Tras la pasión por el juego, oscuros señores han manchado el deporte arreglando partidos, usando el fútbol como cortina de humo o vendiendo a los jugadores al mejor postor. Esta es la historia de cómo Ronaldo, el “fenómeno”, jugó un partido que no debía por la presión de unos billetes.

RONALDO LLEGÓ AL VESTUARIO TOMADO DE LA MANO DEL DOC­TOR JOAQUÍN DE MATA, 45 minutos antes de que se iniciara la final de la Copa del Mundo de 1998. Miraba a lo lejos, hacia todas partes y hacia ningún la­do. Caminaba como un autómata, aunque se esforzaba por disimularlo. Cuando lo vieron, sus compañeros se le fueron encima para preguntarle cómo estaba, cómo se sentía, qué había pasado. Él decía “bem, tudo bem”, e intentaba sonreír. “¿Estás para jugar?”, le preguntaban. Él volvía a decir “bem, tudo bem”. Cuando se enca­minó hacia su locker para cambiarse, vio pegada en la pared la alineación con la que Brasil se enfrentaría a Francia en la final del Mundial. En su lugar estaba el nombre de Edmundo. Edmundo o “animal”, como lo llamaban, jugaría en vez de él. Ronaldo calló. Observó de nuevo el vestuario y a sus compañeros y tomó su cami­seta, la número nueve, y luego sus botines Nike, diseñados para él.