palabras” (Debate, 2018) reeditado este año, que reúne las mejores entrevistas del periodista.
ALFREDO BRYCE ECHENIQUE
(24 de julio de 1972)
Creo que la gente ha creído ver una gran ironía en Un mundo para Julius, ha creído ver en esa novela a un enemigo directo de esta clase, de este grupo que se llama la oligarquía… Yo he vivido metido en este grupo por determinismo geográfico si se quiere e, indudablemente, no me sentí feliz en él. ¿Por qué? No lo sé. He roto con él, me he aislado, me he escondido, sin poder encontrar otro grupo social donde ubicarme. Me siento bastante desgastado en el fondo. Pero la novela no es solo una novela de ironía ni de rencor ni de rigor hacia esta clase. También es una novela de nostalgia y de ternura. La gente no ha visto la ternura que hay hacia los valores de esta clase que, indudablemente, tuvo valores, aunque no sean más que valores en su aspecto externo: los buenos modales, la belleza de sus costumbres… evidentemente apoyados en una enorme injusticia social. Si, como tú dices, yo uso la ironía también con personajes que no pertenecen a esa clase, es porque lo miro desde la perspectiva de Juan Lucas o de Susan, con el humor de esta clase. El humor es un personaje de la novela… Ese “cojudo” al principio de la novela y que tú dices que también te pareció sorprendente, a mí me pareció necesario. Es muy difícil presentar el antagonismo entre un niño y una clase social. Ese adjetivo era la única manera de presentar un comienzo de ruptura que no podía ser razonando, porque venía de un niño. La novela pedía eso… Siempre he pensado que «Un mundo para Julius» es una crónica eterna. No tiene ni intriga. Solo metafóricamente puede decirse que termina con la muerte de Julius como niño. Como te digo, creo que es una novela sin plan, pobre de estructura. Yo no creo ser un novelista: soy un contador de historias. Si yo pudiera usar el micrófono, hablaría y no escribiría… Mi gran dificultad fue crear el clima de “oralidad” de la novela, y esto lo señaló muy bien Abelardo Oquendo… Dices que algunos “enfrentaron” mi estilo con el de Vargas Llosa. Hay muchas diferencias. Mario siente la literatura las 24 horas del día, tiene fe en ella. Yo tengo rachas de desconfianza. Mario es cerebral, paciente y por eso tiene muchísima ventaja sobre los escritores “intuitivos”. Yo soy intuitivo. No creas que hablo de romanticismo, de “inspiración”, de que a las tres de la mañana me viene la inspiración: eso no existe, es mentira. Yo leo mucha teoría literaria –al fin y al cabo soy profesor de literatura- pero procuro olvidarla cuando escribo. Inconscientemente me sirvo de ella, pero procuro dejarla de lado para que triunfe el lado visceral de la novela… Mario no es un militante político –vamos, hasta donde yo sé-, pero es un hombre que tiene opiniones políticas muy severas, muy suyas, muy coherentes. Yo soy un hombre profundamente incoherente y caótico a ese nivel. Todo me interesa y detesto escoger. Necesito lanzarme a toda sensación, a toda idea con verdadero cariño, con inocencia, y cuando he sacado algún provecho de ella, salirme e irme a otra cosa que puede ser completamente la contraria. Y cuando traté de escoger… quise vincularme a grupos políticos, y fui un desastre. Esa gente me quería, me sigue queriendo, pero me trataba como un personaje bueno, pero digno de desconfianza. Un día llegaba yo a una reunión con todo mi escepticismo a cuestas y decía no puede ser, no vamos lograr nada, esto es un fracaso. Otro día sentía que ver una corrida de toros era profundamente más necesario para mi vida que una revolución. Ese día asumí mis contradicciones, mi incoherencia. No soy un hombre útil, si quieres, pero por lo menos no trato de mentir… Yo siempre tuve presente el fantasma de la marginalidad. En el mundo en el que viví siempre me interesó el tonto, el cojudo del grupo, el mal futbolista en el colegio, el que fracasaba. En estos pequeños grupos, hay que ser fuerte; sino te conviertes en el punto, como dicen. Yo era un buen alumno, era primera en la clase muchas veces. Me acuerdo cuando las monjas del Inmaculado Corazón le decían a mi madre: Su hijo es un líder. Yo era líder de la boca para afuera. Por adentro estaba completamente desgarrado y me sentía totalmente identificado con el alumno pobre, aquel cuyos padres habían muerto y su tía lo estaba manteniendo porque tenía un nombre que lo obligaba.
En París me sucedió una anécdota muy divertida. Tenía una amiga en París, a la cual quería mucho, que pertenecía a la gran oligarquía francesa. Era una alumna mía, y me traía en su automóvil desde la universidad. Y un día dio una fiesta y me dijo: No te puedo invitar porque mi familia no te conoce, no sabe quién eres. Entonces yo le dije: Soy Bryce Echenique, desciendo del presidente… Y me dijo: No, acá eres una porquería. Sentí un verdadero placer, de ser yo lo que había sido tanta gente para mi familia en el Perú, cuando yo decía voy a traer a este amigo que he conocido en la calle, y me decían: No lo puedes traer porque no conocemos a su familia. Asumí con profundo placer mi categoría de pobre diablo… Creo que la única ventaja que tiene un aristócrata decadente, podrido y arruinado es poder juntarse con quien a uno le da la gana… Lo que me interesa a mí, y esto lo he aprendido de Hemingway, es la buena conducta ante toda situación. Salir de toda situación limpio. Otra cosa muy importante es la nostalgia que uno siente. De un mundo perdido, de un mundo irrecuperable. A ese nivel mi vida es profundamente solitaria, me siento profundamente solo… A mí se me ha atribuido la influencia de una serie de escritores. Y cuando yo he leído esto, he ido a una librería y he comprado los libros de estos escritores, para leerlos y saber por qué han influido en mí antes de que los leyera. Con algunos de ellos me he identificado profundamente. Es el caso de Salinger, a quien leo y releo. Pero la influencia determinante de mi estilo no la ha tenido un escritor sino un amigo. Es Alberto Masa Gálvez, un abogado de nota, un gran señorón de Lima, pero cuando habla conmigo se olvida de todas sus actuales obsesiones de poder y grandeza, digamos así, y se convierte en mi compañero de colegio, y juntos nos cagamos en la humanidad, como se dice… Yo hice mi tesis de doctorado sobre Henry de Montherlant, un escritor profundamente antipático a quien admiro mucho. Es el gran lector de los estoicos y de los escépticos y a través de él yo he bebido de esas fuentes. Pero no veo influencia de él en mi estilo. Un escritor que sí puede haber influido en mi obra –o por lo menos así lo quisiera- es Céline, un personaje detestable como ser humano, colaboracionista… Yo ya no me planteo para qué sirve la literatura. Ya ves, eso se lo dejo a la gente más coherente, más eficaz que yo… Mira, “Yo soy el rey” es un cuento profundamente moral, para empezar por ahí. Moral y cucufato. Lo único que me ha interesado es contar una primera experiencia en un prostíbulo, que todos la hemos tenido en este país, desgraciadamente. Quién no se enamoró de una prostituta, quién no se quiso tirar a la sirvienta de la casa. Yo no lo hice, porque ya asomaban en mí los elementos de un buen cojudo. Los vivos de mis amigos lo hicieron todo. De ahí viene mi rompimiento profundo con mi clase social… y como dices tú, mi nostalgia por Vilma. En las familias decadentes como la mía, al borde de la extinción o al paso a la pequeña burguesía –todos viven de los recuerdos, mi abuelo fue presidente, fulano fue virrey, todos viven de los recuerdos, ya nadie es nada-, la servidumbre juega un rol importantísimo. La servidumbre decide de algún modo nuestras vidas, forman parte de la familia. Ayer, por ejemplo, cancelé todas las entrevistas para ir a tomar té con la Mama Rosa, que me tuvo en los brazos cuando nací, que me crió. Y ella me mandó a decir un día que regresara de París, por eso he regresado. He venido a verla antes de que se muera. Y estuve toda la tarde con ella… Dices que el destino que le endilgo a Vilma es una de las protestas más explicitas del libro. Efectivamente. Me reventó siempre que no hubiera otra alternativa para estas mujeres que el ser violadas por los niños de la casa. Eso siempre me indignó, siempre me hizo un profundo daño. Y, cobardemente, me fui a Europa, si quieres, para que esto no siguiera sucediendo ante mis ojos. Pero no cogí un fusil, ¿te das cuenta?… Ya está en la aduana mi libro Huerto Cerrado, que Barral ha reeditado y que ha sido prohibido por la censura española, lo cual me ha dolido mucho, porque yo quiero mucho a España. Y ayer ha aparecido un librito de una nueva editorial, Mosca Azul, que es como un avance de mi próximo libro. Se llama “Muerte de Sevilla en Madrid”. Es la historia de dos personajes: uno, que es el águila imperial, un gran señorón de la oligarquía española al que la alcahuetería limeña coloca de jefe de una empresa de aviones y que, al ver a Sevilla, personaje paupérrimo, recluido en un rincón de la Municipalidad de Lima, al ver la miseria por primera vez en su vida, se pudre, empieza a pudrirse en su oficina, y se muere. Mientras tanto, Sevilla, que ha ganado el sorteo y es mandado a España a vivir entre el lujo, se muere de tanto lujo. Le da una diarrea y se va cagando por el Museo del Prado, por las calles de Madrid, hasta que un día ve un panorama que le hace recordar a Huancayo, donde había sido muy feliz, y se tira a Huancayo. Esto forma parte de mi próximo libro, cuyo título provisional es El humorista está triste… Yo gano el diez por ciento de lo que publico. ¿Quién se come el otro 90 por ciento? Para mí es un misterio. Es decir, este es el destino de todo escritor. Volviendo a lo del boom: es cierto que hay un aspecto netamente comercial, pero eso pertenece a los editores. Ahora, literariamente, hay una respuesta de gran calidad. Nadie puede negar la calidad de Vargas Llosa, de Carpentier, de García Márquez, de Onetti –que es otro que están tratando de lanzar ahora que está completamente alcohólico se han dado cuenta tarde de que es un genio-. ¿Qué nos interesa del lado comercial? Hay un negocio, un montaje publicitado, pero hay excelentes novelas también… Yo por Julio Ramón Ribeyro tengo una verdadera veneración. Para mí es, de lejos, el mejor cuentista que ha dado el Perú. Y nadie lo reconoce. Él, por ejemplo, no se ha subido al carro. Le importa un pepino. Y que sus libros se vendan o no se vendan le importa un carajo. Lo que me llega a mí es que Ribeyro no reciba el premio de su calidad y que otros escritores –prefiero no decir nombres, hay algunos que me son gratuitamente antipáticos, oportunistas-… Cuántos llegaron a París el año 68 para ponerse a la cabeza de la revolución, y no bien acabó eso, prrruummp, se van a otra parte a hacer su autopublicidad, eso es asqueroso. Y cuando esos escriben una buena novela te da más rabia todavía, ¿no?… Podría empezar diciéndote que soy un escéptico. Te agrego ahora que soy un escéptico sin ambiciones, que es la última especie inocente que queda sobre la Tierra. Esto me da muy buena conciencia. ¿Por qué no soy un hombre político? Porque el hombre político necesita tener una tendencia hacia el mesianismo. Y mi vida ha sido llevada siempre por afectos privados. A mí me hablan del proletariado o de la oligarquía, y ambos términos me dejan profundamente indiferente. Pero yo puedo dar mi vida por un proletario si es que ha sido mi amigo. Tengo amigos que incluso están en la clandestinidad en el Perú, por los cuales yo siento un gran respeto, un profundo cariño. Los considero inmensamente superiores a mí y yo iría a la cárcel por ellos. Pero al nivel de la amistad, tal vez no compartiendo sus ideas. Tengo una incapacidad fisiológica para la política. A mí me explican todos los días qué es el Sinamos, por ejemplo, y al día siguiente me preguntan qué es el Sinamos y yo ya me he olvidado. Yo tengo una profunda simpatía por el personaje del general Velasco. No lo conozco, pero encantaría emborracharme con él, porque estoy seguro de que sabe las de Quico y Caco y que ve a través del alquitrán. Debe ser un personaje encantador. Lo que piense, lo que haga, me tiene sin cuidado. En una entrevista para un periódico español me insistían sobre el aspecto político del Perú y en un momento el periodista me dijo: Pare usted de decirle Velásquez, se llama Velasco. ¿Te das cuenta? Hasta ese nivel soy incapaz. Lo cual no impide que, siendo un personaje profundamente incoherente, dentro de diez años me encuentres de diputado. Tienes razón: justamente por la incoherencia… De nuevo sobre Ribeyro: a veces, a las tres de la mañana, cuando nos caemos de tanto whisky, le exijo que me lea un cuento. Mis ruegos empiezan a las 12. A las tres, a veces me lee y siempre pienso que es un cuentista incomparable. Si dejo de escribir cuentos va a ser porque nunca llegaré a la altura de Julio Ramón… Dicen que soy un hombre de éxito. Yo no me he enterado. En los instantes en que me he sentido hombre de éxito, me he sentido profundamente solo y abandonado. La fama no da sino soledad. Yo le tengo terror… Y realmente, ¿cuál es el éxito, pues, oye? El otro día he salido a la calle, me moría de miedo, pregunté por el expreso de Miraflores y alguien me gritó: ¡No es expreso, es el bussing! Me paré en un sitio que no era paradero, subí al ómnibus y saqué 50 centavos y me gritaron: ¡Vale tres soles! Entonces, dije: Esta es una ciudad maravillosa, porque nadie me conoce. En Barcelona, una vez me pasearon hasta en calesa. Y mi momento más dichoso fue cuando los escritores teníamos que firmar. Se llama la Feria del Libro y nos traen como prostitutas, nos exhiben, nos pasean, nos retocan, nos peinan, nos dan vueltas por las calles. Entonces, decidí jugar el rol del escritor de éxito. Me entelé, me puse buenmozo, me coloqué delante de un alto así de libros míos, vi una chica muy linda, inmediatamente vi las posibilidades, a través de la literatura y del éxito, de salir a tomar té con ella, y me dijo: “Deme Un mundo para Julius”, y en el momento en que lo iba a firmar me dijo: “Por favor, me lo empaqueta y me da la factura” Creía que yo era el dependiente. Lo empaqueté, le di una factura y la mandé a la caja. Me quedé profundamente deprimido, y dije: Esto me pasa por puta… Sí, uno de los momentos graves ha sido… En París, conocí una vez a una muchacha, y la amé profundamente. Ella era una ninfómana y una hippie drogadicta. Yo la traté con la misma facilidad con que trato a todo el mundo, para mí nunca ha habido ninguna barrera. Y ella me probó, con su conducta, que entre nosotros dos no había ninguna posibilidad de diálogo. Este ha sido uno de los momentos más tristes de mi vida. Vi que entre dos seres humanos no había ninguna posibilidad de diálogo. Ella me probó que yo vivía en el siglo XIV y que ella vivía en el siglo XXI. Desde entonces he hecho esfuerzos notables para poder ir algún día a Estados Unidos, donde ella vive ahora, y decirle. Mira, ya llegué al siglo XXI. Probablemente ella esté entonces en el siglo XXV… La época más feliz de mi vida fue cuando nadie me conocía, y yo escribía como un loco. Les leía a mis amigos y mis amigos se emborrachaban y peleaban. Me acuerdo de Germán Carnero peleando con Hernando Cortés, dos actores de teatro: uno encima de una mesa y el otro encima de una silla, mentándose la madre por un cuento mío. Uno decía que el desenlace era perfecto, el otro que era una porquería. Yo sufría porque los vecinos me querían expulsar de la casa, esos latinoamericanos indeseables. No sé quién tuvo la mala idea de convencerme para que publicara. Ahí se acabó la corta vida feliz de Alfredo Bryce… Tengo cuentos inéditos muy malos, pocos pero tengo. Yo una vez le contaba a mi esposa –mi esposa es una mujer maravillosa, mi gran crítica literaria, yo escribo una cosa y se la enseño: si ella dice esto es una porquería yo la boto-. Una vez le dije: Voy a escribir un cuento. Y ella: Qué linda idea. La plasmé y no salió. Ella me dijo: No, mucho mejor era cuando me lo contaste anoche, en la cama. No se publicará eso nunca. Ahí está guardado, como recuerdo de un fracaso.


martes, 20 de junio de 2000

El "brujo" Carlos Castaneda muere con el misterio que caracterizó su vida y su obra




El "brujo" Carlos Castaneda muere con el misterio que caracterizó su vida y su obra

Javier Valenzuela
Washington, 20 de junio de 1998

Sus 10 libros, publicados en 17 idiomas, fueron grandes éxitos de ventas dentro y fuera de Estados Unidos, tenía decenas de millones de lectores en todo el mundo y una vez había sido portada de la revista Time con el calificativo de «líder del Renacimiento Americano». Pero murió tan secretamente como había vivido. Hasta el punto de que el mundo se enteró ayer de la noticia, cuando, con casi dos meses de retraso, la contó Los Angeles Times. Era Carlos Castaneda, autor de la serie de libros sobre las enseñanzas del mago indio Don Juan, y un mito de la espiritualidad en los años 70.

Carlos Castaneda / Un encuentro casual


Carlos Castaneda

Un encuentro casual


ÁNGEL S. HARGUINDEY
20 de junio de 1998

Durante cinco años, entre 1961 y 1965, un joven antropólogo procedente de Los Ángeles, California, recorrió diversas zonas de México para investigar las propiedades medicinales de algunas plantas. El encuentro casual con un indio yaqui, Don Juan, que, además, resultó ser brujo, cambió notablemente su proyecto de trabajo científico y, con ello, su propio concepto de la cultura y de la realidad. Probablemente la mayor virtud de aquel jóven antropólogo, Carlos Castaneda, fue la de haber sido capaz de reconocer con humildad que la sabiduría no reside exclusivamente en las enseñanzas universitarias occidentales y que las experiencias de un indio indocto podían resultar tanto o más enriquecedoras para el conocimiento humano como la muy autosatisfecha cultura racionalista.El talento de Castaneda hizo posible, después, la divulgación de esas complejas experiencias, recogidas en Las enseñanzas de Don Juan, su primer y más famoso libro publicado en 1968, tres años después de su largo periplo mexicano. Ahí están entremezcladas las observaciones del brujo yaqui con las muy diversas alteraciones de la realidad que producían las ingestiones de la datura inoxia, de una hierba alucinógena del género Psylocibe y, sobre todo, del peyote. Es el encuentro de la racionalidad con lo irracional, con lo Otro, dos formas distintas de ver el mundo de las que Castaneda, y no sólo él, naturalmente, trató de dar noticia para aproximar actitudes y, en la medida de lo posible, comprender lo desconocido.

Muere Graham Greene, un autor critico con la sociedad del siglo



Muere Graham Greene, un autor critico con la sociedad del siglo XX

El escritor británico fallece en Suiza a los 86 años, sin recibir el Premio Nobel


Octavi Marti
París, 4 de abril de 1991

El escritor británico Graham Greene, considerado como uno de los más importantes autores contemporáneos, murió ayer en Suiza a la edad de 86 años, a causa de un cáncer en la sangre. Graham Greene había dejado su residencia en Antibes, en la Costa Azul francesa, el pasado mes de diciembre para trasladarse al hospital católico La Providence, de Vevey, donde fue atendido. El autor de El factor humano, El poder y la gloria, Nuestro hombre en La Habana y El tercer hombre, entre muchas otras, en las que se hizo recurrente el tema del mal y la imposibilidad de luchar contra él, se convirtió en 1926 al catolicismo. Varias de sus novelas fueron adaptadas al cine.


El editor francés Robert Laffont fue ayer quien dio a conocer que el escritor Graham Greene había muerto en el hospital La Providence, de Vevey (Suiza), ciudad en la que residía desde el pasado mes de diciembre y en la que se había refugiado para mejor poder ser atendido de la enfermedad que padecía. Desde hacía unas pocas semanas el estado físico del escritor, de 86 años, se había degradado extraordinariamente. Gabriel García Márquez manifestó ayer que propondría a la Academia Sueca designar el Premio Nobel de Literatura con su nombre.






Graham Greene se había instalado en Francia 20 años atrás, concretamente en 1967. Eligió Antibes, en la Costa Azul, porque "quería huir de la niebla británica". Sus libros se habían ido publicando regularmente con el editor francés Robert Laffont alcanzado grandes tiradas. Etercer hombre superó los 800.000 ejemplares y con El poder y la gloria atravesó la barrera del millón. Amaba la literatura francesa y la figura del intelectual como aguijón de la sociedad, tal y como lo concibe la tradición cultural gala.Acusador
El también novelista Max Gallo y antiguo diputado socialista por la Costa Azul le recuerda "como un hombre que quería estar presente en el mundo y participar en él. En 1982, cuando publicó J'accuse Nice côte d'ombre tuve la oportunidad de conocerle a fondo. Los dos luchábamos contra lo mismo, contra la corrupción que se había apoderado de la zona". J'accuse..., obra no traducida al español, es un panfleto dirigido contra la connivencia existente entre políticos, jueces policías y mafiosos de la capital de la Costa Azul. Gallo ayudó a Greene en su campaña contra el alcalde de Niza, Jacques Medecin, en la actualidad exilado en Argentina y acusado, precisamente, de diversos delitos, entre ellos de ocultar al fisco una gran parte de sus enormes ganancias inmobiliarias.
En 1982, cuando J'accuse... fue retirada de las librerías por la policía, Greene devolvió la condecoración de la Legión de Honor que le había concedido el Gobierno como agradecimiento a su francofilia. Según Gallo el novelista y dramaturgo inglés "era un hombre de una modestia y un sentido del humor excepcionales. Normalmente quería pasar desapercibido y si en 1982 escribió el panfleto era porque había en él algo de quijotesco, que le impedía contemplar impasible cómo la mafia gobernaba la Costa Azul".
El nombre de Graham Greene aparecía regulamente en todas la quinielas que los especialistas franceses hacían una semana antes del concesión del premio Nobel de Literatura, deferencia infrecuente para un autor que siempre escribió en inglés, excepto en el caso del ya citado J'accuse..., directamente redactado en francés.
El escritor colombiano y premio Nobel Gabriel García Márquez declaró ayer a Radio Cadena Nacional que se sentía muy apesadumbrado por la muerte de su amigo, y dijo que propondrá a la Academia Sueca designar este galardón litearaio con el nombre del autor de El poder y la gloria. El premio Nobel inglés William Golding afirmó que Graham Greene sería recordado como el último cronista de la consciencia del siglo XX.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 4 de abril de 1991

lunes, 19 de junio de 2000

Graham Greene pone en cuestión el catecismo y se aparta de la doctrina de Juan Pablo II


Graham Greene pone en cuestión el catecismo y se aparta de la doctrina de Juan Pablo II

Para el autor británico, católico agnóstico, "el escritor es un pequeño dios instintivo"


RICARDO MARTÍNEZ DE RITUERTO
Londres 25 SEP 1989

El novelista británico Graham Greene, siempre discreto y poco amigo de la publicidad, se define como un católico agnóstico en unas declaraciones en las que por primera vez aborda la naturaleza de sus creencias religiosas. Greene pone en tela de juicio muchas de las enseñanzas del catecismo y se aparta decididamente de la doctrina de Juan Pablo II en una entrevista al semanario católico británico The Tablet. Para el escritor, la religión "es un misterio que no puede ser destruido... ni por la Iglesia", y el escritor "es en cierto sentido un pequeño dios que trabaja por instinto".
Greene ha hablado largo y tendido sobre religión y su catolicismo con John Cornwell, quien hace poco publicara un libro defendiendo la tesis de que Juan Pablo I murió por la falta de amor que sintió durante su fugaz presencia en el Vaticano. El novelista ofrece a los lectores del minoritario pero influyente semanario católico The Tablet una mezcla de misterio, contradicciones y mundanidad que no desentonaría en sus novelas. Confiesa que vive en Antibes, en la Costa Azul francesa, "para estar cerca de la mujer que amo. Es una amistad que viene desde hace unos 30 años. Está casada con un suizo pero él es... complaisant". Es una amistad adúltera, el último de una larga serie de arriores nobles y duraderos, que río es moralmente reprensible: "depende del punto de vista de tres personas, de si son felices así".Greene dice definirse "ahora como un católico agnóstico" y no gustar de la palabra pecado -"creo que se hacen cosas mal... puede ser un pequeño mal o un mal grande. Depende de las circunstancias y de las relaciones humanas"- ni creer en el demonio, los ángeles o el infierno. "Nunca he creído en el infierno. Creo que es contradictorio. Dicen que Dios es piedad... así que es contradictorio. Creo que puede que haya nulidad. No creo en el infierno, y el purgatorio puede ocurrir en esta vida, no en una vida futura". Nulidad, para Greene, equivale a aniquilación, y Hitler sería un ejemplo de alguien aniquilable.
Al único escritor católico británico popular vivo le gustaría creer que hay otra vida -"uno quisiera que hubiera algo más que este mundo"- y que existiera el cielo: "Si existe, es una entidad que no puedo imaginarme. Mi idea del cielo es algo activo, una forma de actividad con la que pudiéramos influir en la vida de la tierra... Quizás las oraciones de uno en ese estado pudieran influir a alguien en la tierra".
Su Dios no es una idea pura, sino una imagen más próxima a Cristo, al que él reza durante cinco minutos cada noche para pedir por otras personas. Greene reza el avemaría.
Graham Greene se convirtió al catolicismo en 1927 por el amor de la católica Vivien Dayrell-Browning, pero la suya fue una conversión intelectual -"para entender lo que ella creía, aunque yo no lo creyera"- y no bovina: "Llegué a la conclusión de que podría estar más cerca de la verdad que cualquier otra de las religiones del mundo". Greene duda, lucha y a sus 85 años lo que le mantiene "no es lo suficientemente fuerte para ser llamado creencia... Es el Evangelio según San Juan, es casi un reportaje que podría haber sido escrito por un buen periodista (...) No puedo evitar el creer en él".
Escucha misa cada domingo, y siempre que es posible la oficiada en latín por su amigo español Leopoldo Durán, quien le confiesa, "aunque no tengo mucho que confesar a los 85 años", y de quien recibe la comunión "porque le satisface a él". Greene estima que la comunión es una conmemoración de la Última Cena, que no debe considerarse literalmente como el recibir el cuerpo de Cristo.
La religiosidad del autor de El tercer hombre está salteada de continuas interpretaciones personales del magisterio de la Iglesia, y más en lo relativo a las auspiciadas por el papa polaco. El novelista fustiga la visión de la sexualidad de Juan Pablo II y la intolerancia del catolicismo con los controles de natalidad. "Los ideales pueden ser buenos o malos, y creo que la Iglesia en este momento está imponiendo malos ideales. Creo que la Humanidad exige el control de natalidad. Yo no diría que la actitud de la Iglesia en eso es un ideal; yo lo llamaría ideología (...) y ahora con el SIDA es un error peligroso".
Lo que más le desagrada a Greene de Wojtyla es que "este Papa no tiene dudas". Dudar es humano, recuerda el novelista, que percibe fuertes corrientes antidogmáticas en el comunismo y en el catolicismo: "Estamos entrando en un momento en que hasta los marxistas dudan del marxismo ( ... ), pero desgraciadamente el actual Papa intenta restablecer la infalibilidad".

El Papa y Reagan

Greene, de ideología izquierdista y adalid de las revoluciones del Tercer Mundo, dice que Juan Pablo II le "recuerda a Reagan. Siempre está saliendo en televisión. Es un buen actor. Y quería ser actor cuando era joven. Necesita una gran muchedumbre o un equipo de televisión. Gorbachov me recuerda mucho más a Juan XXIII".La literatura y la creación literaria aparecen marginalmente en la conversación y sin salir del marco espiritual. Miguel de Unamuno es uno de los escritores que Greene dice le influyeron. "Me gustaba la espiritualidad de Unamuno, y en especial su libro sobre Cervantes". La lectura de Vida de Don Quijote y Sancho le satisfizo más que las correrías del hidaldo manchego salidas de la pluma del alcalaíno. "Me gusta también mucho El sentido trágico de la vida".
El escribir, concebido como "la habilidad de controlar el pasado, el presente y el futuro", tiene algo de cualidad divina, a juicio del autor de El poder y la gloria. Para él es un proceso arduo, complejo y no siempre racional. "Con frecuencia el inicio de un libro se hace muy difícil, y en general conozco a grandes rasgos el principio y a grandes rasgos el final; no sé nada del medio y a veces sale algo que no tiene ningún sentido, que no parece contribuir al personaje, ni a la acción ni a nada. Y de repente, quizás un año después, cuando ya estoy cerca del final, aparece la razón de aquello escrito por instinto, sin saber que iba a necesitarse 150 páginas más adelante".

Camino de Roma

El más allá de los sueños también puede ayudar al dios-escrítor. "Una vez, en medio de Un caso acabado me encontré que no sabía cómo seguir. Camino de Roma tuve un sueño que no era el mío sino de mi personaje; al día siguiente lo escribí, me desbloqueé y el libro siguió".Graham Greene rechaza la etiqueta de escritor católico y dice que sólo es "un escritor que, además, es católico". La religión le ha servido para imbuir a sus personajes de características propias de seres humanos con un futuro, algo que echaba de menos en sus coetáneos del círculo de Bloomsbury.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 25 de septiembre de 1989



domingo, 18 de junio de 2000

Graham Greene / Una lealtad compartida







Una lealtad compartida

IRENE BIGNARDI
Antibes 31 OCT 1988
Cuando Graham Greene era niño asistía a un elegante colegio privado: Berkhamstead. Casualmente, el director de aquel colegio era su padre, el doctor Greene. De este hecho, la incómoda situación en la que se encontraba el niño Graham, dividido entre la lealtad debida a su padre y la rebelde complicidad (a menudo contra el director) vivida junto con sus compañeros, nació -afirma Graham Greene adulto- lo que él denomina lealtad compartida. Lealtad dividida entre la nacionalidad y el credo ideológico, entre la religión y la pasión, entre la fe y el compromiso político; tema que aparece en todas -o casi todas- sus novelas, desde El poder y la gloria hasta El revés de la trama, desde Elf in de la aventura hasta El factor humano.







Imprevisiblemente, el pequeño Am no siente en absoluto esta "lealtad compartida"; el pequeño Jim, de 12 años, es el protagonista de The captain and the enemy, último y 252 libro de Graham Greene, publicado hace un mes en el Reino Unido, muy bien acogido a todos los niveles (incluso por parte de sus enemigos históricos como Anthony Burgess). En Italia ha sido editado con el título L´uomo dai molti nomi (El hombre con muchos nombres).Título que aceptamos con reserva, dado que el original nos recuerda el hermoso epígrafe, ambiguarnente greemano, con el que se abre el libro: "¿Sabríais distinguir los buenos de los malos, al capitán del enemigo?".
Huérfano de madre
El pequeño Jim no se llama precisamente Jim, sino Víctor, Víctor Baxter III. Sin embargo, un buen día', un señor con aspecto militar se presenta ante el director del colegio con una nota del padre del niño que le autoriza a llevarlo a comer fuera. Una vez sentados a la mesa, el señor le comunica al aterrado pero no disgustado niño que es huérfano de madre y que ha sido confiado a una aburridísima tía, y que él se lo ha ganado a su padre jugando al backgammon. Por tanto, rebautizado con el nombre de Jim, deberá seguirlo a partir de ahora.
Así comienza una historia familiar paradójica. Jim, que no experimenta un gran sentimiento filial, sigue al ganador y se ve regalado a Lisa, protegida y quién sabe si amante del capitán, quien, de lejos, sumergido en extraños asuntos seductoramente turbios, se ocupa de las relaciones, en un semisótano londinense, entre madre adoptiva y niño. Jim no asume las lealtades compartidas ni siquiera cuando, ya mayor, frente al dolor por la muerte de Lisa, es arrastrado por la curiosidad de descubrir la verdad sobre el capitán.
De todos modos no sería justo para el lector narrar el desenlace de esta novela breve, excéntrica, singular y extraña, que el autor, con su gran nonchalance,define exactamente como lo hizo con Nuestro hombre en La Habana, El agente secreto y con Orient Express: un pasatiempo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 31 de octubre de 1988

sábado, 17 de junio de 2000

Graham Greene / Católico agnóstico


Graham Greene, católico agnóstico

El novelista británico acaba de publicar su novela número 25, 'El capitan y el enemigo'


Irene Bignardi
Antibes, 31 de octubre de 1988

El hombre alto y muy delgado, un poco encorvado, de ojos dolientes, transparentes, increíblemente azules, sentado en un sofá y enmarcado en la vista otoñal del puerto de Antibes, que me ofrece y se ofrece -son las once de la mañana- un gran vaso de vodka con hielo, también afirma, con un increíble sentido de la autodestrucción, con un gran understatement (subestima), que El capitán y el enemigo [editada en España por Seix Barral] no es su novela preferida. ¿Por qué? "Porque quizá me ha estado rondando durante largo tiempo. Comencé a escribirla hace 15 años, la abandoné porque pensé que no era buena y la retomé para descubrir que tenía demasiados ecos de mis otros libros, que les debía demasiado".







MÁS INFORMACIÓN



Según parece, las deudas literarias son una obsesión para Graham Greene. Durante años ha cultivado una gran pasión por Conrad, que fue, y sigue siendo, su autor preferido. "Sin embargo, me gustó demasiado El corazón de las tinieblas.Me gustó demasiado El negro del Narcissus. Me gusto demasiado El agente secreto. Y debo decir que, si bien no me gustó, ha influido mucho en mí aquel horrible libro, La flecha de oro. Por este motivo, en cierto momento decidí dejar de leer a Conrad. Lo hice durante 20 años, hasta que sentí que había adquirido mi propio estilo".La leyenda viviente que es Graham Greene puede permitirse una autocrítica semejante. También puede permitirse sugerir que la literatura no es lo más importante de su vida.
A sus 84 años -acaba de cumplirlos el 2 de octubre- Greene se prepara para partir hacia la Unión Soviética, donde participará en un congreso sobre un tema que parece inspirado en los diálogos entre su Don Quijote y su Sancho Panza, entre cristianismo y comunismo. Pero sobre todo parte hacia allí porque se ha reconciliado con la Unión Soviética, porque está "convencido al ciento por ciento de la seriedad de las intenciones de Gorbachov", porque está fascinado.
Católico converso por amor a su primera mujer, sin "ninguna relación emotiva con el catolicismo hasta que lo vi brutalmente perseguido en México, en 1937", Greene se define ahora como un "católico agnóstico". Pero insiste en que desde sus primeros libros ha sido siempre un hombre de izquierda, utilizando el papel como un campo de batalla.
Invitado por Pablo VI
Como católico, fue invitado una vez por el papa Pablo VI. "El Papa empezó a nombrar los libros míos que había leído, comenzando por uno no demasiado serio, Orient Express. Después me habló con entusiasmo de El poder y Za gloria.Tuve que interrumpirle: 'Pero, Santidad, ¿sabe usted que ese libro está en el Index?'. Me preguntó quién lo había condenado. 'El cardenal Pizzardo', le respondí. Y él siguió diciendo: 'Mi estimado señor Greene, siempre habrá cosas en sus libros que hieran a aláün católico,'pero no se inquiete". Como simpatizante de la izquierda, ha visitado con asiduidad, dW rante años, la URS S. Rompió con los rusos "por la condena a Siniavsky, comunicándoles que no quería que mis libros se siguieran publicando en la URSS".
Hace algunos años, su traductor ruso, "que no es un buen traductor, pero como persona me cae muy bien", le escribió: "Es hora de que vuelvas; pasemos unas vacaciones románticas en Tashkent o en Samarcanda". Y pensé: %Por qué no?".
"Sin embargo, primero fui a Jerusalén como huésped de su alcalde, Teddy Kollek, a quien hablé de mi inminente viaje. Y Teddy hizo que me encontrara con la señora Scharansky. Conocí al detalle la historia de su marido. Entonces comprendí que las circunstancias aún no me permitían volver a Rusia".
Pasaron algunos años y "después de la muerte de Breznev y Chernenko", Greene retornó a Moscú. "Era un país nuevo. En mis viajes anteriores nunca había estado en casa de nadie. En las conversaciones siempre reinaba una cierta prudencia. En cambio ahora iba a las casas, hablaba con libertad". En estos años de Gorbachov, el feliz octogenario ha estado cuatro veces en la URSS: ha estado en Georgia, a orillas del mar Negro y en Siberia. "Gorbachov tiene frente a sí un trabajo enorme. Los escritores tienen un gran poder en la URSS, ciertamente, más que en Inglaterra o en Norteamérica. Y si también se les pudiera ayudar un poco...".
Durante una de sus últimas visitas a Moscú, Graham Greene se encontró con Kim Philby. "Siempre me ha gustado Philby. Trabajé a sus órdenes durante la guerra, en el Mi6 [servicio británico de espionaje]. Era una excelente persona, muy eficiente. Muchas veces tuve la sensación de que en la base de su comportamiento existía una gran ambición personal. Sólo más tarde descubrí que no se trataba de ambición personal, sino de la devoción a una causa, y he comprendido".
En cambio, los británicos, partiendo de su anügo Evelyn Waugh, no han comprendido nada, tampoco el prólogo de Greene al libro de Philby My silent war."Escribí aquel prólogo en nombre de una vieja amistad y también porque Philby no traicionó, si ésta es la palabra, por dinero, sino por fe. No afirmaré que los ideales son lo más importante de la vida, pero ciertamente son una buena excusa".
Su inagotable curiosidad le ha llevado, cada vez con mayor frecuencia, a las zonas calientes de Latinoamérica. "Todo comenzó con un telegrama de invitación por parte del general panameño Torrijos, allá por 1969. Desde entonces y hasta su muerte, en un atentado, nos veíamos todos los años, menos en 1979, cuando me operaron de cáncer".
Torrijos y Neruda
Fueron Torrijos y Neruda quienes le presentron a Allende. Fue Torrijos quien le puso en contacto con los sandinistas. "Fue el conocimiento directo de esta situación lo que hizo volverme más antinorteamericano que nunca, al menos en Iberoamérica. A decir verdad, ya era antinorteamericano desde mucho' antes: siempre pensé que la invasión norteamericana de la República Dominicana fue algo vergonzoso, y mucho más dañina, por lo que supuso de ensayo general para la invasión rusa a Checoslovaquia, organizada de acuerdo al mismo modelo".
A la vuelta de sus viajes, desde su refugio veraniego de Anacapri o desde su base parisiense, Greene vuelve con regularidad, desde hace 30 años, a Antibes, "donde he venido por pan y por vino: ahora el vino es siempre bueno, pero el buen pan ya no se encuentra". Vuelve a su sencillo apartamento de dos habitaciones, con vistas sobre el fuerte de Vauban y sobre los yates, a sus viejos libros bien alineados, al cuadro del ramo de flores que le regaló Castro, al último libro de Bery1 Bainbridge, abierto sobre la mesa, al juego del escarabeo, a las polémicas ya apagadas contra los negocios fraudulentos en la Costa Azul y a Y.
Es precisamente a "Y con todos los recuerdos / de casi treinta años / que tenemos en cornún" a quien está dedicado The captain and the enemy. Es madame Y, eternamente apartada por la discreción y el afecto al amigo, quien viaja con él, quien responde al teléfono, quien selecciona las pocas entrevistas, quien desayuna con Greene en Chez Felix, un pequeño restaurante situado en los bajos de la casa.
Remolonea en la cama
Greene se despierta temprano, habla, remolonea en la cama. Escribe por la tarde, cuando el aire del puerto se vuelve cristalino. Ve a poca gente. Contesta cartas. El otro día había una de Shirley Temple, contra quien lanzó sus dardos durante los años en que era crítico cinematográfico del Spectator, afirmando que la Fox utilizaba a la pequeña diva para excitar a los viejos. Después vinieron causa, proceso y condena. "Miss Temple me pedía, con gran amabilidad, permiso para utilizar citas tomadas de mis reseñas e incluirlas en una autobiografía que está preparando. Agregaba que sabía muy bien dónde tenía colgada, durante la guerra, la sentencia condenatoria [encima del retrete]. Y con mucho cariño decía que si las bombas no hubieran destruido mi casa, ella habría deseado profundamente ejercer sus influencias para que así lo hicieran...".
De aquellas bombas, de aquella guerra, Greene confiesa tener en sus sueños un continuo recuerdo, carente de temores. Sueños que, durante años, ha ido guardando, y con los cuales ha cubierto 800 páginas que un día u otro piensa utilizar.
Todo comenzó cuando tenía 16 años y, por indisciplinado, terminó en el psicoanalista. "Viví seis meses de felicidad en Londres, en Kensington Gardens, leyendo libros de historia y yendo al analista, de cuya mujer acabé enamorándome. Y pasé un mal momento cuando tuve que contarle al terapeuta que su mujer había sido la protagonista de uno de mis sueños eróticos. Ella entraba en mi habitación con los senos desnudos y yo se los besaba... Él se limitó a mirar el cronómetro y a preguntarme: '¿Qué es lo que en primer lugar asocia usted con los senos?'. No sé por qué le respondí: 'Los vagones del metro'. Ni pestañeó y pasamos al tema siguiente. Sin embargo, resolvió el problema convirtiéndome en el baby sitter de sus hijos".
Al cabo de seis meses todo había terminado: amor, baby sitter y análisis. De todo esto Greene salió, recuerda, con una gran sonrisa dedicada a aquel muchacho de hace 70 años, "muy seguro de sí mismo, con un gran sentimiento de libertad y una indomable pasión por los sueños".
Copyright La Repubblica.
Traduccíón: C. Scavino.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 31 de octubre de 1988