lunes, 1 de junio de 2020

George V. Higgins / Un chico duro


Ilustración de Triunfo Arciniegas


George V. Higgins

UN CHICO DURO

       Con cara de póquer, Jackie Brown, de veintisiete años, estaba sentado en la primera fila, detrás del estrado del Juzgado Cuarto del Tribunal Federal de Distrito de Estados Unidos, Estado de Massachusetts.
    El secretario anunció el caso 7421 D , los Estados Unidos de América contra Jackie Brown. El alguacil le indicó que se pusiera en pie.


    También se levantó el hombre que estaba al otro lado del estrado.
    —Vamos a proceder a la lectura del auto de acusación, señoría —dijo—. El acusado está presente con su abogado.
    —Jackie Brown —dijo el secretario—, está usted acusado de cinco delitos de tenencia ilícita de armas de guerra. ¿Cómo se declara de estos delitos? ¿Culpable o no culpable?
    Foster Clark, abogado del acusado, se puso en pie despacio.
    —No culpable —dijo en un ronco susurro.
    Jackie Brown miró a Foster Clark con desprecio.
    —No culpable —dijo.
    —Fianza —dijo el juez.
    —El acusado quedó en libertad después de depositar una fianza de diez mil dólares —dijo el fiscal—. La Fiscalía recomienda que se mantenga la misma fianza.
    —¿Algo que objetar? —preguntó el juez.
    —Nada —respondió Foster Clark.
    —¿Visto para juicio? —preguntó el juez.
    —La Fiscalía así lo considera.
    —Al acusado —dijo Foster Clark— le gustaría contar con veinte días para presentar alegaciones.
    —Moción aceptada —dijo el juez, consultando su calendario—. El caso se verá el 6 de enero. ¿Cuánto tiempo calcula la Fiscalía que nos ocupará el juicio?
    —Tenemos nueve testigos —respondió el fiscal—. Dos días, dos días y medio, tal vez.
    —Se levanta la sesión —dijo el juez.
    En el pasillo del Juzgado Cuarto, Foster Clark abordó al fiscal.
    —Me pregunto si realmente debemos ir a juicio —dijo.
    —Bueno —respondió el fiscal—, eso depende. El caso está claro como el agua. Si es a eso a lo que te refieres. El chico no tiene ninguna posibilidad.
    —Me pregunto si no podríamos llegar a un acuerdo —dijo Clark—. No he tenido la oportunidad de hablar con él, pero, de todos modos, me lo estaba preguntando.
    —Pues habla con él —dijo el fiscal—. Averigua qué piensa hacer y llámame.
    —Imagina que habla —dijo él—. ¿Qué recomendarías?
    —Mira —dijo el fiscal—, ya sabes que no puedo responder a eso. Nunca sé lo que el jefe va a querer de mí, así que no nos engañemos. Supongo que…, supongo que, si se declara culpable, pediremos un poco de cárcel y, si no lo hace, mucha.
    —Por Dios —dijo Clark—, queréis meter a todo el mundo en la cárcel. Es un chico joven. No tiene antecedentes. No ha hecho daño a nadie. No ha comparecido ante un juez en su vida. Por no tener, no tiene ni una multa de tráfico, por el amor de Dios.
    —Eso ya lo sé —dijo el fiscal—. También sé que conducía un coche que cuesta cuatro de los grandes y que tiene veintisiete años y que no hemos encontrado sitio alguno en el que haya trabajado. Es un traficante de armas experimentado, eso es lo que es. Si quisiera, podría delatar a la mitad de los criminales y a un cuarenta por ciento de miembros de las bandas de este distrito, pero no quiere. Es un tipo leal. Los tipos leales pasan tiempo en la cárcel.
    —Entonces, tiene que hablar.
    —No —dijo el fiscal—, no tiene que hacer un carajo salvo decidir qué le apetece más, hablar y darnos a alguien importante, o ir a Danbury a rehabilitarse.
    —Una decisión dura de tomar —dijo Clark.
    —Es un chico duro —dijo el fiscal—. Escucha, dejémonos de monsergas. Ya sabes lo que tienes. Tienes a un tipo duro. Hasta ahora ha tenido mucha suerte y nunca lo han pillado. Y también sabes lo que yo tengo. Lo tengo bien pringado. Has hablado con él. Le has dicho que se trataba de hablar o chupar cárcel y él te ha dicho que te vayas a tomar por culo o algo por el estilo. Así que ahora tienes que ir a juicio porque no se declarará culpable sin un trato que lo ponga en la calle y yo no hago ese tipo de tratos con traficantes de ametralladoras que no quieren darme nada a cambio. Así que juzgaremos a este, nos llevará dos o tres días y será condenado. Entonces, el jefe dirá que pida tres o cinco años y el juez le impondrá dos o tal vez tres, y tú recurrirás y digamos que, para el aniversario de Washington, el chico se entregará a la policía y lo encerrarán un tiempo en Danbury. Y en el plazo de un año, o un año y medio, estará en la calle, joder. No se está jugando una condena de veinte años.
    —Y al cabo de otro año, más o menos —dijo Clark—, volverá a estar en chirona otra vez, aquí o en otro sitio, y yo estaré hablando con otro hijo de puta, o quizá de nuevo contigo, y lo juzgaremos otra vez y volverá a salir libre. ¿No se termina nunca esta mierda? ¿Es que en este mundo las cosas no cambian nunca?
    —Eh, Foss —dijo el fiscal, tomando a Clark por el hombro—, pues claro que cambian. No te lo tomes tan a pecho. Algunos mueren, los demás envejecemos, llega gente nueva, los antiguos se marchan… Las cosas cambian todos los días.
    —Pero apenas se nota —dijo Clark.
    —Eso, sí —asintió el fiscal—. Apenas.


George V. Higgins

Los amigos de Eddie Coyle, capítulo 30.    


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