martes, 12 de marzo de 2019

Jennifer Egan / "El 11-S me hizo replantearme la historia de Estados Unidos"




Jennifer Egan. Foto: NHPR

Jennifer Egan: "El 11-S me hizo 

replantearme la historia 

de Estados Unidos"

Tras el éxito de El tiempo es un canalla, con el que rompió moldes y ganó el Premio Pulitzer 2011, Jennifer Egan viaja ahora al Nueva York de los años 30 y 40 en Manhattan Beach, una novela clásica en la que explora los cimientos que forjaron los Estados Unidos de hoy a través de la historia de Anna Kerrigan, una mujer pionera e independiente.


ANDRÉS SEOANE
11 DE FEBRERO DE 2019


Su libro de relatos Ciudad Esmeralda (1993) y novelas como Look at Me (2001) o La torre del homenaje (2006), plagadas de acrobacias estilísticas y formales cimentaron su fama de narradora provocativa y experimental. Un reconocimiento que se consolidó por completo con la celebrada El tiempo es un canallauna novela coral, irónica y fragmentaria, llena de juegos temporales e interpelaciones al lector, que le valió el Premio Pulitzer de 2011. Siete años después, Jennifer Egan (Chicago, 1962) regresa, de nuevo impredecible, con una canónica ficción histórica ambientada en el Nueva York de los años 30 y 40.



Manhattan Beach (Salamandra), el libro más retirado el año pasado en las bibliotecas estadounidenses, es una compleja trama coral poblada por gánsteres, marineros, gente humilde, militares y adinerados patricios pintando un fresco de la dúctil y efervescente sociedad americana que se extiende desde los ecos de la Gran Depresión a la Segunda Guerra Mundial, esa época en la que Estados Unidos se estaba convirtiendo en una superpotencia y plantando las semillas de su declive actual.

Pregunta. Manhattan Beach supone un cambio radical frente a sus libros anteriores, ¿qué le llevo a escribir una ficción histórica, a experimentar con un género tan tradicional?

Respuesta. En realidad, no creo que fuera una elección consciente. Lo que tenía claro es que quería escribir una novela sobre el Nueva York de los años de la Segunda Guerra Mundial. Al principio pensaba darle una estructura más radical, pero los libros tienden a tomar lo que necesitan para completarse, y cuando trataba de introducir todas estas innovaciones experimentales que me han funcionado antes: jugar con planos temporales, la ironía, interpelar al lector, el flujo de conciencia... me di cuenta de que aquí no funcionaban, de que esta historia pedía una estructura antigua, pasada de moda. En cierto sentido fue una liberación, porque me di cuenta de que estaba cansada de todas estas herramientas que fueron intentos de manejarme con nuestra realidad tecnológica actual.

Reivindico mi derecho a la libertad creativa, me gusta hacer cosas que no he hecho nunca y contar historias diferentes en cada libro"
P. Con El tiempo es un canalla tuviste mucho éxito y varios premios, ¿no temías con el cambio defraudar al público? ¿Cómo se mantiene el estilo con tantos cambios de registro, como consigues que todos tus libros sean un Jennifer Egan?

R. Bueno, no sé si lo consigo. Creo que la clave es que en las cosas que me interesan hay un nivel de coherencia, aunque sea personal. Hay varios intereses constantes, ciertas preocupaciones comunes, aunque use diferentes herramientas cada vez, que van más allá de la temática y el género. Esa es precisamente una de mis señas como escritora. Sé que Manhattan Beach sorprenderá a muchos lectores que solo son capaces de asociarme con el estilo de El tiempo es un canalla, pero ellos no pueden tener la expectativa de que mi estilo no evolucione. Reivindico mi derecho a la libertad creativa, me gusta hacer cosas que no he hecho nunca para ver como encajan trama y estructura, igual que me gusta contar historias diferentes en cada libro. No estoy interesada en la repetición comercial, en crear una marca reconocible, sino en escribir en cada ocasión algo diferente.

En esta novela, por ejemplo, al basarse en hechos históricos, Egan ha concedido un peso "enormemente importante" a la documentación para internarse en la época y dar verosimilitud al ambiente y los personajes. De hecho, un germen clave de Manhattan Beach fue un proyecto de historia oral del barrio de Brooklyn, en el que la escritora, que vive allí desde el 2000, participó durante años. "Entrevisté a mucha gente entre 2005 y 2010, la mayoría mujeres, que me hablaba de la época de la guerra, de los astilleros... Memoria viva que en unos años se perderá en poco tiempo", explica. De sus historias y anécdotas nació la base del libro. "Esas memorias ajenas me dieron la textura suficiente como para lanzarme a escribir y describir ese periodo. Nunca había creado ficción sobre una base real, e inmediatamente supe que uno de los retos de este libro sería elegir qué experiencias y lugares utilizar. Luego vino la parte de la documentación pura que me llevó el doble que para cualquier libro que haya escrito antes".

P. De hecho, planea escribir un libro de memorias, ¿ahora que escribe sobre la historia, cuál cree que es el papel de la memoria en la literatura?

R. Es una pregunta con muchas respuestas. Por ejemplo, la autoficción puede ser muy divertida de leer, pero debemos recordar en todo momento que lo que estamos leyendo es sólo ficción. Personalmente estoy en contra de la escritura de autoficción, pues creo que, literariamente, la memoria debe ser sólo un paisaje. En mis libros la memoria también está presente, pero de una manera diferente, como un elemento más, no como el núcleo. Utilizo cosas o lugares de mi vida como un ingrediente más de mi imaginación y estoy mucho menos interesada en mí misma que en otras cosas.

Estoy en contra de la escritura de autoficción, pues creo que, literariamente, la memoria debe ser sólo un paisaje"
La otra inspiración oculta de la novela fueron los ataques del 11-S. "Fue una experiencia brutal para nosotros. Nadie recordaba en persona una guerra doméstica, y ver de pronto Nueva York como un escenario de conflicto fue muy chocante. Lo vivimos como el fin de algo, de esa superioridad global estadounidense". Así que Egan buscó el origen de ese algo, la génesis de esa supremacía de su país en el mundo. El resultado es este cruce híbrido entre una novela marinera, otra policiaca del mundo del crimen y una historia feminista, todo a un tiempo. Una historia con ecos de la Gran Depresión y del racismo de los grupos de inmigrantes que profundiza en el mundo del crimen organizado y en la incorporación de la mujer al mundo laboral. Una mezcla que guarda, a juicio de Egan, "el origen de la América actual. En este sentido, todo el libro es una exploración de cómo era el país en ese momento, la Segunda Guerra Mundial, en el que empieza a convertirse en la gran superpotencia del mundo".

P. Dexter Styles, el gánster protagonista de una de las tramas, compagina los bajos fondos con las altas esferas, ¿cómo puede ocurrir la convivencia de ambos mundos? ¿Existen todavía hoy esas relaciones?

R. Diría que probablemente no, y de existir no tienen la dimensión de entonces. Esta es una de las cosas más chocantes de todos los años de conversaciones que comentaba antes, que en los años 30 y 40 todo el mundo conocía a uno o varios gánsteres. Daba igual que fueras rico o pobre, cristiano o judío, negro, latino o irlandés, todo el mundo conocía a un gánster, estaba a la orden del día. Esto me pareció una locura, pero pensándolo un poco tiene sentido. Debemos recordar que la Ley seca se prolongó casi 15 años, demasiado tiempo, teniendo en cuenta todo lo que bebía la gente. Entonces apareció un negocio que se consolidó de forma muy sólida y que permitió a los gánsteres, proveedores del demandado alcohol, acceder a los círculos elegantes y a la buena sociedad. Esa también es la razón por la que en América la figura del gánster se convirtió en una figura romántica hasta el día de hoy. Pero también es cierto, como refleja el libro, que hay una línea que el gánster ya no pude cruzar al llegar a la alta sociedad.

P. ¿Cómo surgió el personaje de Anna Kerrigan? ¿Qué papel juega el poder y la mirada femeninos en su concepción de esta historia?

R. No fue exactamente planeado, porque nunca creo mis personajes, sino que trato de reconocerlos, habitarlos y tratar de sacar a la superficie su esencia. Pero es cierto que hacía tiempo que quería abordar en un libro el tema del poder femenino y de cómo revolucionó paulatinamente la sociedad del siglo XX. Siendo sinceros, mis libros suelen centrarse en el hombre, en el sentido de que me encanta ponerme en el punto de vista masculino e, inconscientemente, muchas veces escribo pensando en un lector masculino, pero al ser feminista, como cualquier mujer, no estoy completamente satisfecha con esto, así que he tratado de cambiarlo. Este libro, a pesar de tener como protagonistas a dos hombres y una mujer, sí que trata explícitamente sobre la resistencia y la fuerza femeninas, porque la mayoría del punto de vista es de ella. Su historia, la del astillero de Brooklyn y ese recuerdo de las primeras mujeres que fueron integrándose a los trabajos industriales a raíz de la guerra, es la principal

Somos los escritores quienes debemos alcanzar el nivel más alto de excelencia de la ficción. Si la gente no lee no estamos haciendo nuestro trabajo lo suficientemente bien"
P. Nueva York es un personaje más del libro, ¿qué descubrió de la ciudad, cómo ha cambiado su visión de ella?

R. Trabajando en este libro mi experiencia de la ciudad se ha modificado totalmente, y eso que soy una neoyorquina apasionada. Lo que me ha aportado es una nueva visión de todo lo que había aquí antes, de la historia de los lugares que conforman la ciudad y los espacios de los siglos pasados. Me gusta Nueva York por esta ligazón entre historia y lugares, algo que ocurre constantemente en Europa. La gran mayoría de Estados Unidos es un país sin historia, un paisaje arruinado ajeno a la ciudad y al presente. Nueva York es lo contrario a todo eso. De hecho, esta búsqueda de la historia es un paso clave en mi vida, porque mi próximo libro estará ambientado en el siglo XIX. Pretendo narrar cómo fue construida y creada Nueva York, y me emociona pensar cómo afectará este proyecto a mi relación con la ciudad.

P. Defiende que el papel principal de la literatura es el entretenimiento, lo que choca con otras visiones más puristas, ¿por qué lo cree así?

R. Creo firmemente que la literatura proporciona un tipo de diversión y una experiencia que no frece nada más, al menos para mí. Pero defiendo que los libros deben ser divertidos o nadie los va a leer, especialmente en la actualidad, en la que hay muchas de otras posibilidades para que la gente invierta su tiempo. Si no consigues que la gente se divierta o se entretenga con lo que lee se pondrá a ver vídeos de Youtube. Y en cuanto a esa lucha entre entretenimiento y calidad, mira las novelas del siglo XIX, la gente las leía porque le divertían y no estoy hablando de libros de baja calidad... La diversión puede acompañarse de calidad, pero sin ella un libro no funciona. La literatura debe ser lo más entretenido de todo, incluyendo los videos de Youtube, y somos los escritores quienes debemos trabajar para alcanzar el nivel más alto de excelencia que pueda ofrecer la ficción. Si la gente no lee no estamos haciendo nuestro trabajo lo suficientemente bien.

Si la queja es que la ficción norteamericana es hoy peor y está más homogeneizada que hace unos años, estoy de acuerdo"
P. El crítico español Eduardo Lago asegura que la literatura estadounidense adolece de dos problemas que afectan a la creatividad: un mercado controlador y la existencia masiva de talleres universitarios de escritura creativa que homogeneízan los textos. ¿Está de acuerdo con él?
R. En cuanto al mercado, yo nunca he tenido problemas, he podido tardar siete años en publicar, pero sí creo que quizá la industria editorial está un poco anquilosada, y está claro que, en general, prima el vender. No estoy tan de acuerdo en cuanto a la influencia de los talleres de escritura universitarios. Este tipo de escuelas han existido durante siglos en artes como la pintura o la escultura sin provocar eso, porque academizar algo no provoca per se un proceso de homogeneización. Si la queja es que la ficción norteamericana es hoy peor y está más homogeneizada que hace unos años, estoy de acuerdo, pero creo que la razón es otra. En mi opinión se debe a que muchos escritores trabajan hoy para la televisión como guionistas, un mundo donde hay mucho prestigio y dinero y se están haciendo cosas muy interesantes. Cosas que podrían llevarse a novelas se llevan a la pantalla, y es un grave problema que otras industrias aparten a los creadores de ficción de la literatura.

P. ¿Cómo ve la literatura americana actual? ¿Qué escritores o corrientes le interesan?

R. Ahora mismo estoy centrada en el siglo XIX, la época en la que la novela jugaba un papel cultural más relevante en todos los sentidos. Me documento para la novela que estoy escribiendo y además estoy dando clases de ese periodo en la Universidad de Pensylvannia. Por eso estoy algo desconectada de la ficción contemporánea, pero puedo mencionar unos cuantos escritores muy talentosos e interesantes, George Saunders el primero. También me gustan mucho dos autoras muy experimentales y libres, y muy jóvenes ambas, Lauren Groff y Karen Russell.

Egan encuentra menos referentes al hablar de literatura extranjera, aunque cita nombres como el noruego Karl Ove Knausgård, "todo un éxito en Estados Unidos, un país muy abrazado a la novela negra escandinava", el nigeriano Akpa Arinzechukwu, el indio Pankaj Mishra, o la británica Sarah Waters"No leo a muchos extranjeros contemporáneos que no escriben en inglés, porque con las traducciones siempre siento que me pierdo algo". No obstante, la escritora reconoce que en al campo que trabaja ahora, el siglo XIX, es incontestable el magisterio de otras literaturas. "Los autores que leo del siglo XIX son casi siempre de fuera de América. Mark Twain o Hawthorne, están bien, pero no se pueden comparar con los franceses, los rusos, los ingleses...". 




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