sábado, 27 de noviembre de 2010

Hebe Uhart / “ Me gusta publicar en vida, no me importan la gloria ni la posteridad”

Hebe Uhart


Hebe Uhart

BIOGRAFÍA

“ Me gusta publicar en vida, no me importan la gloria ni la posteridad”


Fue por décadas una autora de culto y de editoriales pequeñas. Ahora Alfaguara editó sus “Relatos reunidos”.


27 de noviembre de 2010


Hebe Uhart es una escritora con un repentino y consensuado reconocimiento. Esta autora de libros inhallables, de editoriales pequeñas y/o marginales, presentó un día después de la muerte de Kirchner, en un colmado salón de la librería Hernández, sus Relatos reunidos , editado por un tanque como Alfaguara. Con la crítica y novelista Graciela Speranza entrevistándola, Uhart parecía disfrutar de la escena aún cuando el público, que la festejaba, se mostraba inquisidor. La poeta Irene Gruss la arrinconaba con preguntas para que Hebe reconociera que en su literatura hay un entramado filosófico que la sostiene; pero Hebe, risa mediante, decía que “no sabía”. Lo mismo marcaba la crítica Elsa Drucaroff, pero Hebe salió del paso metiéndose en un hormiguero: “A veces hay que hacerse la opa para que la gente se suelte y se comunique más. Cuando viajo y tengo que poner profesión, pongo docente”.

Semanas después, en la entrevista en su casa, aclara “un escritor es una cosa rara, un escritor tiene que demostrar que lo es, tiene que seguir escribiendo; en cambio si sos docente, es muy sencillo. Además yo no soy filósofa, soy profesora de filosofía”.

¿Te gusta enseñar? En la cátedra de Tomás Abraham trabajábamos mucho, estudiábamos, y yo preparaba mucho mis clases. Pero lo principal que aprendí en los últimos años fue que yo no iba a aplazar un chico sin explicarle muy bien por qué lo aplazaba y qué era lo que él tenía que aprender. Porque se me hizo presente que ese chico iba a su casa y lloraba como un chancho si yo lo aplazaba. Entendí que yo debía explicar muy sesudamente por qué lo aplazaba.

¿Sí te reconocés como escritora? Sí, aunque una obra es muy difícil de evaluar. Cualquier habitante del Río de la Plata sabe cuándo un zapato es bueno. El cuero bueno es fácil de evaluar. Pero una cosa tan compleja como la literatura, no. Me gusta publicar en vida. No me importan la gloria, la posteridad, lo que va a evaluar la gente después de 50 años; me importan mis contemporáneos. Suscribo a lo que decía el uruguayo Mario Levrero, “yo no escribo para escribir bien, yo escribo para recordar un hecho, para que se convierta en algo memorable, esto quiero que quede, que no pase”. Y suscribo a Mansilla también, “yo escribo para comunicar algo, una vivencia que resuene en otro”. Es ese decir “esto mismo me pasó a mí”, lo que pasa es que antes no sabía que fuera material literario. De repente quiero recordar y soy otra persona, quiero fijar el recuerdo. Es como una foto, se destaca algo.Crear un mundo depende de las capacidades de cada uno.

¿Definirías tu literatura como realista o costumbrista? Los ismos no me gustan, son de los críticos...

¿Y como una literatura doméstica? (Poco convencida al principio) Puede ser. Pero no domesticada.

“¿Qué sé yo!”, “¡yo qué sé!”, dice algunas veces. También registra esa muletilla en los demás. Cuenta, por ejemplo: “Las migraciones siempre me interesaron, y cuando enseñaba en el Ciclo Básico veía los apellidos de los chicos y les preguntaba: “¿tu abuelo de dónde es?” “Yo que sé”, me decían. Y repite levantando hombros: “qué se yo”, y se ríe. Y cuando dice la frase en cuestión se ríe con toda la cara.

No se sabe si es una niña la que escribe los textos Uhart, o una señora adulta, un pigmeo, o una maestra zen. Con Hebe Uhart nunca se sabe. Cuando es entrevistada tampoco. Es muy atenta y gentil, aunque distante. Sin embargo, resalta: “a la gente nunca le tuve miedo”. Y mira frontalmente sin parpadear.

¿Quién narra en tus textos? Es un yo inventado, ahora estoy escribiendo un cuento largo y la narradora es una señora que va a leer a los cafés, que tiene un cable a tierra.

¿Es un “otro yo”? ¿”Otro yo”? Maso .

¿Para quién escribís? Porque da la impresión de que no buscás cómplices.

No (enfática), cómplices no quiero. Cualquier signo de complicidad me disgusta. Hay escritores que hacen un guiño a los colegas. Las internas no me gustan, ya lo dije muchas veces.

¿Reconocés algo naif en tu escritura? Muchas veces me dicen naif y me fastidia. No soy naif, lo dicen porque no trabajo sobre las zonas tormentosas. Pero las zonas tormentosas son movibles en el ser humano. Yo trabajo sobre lo decantado, y cuando está decantado yo lo escribo. No me gusta trabajar en crudo sobre lo que temo. Como decía Simone Weil, mi maestra, “no se debe escribir sobre lo que se teme o se desea”.

¿De dónde viene tu risa? Es que tengo la alegría del sobreviviente, se murieron todos en mi familia. La alegría es un trabajo como cualquier otro. Una vez, un muchacho dijo que en todo hay que trabajar, que un amor también se tiene que trabajar. La alegría también es un trabajo, de conciliación, puede haber índoles más armonizadas, otras más peleadoras. Yo trabajo para la alegría, para la conciliación, para no estar encontrada conmigo misma, ni contrariada. Me defiendo cuando algo me duele, si estoy viendo algo en la televisión que me hace mal, me defiendo: miremos Paka-Paka, diez minutos.

CLARÍN

Lezama Lima en su 'Paradiso'

El Curso Délfico de José Lezama Lima (II) – 80grados
José Manuel Caballero Bonald

Lezama Lima en su 'Paradiso'


José Manuel Caballero Bonald
27 de noviembre de 2010

Hay efemérides que quedan oscurecidas, desplazadas por otras de más acusada notoriedad o de mayor divulgación por los extrarradios de la literatura. Eso es lo que ocurre con José Lezama Lima, nacido el mismo año que Luis Rosales o Miguel Hernández, de quienes se han venido conmemorando de modo elocuente sus respectivos centenarios. Tampoco resulta imprevista la desatención que ha merecido a este respecto Lezama Lima. Por uno u otro motivo, Hernández y Rosales son poetas que, al margen de sus merecimientos literarios, disponen de un estimable repertorio de incentivos extraliterarios. No es ese el caso de Lezama Lima, cuya compleja personalidad dista mucho de estar mayoritariamente valorada. Y menos en un clima literario cuya subordinación a unos hábitos preferentemente realistas tiende a desestimar cualquier operativo desacato a la tradición.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Thomas Lynch / El enterrador más famoso


Thomas Lynch
EL ENTERRADOR MÁS FAMOSO


Alfaguara lanza 'Cuerpos en movimiento y en reposo', del norteamericano Thomas Lynch, su segundo libro de ensayos sobre la muerte.

Semana, sábado 12 Agosto de 2006

Thomas Lynch es un ensayista y poeta. Ha sido ganador del prestigioso American Book Award y finalista del National Book Award. Es columnista frecuente en los periódicos The New York Times y Times, de Londres. Pero más que por eso, se destaca por ser el director de casas fúnebres más famoso de Estados Unidos. Dice que terminó en el oficio de la escritura porque "ya no podía beber, no podía jugar al golf y estaba casado con una iltaliana..." . Sus dos libros de ensayos sobre el mundo que rodea la muerte, El Enterrador (1997) y Cuerpos en movimiento y en reposo (2001), fueron inspiradores para la exitosa serie de televisión estadounidense Dos metros bajo tierra. La editorial Alfaguara, que publicó el primero de estos libros en 2001, lanza ahora Cuerpos en movimiento y en reposo. A través de Internet, Lynch respondió a SEMANA una serie de preguntas sobre la muerte y los rituales que la rodean.

SEMANA: Para usted, ¿qué significa la muerte?

THOMAS LYNCH: Todavía estoy tratando de descifrar todo lo que la rodea. Esa es la razón por la que busco sus significados a través de la escritura, la lectura y la meditación de sus misterios.

SEMANA: ¿Es el miedo a morir el motor que les da significado a nuestras vidas?

T.L.: No precisamente el miedo a morir, pero es seguro que el ser conscientes de nuestra mortalidad agrega otra dimensión a nuestras vidas. Esta conciencia no nos la otorgan otros aspectos inherentes a la vida humana.

SEMANA: ¿Cree que el alma está diseñada para la vida eterna o es la conciencia de nuestra muerte lo que nos empuja a hacer las cosas? 

T.L.: Ambas cosas. Pienso que el miedo nos motiva en algunas ocasiones, y en otras, la fe. De las dos, yo creo que la fe es la mejor.

SEMANA: ¿Siente miedo de morir?

T. L.: Bueno, sí y no. Siento miedo cuando voy al médico. Pero una vez allí, me siento mucho mejor por haberlo visitado. Todos sentimos miedo ante una situación desconocida. Pero este miedo sólo lo sentimos una vez.

SEMANA: ¿Cree usted en la vida después de la muerte? 

T. L.: Tengo mis esperanzas, mis dudas y mis preguntas, como todos. Pienso que la respuesta a todo es "esperar para ver".

SEMANA: ¿Por qué la gente todavía tiene la obsesión de construir lujosos cementerios y mausoleos? ¿Qué buscamos después de la muerte? 

T. L.: Pienso que esta actitud no es más extraña que la de construir hogares o conducir carros lujosos. O tampoco que la de obsesionarse con la ropa o el cabello o el peso o la altura. Somos una especie rara y ¿qué hay de malo? Una gran tumba es como una gran iglesia. No te pondrá en el cielo, pero tampoco fuera de él.

SEMANA: ¿Cómo explica usted que a través de la historia se hayan creado tantos rituales alrededor de la muerte? 

T. L.: Pienso que hemos desarrollado rituales -cada cultura tiene los suyos- para exteriorizar esas cosas que son más difíciles de poner en palabras. Un gran amor, una gran esperanza, una gran aflicción. Por tal motivo, bautismos, bodas y entierros tienen mucho en común. Cada uno es un esfuerzo para darle sentido a cierto misterio: el nacimiento, el amor, la muerte… Y estas son cosas que nosotros, los seres humanos, conseguimos una sola vez en la vida: el nacimiento y la muerte. Para amarnos o estar felices tenemos muchas oportunidades. Gracias a Dios.

SEMANA: ¿Son los entierros un ritual tan importante como cualquier otro en la vida?

T. L.: Bueno... El dolor y el alivio son primos cercanos, ¿o no? Hay una libertad que viene con cada muerte y con cada pena. Soy, sin embargo, receloso de una cultura que tiene espacio para las "buenas risas" (las celebraciones) y no crea espacios para las "buenas lloradas" que a menudo tienen que ir con ellas. Los buenos rituales son los que incluyen la amplia la gama de emociones humanas. Esa es la razón por la que a menudo la gente llora en las bodas y se ríe en los entierros. Y sí, los rituales que rodean una muerte en la familia son tan importantes como cualquier otro ritual en la vida.

SEMANA: ¿Piensa que el universo que se relaciona con la muerte es tan absurdo como para hacernos reír? Sus ensayos hacen que la gente se ría muy a menudo. 

T. L.: Bueno, pienso que la vida tiene dosis iguales de ridiculez y sublimidad y debemos aprender a manejar ambas con gratitud. 

SEMANA: Usted ha escrito mucho sobre el aborto ¿cuál es su opinión sobre este tema?

T. L.: Que es una tristeza y una vergüenza. Tenemos que encontrar mejores maneras de manejar la reproducción humana, tanto en los hombres como en las mujeres.


miércoles, 24 de noviembre de 2010

Thomas Lynch / El enterrador / Un diario de preguntas

Cruz de sangre
Pamplona, 2010
Fotografía de Triunfo Arciniegas
Thomas Lynch
EL ENTERRADOR
Un diario de preguntas
Por Antonio Mengs

«Recorría con la vista las lápidas vecinas de ancianos muertos hace mucho tiempo, con la misma mirada en el rostro que tiene la gente en las bibliotecas y en los museos cuando estudia las vidas y las obras de los otros para aprender sobre sí mismos». Thomas Lynch pertenece a esa estirpe de escritores norteamericanos verdaderamente internacionales, profundamente arraigados en una autenticidad libre de toda sospecha, originales desde su fortaleza y naturalidad, que nos legaran obras como Walden de Thoreau o Con destino a la gloria de Woody Wuthrie, por poner dos ejemplos. A diferencia de los citados, Lynch no es un exiliado ni un trotamundos, un agitador ni un ideólogo, sino un servidor de la comunidad, integrado en la comunidad, ocasional viajero como lo son probablemente sus vecinos, dueño de un negocio y padre de familia. Mas por encima de todo es un observador sin concesiones.
Desde la posición privilegiada de su actividad profesional —la del enterrador y la del poeta—, nos muestra la vida vista desde el oficio fúnebre con una agudeza y penetración fuera de lo común, con franco sentido del humor no exento de sensibilidad, con una virilidad moral y voluntad de servicio que repara en la debilidad humana, en la raíz existencial, en la psicología y la sociología del dolor. Pero es necesario pasar como de puntillas sobre estas palabras: la escritura de Lynch es siempre de tú a tú, directa y casi sin adorno, cordial y tan amena como puede ser el cuento de la vida diaria. Llega prácticamente siempre; sus comentarios se ajustan a la evidencia; su camaradería con hombres y mujeres, desconocidos o allegados, y con el lector, también. Cada capítulo esconde su finalmoraleja que es moral y es estética, a menudo tierna y melancólica.
Se trata, al parecer, de una compilación de ensayos: no lo creemos así. Suponemos que Lynch ha debido escribir estas páginas como ensayos dispersos sólo por fijarse un marco de trabajo: en realidad, la unidad del libro es sorprendente. Va de aquí para allá y junto a la vida y a las tristezas de los demás, cuenta las suyas y acaba siempre en nosotros. Su cuaderno de bitácora está lleno de formas de la muerte que, paradójicamente, son siempre formas de la vida. Sin eludir las más brutales, como la que se refiere a los niños o a los suicidas. Porque Lynch tiene puesta la mirada en la frontera y en la pregunta de la frontera. Y respeta la religión, la chaladura, así como cualquier otra cosa: todo es demasiado humano, y su oficio de poeta (para los poetas, afirma, que a menudo tienden a excederse en el ofrecimiento de sus versos a los demás, el amor y la muerte son los principales objetos de interés) le conduce a señalar preguntas, no a atribuirse la potestad de dar una respuesta. El enterrador es un diario de preguntas, de preguntas compartidas, lleno de historias comunes: tan comunes, que su aparición en nuestra lengua puede ser considerada como un importante acontecimiento.

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Thomas Lynch
El enterrador
La vida vista desde el oficio fúnebre.
Bogotá, Alfaguara, 1997, 264 pp.




martes, 23 de noviembre de 2010

Thomas Lynch / El enterrador / Ante las grandes preguntas


Thomas Lynch
EL ENTERRADOR
Ante las grandes preguntas
Por Camilo Jiménez

Ante las Grandes Preguntas, al enfrentarse al Delicado Momento que es la muerte de una persona cercana algunos podrán buscar consuelo o compañía en la Biblia, en el Corán, en el Tao Te King, en el Talmud, en los libros de Paulo Coelho o en los de Walter Riso o en la línea caliente de Walter Mercado. Yo sugiero leer El enterrador, de Thomas Lynch.


Como su trabajo, director de pompas fúnebres, este es un libro que trata con los muertos para acompañar a los vivos. Insiste en que lo que se haga con los muertos a los muertos no les importa, les importa a los vivos: “una vez esté muerto no hay nada que se le pueda hacer a usted o para usted o con usted o sobre usted que haga algún bien o algún mal […] Una vez esté muerto suba los pies, dé por terminado el asunto y deje que el marido o la señora o los niños o una hermana decidan si lo entierran o lo queman o lo disparan por un cañón o lo dejan secar en cualquier zanja. No será su día para verlo, porque a los muertos no les importa” (p. 31). Otro tema recurrente es que tendemos a deshacernos lo más higiénica, rápida y económicamente posible de nuestros muertos, pero aquí está su palabra para enfrentarnos de la mejor manera a lo que implica morir, a lo que representa que alguien muera.


Y cuando digo de la mejor manera es porque Lynch es tan absolutamente práctico que llega a ser cínico: “Durante su primer año de viudez se sentaba en su silla, con el corazón dolorido, a esperar que el otro zapato cayera” (p. 43); su pueblo, Milford, “Es un buen lugar para levantar una familia y para enterrarla” (p. 143); “el bon vivant flotando en su bañera necesita el cielo tanto como cualquier otro ombligo” (p. 116), “los funerales presionan las narices contra las ventanas de la fe” (p. 115)… Pero no por eso deja de ser compasivo: lleva más de veinticinco años enterrando a sus vecinos, y sabe qué decir.

En esta suerte de ensayos-memorias escribe con un ojo en la tumba y otro en la vida actual. La muerte, el oficio de enterrador, el dolor de los deudos y las buenas maneras ante el, de nuevo, Delicado Momento (la frase es de Sabina) le sirven para exponer sus casi siempre acertados comentarios sobre la América contemporánea –que por extensión, ay, es la vida contemporánea, la de todos–, sobre los centros comerciales, desarrollo urbano, dietas, formas de pago, costumbres. Él siempre está viendo más allá: “Mi esposa y yo salimos a caminar por las noches. Ella ve los detalles arquitectónicos de las casas de estilo neogriego, reina Ana, federalista y victoriano. Yo veo el garaje donde dos profesores, casados hace años y sin hijos, conocidos por sus habilidades para el baile de salón y sus esmeradas maneras, fueron encontrados asfixiados dentro de su Oldsmobile. Recuerdo la caligrafía perfecta de la nota que dejaron explicando su temor a la vejez y la enfermedad […] ella ve escenas agradables en las ventanas, la luz cálida de una habitación donde, con demasiada frecuencia, yo veo vacío y ausencia, la oscuridad donde la luz se apaga. Nos llevamos bien” (p. 145).

Podría parecer, según lo que acabo de citar, que Lynch habla siempre de negro, con sombrero y corbata de lazo. Y sí, habla como si siempre estuviera de etiqueta (es poeta y sus frases muchas veces son versos, muchas son epigramas, aforismos), pero en medio de tanta pompa destella un humor que es para quitarse el sombrero (y la imagen no quiere ser un lugar común: ¿qué hacía la gente que usaba sombrero cuando pasaba un cortejo fúnebre?): “Me alegra que no sea por experiencia personal poder decir que nada desinfla tanto un buen funeral como que el ataúd se desfonde” (p. 236); “Los féretros son los delgados, octagonales, casi siempre de madera, y corresponden muy bien a la forma humana antes del advenimiento de la era de la comida chatarra” (p. 237), “Cuando mi esposa se fue de la casa hace algunos años, mis hijos se quedaron conmigo, igual que la ropa sucia” (p. 35); “Si las mujeres a los veinte cambian favores por poemas y se entusiasman con el trabajo fácil de las musas, a los treinta se vuelven recelosas y a los cuarenta lo consideran una invasión a su privacidad y políticamente incorrecto” (p. 92); “Me senté en el muelle que daba hacia la playa. Vi pasar cuerpos firmes trotando en colores primarios o caminando con sus perros de diseño bajo la luz de la mañana” ( p. 132).

Frases tan sabias, tan bien escritas, que dibujan tan claramente una imagen, o recuperan una anécdota y la combinan con una reflexión exacta sobre los más profundos asuntos de la existencia… releo este párrafo y tiendo a pensar que estoy describiendo un libro sacro, fundacional, como la Biblia o los otros que cité al comienzo. ¿Estaré exagerando? No sé, pero si de mí dependiera yo le daría el Nobel a Thomas Lynch, así de sencillo. Y para terminar ahora sí antes de que siga dejándome llevar por el entusiasmo, debo disculparme: es que hace un buen par de años no lloraba al leer un libro. Miren por dónde, justo desde la primera vez que leí El enterrador.



Thomas Lynch 
El enterrador 
Bogotá, Alfaguara, 2004, 258 páginas. 

lunes, 22 de noviembre de 2010

Thomas Lynch / De poetas y tumbas

De poetas y tumbas

Thomas Lynch
DE POETAS Y TUMBAS
Por Adriana de la Espriella

El Malpensante N° 54

Mayo - Junio de 2004

Thomas Lynch es un escritor muy poco convencional. Sus días no sólo transcurren entre libros y manuscritos, como supone uno que transcurren los días de los escritores, sino también entre ataúdes y muertos. Desde hace cerca de treinta años, Lynch es director de la funeraria de Milford, una pequeña ciudad del estado de Michigan al nordeste de Estados Unidos. El oficio lo aprendió desde niño, al lado de su padre. Cada vez que se muere una persona en Milford, Lynch se encarga de recoger el cuerpo, de embalsamarlo, de organizar los detalles de la velación, de la ceremonia, de ordenar las flores, los obituarios y de llevar al muerto hasta la tumba, el crematorio o el sepulcro que hayan escogido para él los dolientes de turno. A diferencia de la mayoría de los mortales, Lynch tiene trato diario y directo con los muertos y con los vivos que los lloran. Los demás nos enfrentamos a la idea de la muerte y al hecho real y doloroso del cuerpo sin vida de una persona querida sólo unas cuantas veces en la vida, no todos los días.
Como escritor, Lynch comenzó siendo poeta. Tiene en su haber tres colecciones de poesía (Skating with Hea-ther Grace, Grimalkin & Other Poems Still Life in Milford). El enterrador es su primer libro de ensayos; apareció en Estados Unidos en 1997 y obtuvo un éxito inmediato entre la crítica y los lectores. Fue galardonado con el American Book Award y fue finalista del National Book Award.
Para Lynch, el trabajo en la funeraria y el trabajo de escritor están íntimamente ligados. Como la pregunta sobre esta peculiar combinación de profesiones es inevitable, siempre responde que ambas cosas, la poesía y los funerales, tratan de lo mismo: de buscar palabras para lo inefable, para todo lo que necesitamos investir de sentido. El ejercicio cotidiano del oficio funerario es precisamente el hilo conductor de estos ensayos que hablan, naturalmente, de la muerte, de lo que significa como momento crucial de la vida, de lo que hacemos con los muertos y del sentido que ello tiene para los vivos, del amor y de la muerte del amor, del dolor, de las implicaciones éticas de las decisiones sobre el comienzo y el final de la vida, y de lo más esencial de la humanidad: la conciencia de nuestra mortalidad.
La escritura de Lynch es directa, sin concesiones ni sentimentalismos, lúcida y aguda, a veces melancólica, a veces perturbadora, atravesada por ese sentido del humor negro y certero que heredó de sus ancestros irlandeses y que produce risa y dolor. Los ensayos de Lynch producen el vértigo de verse empujado a mirar a la cara lo que es más real, nos obligan a pensar, a detenernos y a volver a empezar.
Por supuesto que Lynch no descubrió el tema de la muerte que, como dice la sabiduría popular y lo demuestra la inapelable realidad, es la única certeza de la vida. Pero su forma de hablar de ella es tan original que nos devuelve el asombro que producen las cosas que se miran por primera vez. Y la respuesta de la gente ha sido contundente. Antes de la publicación de los ensayos de El enterrador, por ejemplo, era impensable hacer una serie de televisión como Six Feet Under, inspirada precisamente en el libro y en la vida de Lynch. En la serie, cuyo eje temático es el trabajo en una funeraria, ca-da capítulo comienza con lo que rara vez pasaba antes en las series de televisión: muere un personaje. El enterrador conjuró el miedo y el pudor de hablar de la muerte con naturalidad, de nombrar todo aquello que por ser tan dolo-rosamente real, a veces preferimos ocultar.
Desde la perspectiva sobre la vida que puede dar el ejercicio cotidiano de embalsamar y enterrar, de oficiar el ritual de la despedida final, los ensayos abordan las grandes preguntas existenciales de la humanidad. Pero no se trata de elucubraciones abstractas o teóricas; son relatos de la vida cotidiana, historias de personas comunes y corrientes que se enamoran y se desenamoran, se enferman o temen enfermarse, sufren accidentes y violencias y se mueren, muy pronto o no tan pronto, pero invariablemente se mueren como parece que nos va a ocurrir a todos.
Con ocasión de la publicación en español de El enterrador, Thomas Lynch respondió unas preguntas para El Malpensante.

El estilo de los ensayos de El enterrador es muy original. ¿Tenía autores o libros específicos en mente cuando comenzó a escribir?

Después de la publicación de mi primer libro de poemas, mi editor en ese momento, Gordon Lish, me pidió “algo en prosa” para una revista literaria. Cuando le pregunté qué quería exactamente, me dijo: “Simplemente cuéntenos lo que usted hace”. “El oficio fúnebre”, el primer ensayo del libro, es el texto que escribí entonces. Unos años más tarde, John Lanchester, que era editor del London Review of Books, me preguntó si escribiría otros textos como ése, y así fue como comencé a trabajar en ellos. Después, Robin Robert­son, mi editor de poesía en Jonathan Cape, sugirió reunirlos en un libro. De manera que la idea del libro surgió porque hice lo que me pidieron. Y, por supuesto, también tenía la sensación de haberle prometido un libro como éste a mi padre. Me alegró cumplir esa promesa aunque pasaron cinco años después de su muerte.
En cuanto a influencias, uno de mis autores favoritos es el periodista estadounidense H. L. Mencken, así como el periodista irlandés Flann O’Brien. Los ensayos de Montaigne son maravillosos, como lo es su idea de que el ensayo es, en realidad, un esfuerzo, un intento, una prueba, una búsqueda. Me atrae la noción de que la propia forma del ensayo permite que el escritor hurgue en el lenguaje en busca de ideas que “suenen verdaderas”. El hecho de que el lenguaje pueda sostener grandes saltos entre conceptos e ideas dentro de un mismo ensayo es algo que también me atrae.
En términos de estructura, mi sensación es que la prosa se mide en frases y párrafos, así como la poesía se mide en versos y estrofas. En ambos casos es útil tener sentido para las sílabas y oído para la acústica de las palabras.

Es inevitable que se lo pregunte: ¿Cómo escogió las profesiones de enterrador y escritor?

Admiraba a mi padre y el papel que desempeñaba ayudando a la gente en momentos difíciles. Trabajar a su lado me enseñó muchas cosas y me hizo pensar que un trabajo entre personas en circunstancias extremas podría tener mucho sentido y ser instructivo. También me permitía tener tiempo suficiente para reflexionar sobre la naturaleza de las cosas.
Siempre he escrito. (No juego golf). Es una extensión de la lectura. Es como entrar a participar en la conversación. En 1980 comencé a escribir poemas para publicar. El poeta Michael Heffernan, un amigo y antiguo profesor, publicó su primera colección en 1979. Cuando tuve su libro entre las manos, tuve la sensación de que su trabajo, de cuyo proceso fui testigo, lo sobreviviría. Ese libro iba a permanecer en los estantes de la biblioteca, vivo, después de que él muriera. Y yo realmente quería dejarles algo a mis hijos para que supieran lo que pienso cuando me han visto la mirada distante y para afirmarles que tener ese tipo de inquietudes y de “preguntas abrumadoras” hace parte de la vida.
El hecho de que mis primeros trabajos fueran publicados fue un estímulo mucho mayor del que necesitaba y tener buenos editores me ha ayudado inmensamente.

¿Cómo fue el proceso de escoger el título del libro? La traducción al español es más bien libre porque no existe un equivalente exacto de Undertaking. Y después de leer el libro, uno se pregunta por qué califica los funerales de oficio tétrico o sombrío, según están descritos en el subtítulo en inglés (The Undertaking. Life Studies from the Dismal Trade).

Sí, undertaking es realmente un gerundio difícil de descifrar. Por un lado, tiene que ver con un sentido de deber y de detalle; por otro, con un sentido general de empresa; y por otro, con la noción de compromiso o promesa. Todos estos elementos se combinan haciendo eco a los títulos de los oficios ingleses victorianos —que eran particularmente vagos— como solicitor [abogado con funciones públicas] o chemist [farmacéutico] o victualler [persona con licencia para vender bebidas alcohólicas]. Los italianos lo llamaban creo queum becchino, palabra que evoca la imagen de un pájaro negro picoteando el cadáver, muy cercana a la imagen del hombre vestido de negro que era llamado para recoger el cuerpo.
Dismal trade es un tropo tomado ¿tal vez de Dickens? En todo caso, de ese siglo. Pero lo que tenía en mente cuando puse el subtítulo era el significado más antiguo de la palabra dismal, derivado de su raíz latinadies mali para “día malo” o “día oscuro”. Life Studies es el título de uno de los libros de Robert Lowell, también se refiere a especies de bosquejos anatómicos artísticos y me pareció que describía lo que traté de hacer con palabras. No me detuve mucho en eso. Todos los días salgo a caminar, y hacia el final de uno de esos paseos, el título me llegó a la mente.

Los epígrafes que dan inicio al libro provienen de una combinación muy sorprendente de autores: versos de dos poetas norteamericanos contemporáneos, Donald Hall y Jane Kenyon, una frase de Virgilio y una de Kurt Cobain. ¿Cómo hizo esta escogencia?

Conocí a Don Hall hace varios años, cuando él era profesor en la Universidad de Michigan, donde conoció y se enamoró de Jane Kenyon. El poema del que tomé el epígrafe se refiere en realidad a la muerte de su anciana madre. Esa tristeza fue una especie de ensayo del profundo dolor que significaría para él la muerte de Jane. Su libroWithout, y especialmente el poema que lleva ese nombre, siempre me ha parecido uno de los pocos libros centrados en el dolor de un hombre. Cuando uno lo lee junto con “Otherwise”, el poema de Jane, queda muy impresionado por el poder de la palabra y del lenguaje, incluso sobre ese tipo de tristezas. El año pasado estuve con Donald Hall en una conferencia aquí en Michigan. Está muy bien, Dios lo bendiga. Es muy bueno estar vivo mientras él está escribriendo poemas.
A mi hijo Sean le gustaba mucho Kurt Cobain. Pero las drogas y el alcohol terminaron con su vida. Cantar, como él: “Juro que no tengo una pistola” y después volarse la cabeza es, tristemente, la naturaleza de la adicción. Eso no me parece romántico, es sencillamente muy triste. Y Virgilio es, bueno, Virgilio. Siempre me ha gustado esa frase sobre “las lágrimas de las cosas”, lacrimæ rerum.

El lenguaje de sus ensayos está muy distante del tono que prevalece en la mayor parte de la literatura sobre la muerte, bien sea de orientación religiosa, espiritual o la de los libros llamados de autoayuda. ¿Cómo ha sido recibido por los lectores?

Existe la tendencia a hablar de la muerte bien sea en términos puramente científicos o recurriendo a consuelos sentimentales; es decir, a asumir que se trata de un evento exclusivamente biológico o exclusivamente psicológico. Lo primero es demasiado clínico y lo segundo demasiado melo-so. Los clérigos tienden a tratar la muerte como un evento sólo o totalmente religioso, y tristemente, algunas personas del negocio de las funerarias lo tratan como una venta más. La verdad es que la muerte es eso y mucho más: es un evento existencial que desafía todos los aspectos de nuestra humanidad. Yo aprendí a ver la muerte y a hablar sobre ella como lo hacía mi padre: como algo que les pasa a los muertos y a los vivos que los sobreviven, y nuestro trabajo es ayudar a los vivos a encargarse de sus muertos. El lenguaje que aprendí de él era sencillo, compasivo, cuidadoso y real. Fue una buena enseñanza.
Creo que los lectores responden a ese tipo de escritura porque no exige que sean de una fe determinada o de un sistema de creencias, ni que cambien sus heridas más profundas o sus sentimientos confusos por una especie de “tristeza light”.

Algunas librerías en Estados Unidos clasifican El enterrador en la sección de libros sobre religión mientras otras lo hacen en la sección de temas relacionados con la muerte y el morir. Rara vez está en la sección de ensayos. ¿Qué opina de que clasifiquen su libro de esta manera?

Las librerías que hacen esa clasificación son las grandes, Borders y Barnes & Noble. Yo preferiría que estuviera en lasección general de libros de no ficción o en la de ensayos. También lo he visto bajo “Psicología”, “Biografía” y “Autoayuda”. Pero esto dice más sobre los libreros de las librerías grandes que sobre el libro mismo. Las librerías independientes más pequeñas generalmente lo clasifican de manera correcta.

¿De qué manera están presentes sus orígenes irlandeses en su escritura?

Bueno, a los irlandeses les gusta la discusión, la conversación, el debate, el sonido de las palabras en la boca, moldear ideas. Supongo que el ensayo y la poesía deben algo de su atractivo a estos elementos. Tengo una casita en West Clare, Irlanda. De ahí salió mi tatarabuelo en 1890 para venir a Michigan. Es una casa tranquila cerca del mar. Cuando estoy allá me es más fácil escribir.

¿Cómo han cambiado las costumbres funerarias desde que está en el oficio?

La verdad es que he visto muchos cambios en las modas y los accesorios, pero pocos en los elementos esenciales. Las modas están ligadas a la cultura pop, a las fuerzas del mercado, a las afiliaciones étnicas y religiosas, y siempre están en movimiento. Los elementos esenciales parecen funcionar para todas las culturas, historias y geografías: alguien muere, a un grupo de personas les afecta esa muerte, alguien trata de encontrarle sentido en el contexto religioso o espiritual y alguien ayuda a organizar todo esto. El cuidado de los vivos y la manera de disponer de los muertos son los elementos centrales de la respuesta.
Me parece que la mayoría de las familias encuentra más significado en lo que hacen que en lo que compran o lo que ahorran. De la misma forma, la mayoría de directores de funeraria encuentra más sentido de propósito en la manera en que ayudan a una familia que en lo que le venden. Yo trato de estimular a las familias a que se involucren en el “hacer”. Siempre les digo, si van a enterrar a sus muertos, traigan una pala. Si van a cremarlos, traigan el fuego. Estén ahí, observen. Sean testigos. Recuerden.

Su ensayo “Tío Eddie, Ltda.” cuenta una historia sobre el negocio de limpiar los estragos de los suicidios para abordar la controversia suscitada por el doctor Jack Kevorkian, precursor del suicidio asistido de pacientes terminales. Como ambos viven en la misma ciudad, ¿alguna vez discutieron sobre estos temas? ¿Cree que el hecho de que Kevorkian hubiera sido condenado a prisión cambió la percepción de la gente sobre los problemas éticos involucrados en ese tipo de decisiones? Sus opiniones sobre este tema le han valido el calificativo de moralista de parte de algunos críticos, ¿cómo calificaría usted mismo su posición?

Nunca conocí a Kevorkian, a pesar de que yo trabajo en la misma zona en donde él “trabajó”. Kevorkian llevaba los cuerpos a uno de nuestros hospitales locales. Yo pasé muchas horas con el examinador médico que estuvo a cargo de la investigación de estas muertes y revisé con detenimiento los informes de las autopsias. Uno de mis poemas, “One of Jack’s” [Uno de los de Jack], publicado en un libro que se llama Still Life in Milford [Naturaleza muerta en Milford], está tomado, palabra por palabra, de las notas de la autopsia de una de sus víctimas.
Kevorkian y su abogado de entonces, Jeffrey Fieger, lograron descalificar a tres jurados aquí en Michigan, hasta que al fin el cuarto entendió de qué se trataba: dijo que Kevorkian no estaba “asistiendo” a la gente sino “matándola”. “Suicidio asistido” es un oxímoron, como “amor libre” o “masturbación asistida” (eso se llama una “relación”). Mientras el público consideró “la idea”, fue una discusión intelectual, alejada de la inmediatez de la vida real. Cuando vieron la realización de la idea en una transmisión de una de las cadenas de televisión, comprendieron que eso estaba mal y lo mandaron a la cárcel, que es donde debe estar.
Las cuestiones de la muerte digna, del cuidado paliativo, del trabajo con las personas desahuciadas, son o deben ser debatidas por la sociedad. Pero llegar al punto en el cual la única manera de liberarse del sufrimiento es liberándose del que sufre, me parece que quiere decir que debemos ponernos el desafío de buscar soluciones mejores.
Me veo a mí mismo como un peregrino de la moral y de la ética: trato de entender ese tipo de cosas. Pero la honestidad y la reflexión son más útiles que la polémica. No estoy seguro de haber adoptado determinada “posición”. Simplemente me inquieta la sabiduría convencional y quisiera escribir sobre ella de maneras que hagan a la gente pensar de nuevo.

En los créditos de la serie de televisión Six Feet Under dice que los libretos están inspirados en su libro. ¿Cómo se concibió la idea de hacer un programa de este estilo?

La verdad es que estoy muy impresionado con el trabajo de Alan Ball. Intercambiamos alguna correspondencia, y él ha sido generoso en el reconocimiento de mi trabajo. Una vez me escribió en una carta: “Lynch, al fin entiendo lo que usted parece haber entendido siempre: una vez que uno pone un cuerpo muerto en la habitación, es posible hablar de cualquier cosa”. Tiene razón, por supuesto, la presencia de la muerte deja a los vivos en libertad de hablar de las cosas más importantes.

¿Ha visto diferencias entre las personas religiosas y las no religiosas a la hora de enfrentar la muerte de un ser querido o cercano?

Creo que todos recurrimos a los símbolos, a las metáforas, a los rituales y al lenguaje que adquieren sentido para nosotros en una situación que suele no tenerlo. A las personas que viven en un contexto religioso, la fe les proporciona estos símbolos, metáforas, rituales y lenguaje. Para las personas no religiosas, aunque es probable que tengan que reinventar la rueda, existen muchos recursos en los textos seculares y humanistas. En ambos casos se trata del espacio que hay entre la muerte que le sucede al muerto y la muerte que les sucede a las personas ligadas al que murió. Yo diría que las personas sin religión se pueden defender, pero las personas sin fe tienen dificultades.

¿Cómo cree que ha influido su trabajo como escritor y como director de una funeraria sobre sus conceptos y actitudes frente a la muerte? ¿Ser testigo habitual de esta experiencia lo ha convertido en una persona religiosa o espiritual?

Creo que me ha hecho un hombre de certezas, dudas y asombro, que son para mí expresiones de fe. Y aunque siento un aprecio profundo por la religión —por el lenguaje que nos ofrece que facilita el camino— no soy especialmente devoto. Me siento agradecido por el lenguaje católico que recibí para enfrentar estos misterios, pero también estoy agradecido por la hermandad que siento con los judíos y musulmanes y por los humanistas laicos que, como todos los demás, aman, sufren, se reproducen y mueren. Y siento mucho que con tanta frecuencia estos lenguajes nos dividan.
Creo que la conciencia de la mortalidad, como la puntuación al final de una frase, da sentido a la vida. No es la vida, pero le da significado. Unos días parece un signo de admiración, otros un signo de interrogación, un punto, y hay días en que es como una serie infinita de puntos suspensivos...

¿Cuál será su próximo libro?

Estoy terminando un libro sobre Irlanda y los norteamericanos irlandeses. Se llama The Moveen Notebook [Cuaderno de Moveen] por la población de donde proviene mi familia. También estoy trabajando en un libro de relatos cortos y en otra colección de poemas.

¿Qué escribiría en su epitafio?

Eso se los dejo a mis hijos. Ellos tendrán que vivir con él. Yo no.








domingo, 21 de noviembre de 2010

Thomas Lynch / Un poeta de la vida en medio de la muerte


Thomas Lynch
Un poeta de la vida
en medio de la muerte

Por SERGIO VILLAMIZAR D.
Colprensa

Día a día, Thomas Lynch se encarga de enterrar a sus amigos, vecinos, compañeros de colegio, de iglesia, y claro, uno que otro enemigo. Una tarea que heredó de su padre y que realiza desde hace 25 años en una pequeña funeraria en Milford, Michigan, Estados Unidos.
Reconoce que no es un trabajo agobiante, que no le absorbe mucho tiempo al día. Al contrario, pasan los días y no llega cliente alguno. Pero no son días perdidos, Lynch los utiliza para escribir poesía, actividad que realiza desde hace más de 20 años y por la cual se ha dado a conocer entre los amantes de los versos en inglés.
Pero también ensayos, aunque en este tipo de trabajos su labor es más reciente, como The Undertaking, con el cual ganó el premio "American Book Award" en 1997, y que acaba de ser publicado en Colombia bajo el título El enterrador.
Son reflexiones sobre la vida dentro de su trabajo, donde la muerte y el dolor están presentes en cada momento, que ha acumulado, no sólo en sus dos décadas y media al frente de la funeraria, sino de las largas horas de charla con su ya desaparecido padre, a quien también le prestó sus servicios.
De ahí, en medio de objetos oscuros, ha creado sus poemas y sus ensayos, que son interrumpidos cuando alguien, en su pequeña población de sólo siete mil habitantes, fallece.
Fue tal el impacto de su primer ensayo (en Norteamérica ya había publicado uno más Bodies in Motion and at Rest), que el año pasado realizaron una serie de televisión, Six Feet Under, con la cual Warner Channel logró altos índices de audiencia.
Colprensa dialogó vía telefónica con Thomas Lynch, quien ya prepara el lanzamiento de su tercer libro de ensayos.


Entre la vida y la muerte

—De El enterrador usted dice que es un ensayo sobre la vida desde el oficio fúnebre.
—Para hablar de la vida hay que hablar de la muerte y viceversa.
En El enterrador se presentan hilos narrativos muy cercanos entre las dos cosas, y aunque la muerte aparenta ser el tema de mi libro, creo que la vida es el tema primordial.
—Una de las cosas que más ha impactado a los lectores de sus ensayos es el humor y la naturalidad de su vida entre los muertos.
—Al principio, cuando se publicó por primera vez el libro, había cierta distancia, dudas por parte de la crítica, pero luego fue acogido por los lectores, simplemente, con el tiempo, las personas empezaron a entender que es tan natural la vida como la muerte. Es un simple cambio más, de tantos que tiene el ser humano.
—En occidente, los servicios fúnebres son un rito que casi nadie quiere realizar ¿Por qué y cómo exalta esa labor?
—Hemos olvidado, supongo, que un buen llanto es como la risa, siempre es mejor estando acompañados. Así es en este oficio, debemos estar presentes, junto a las personas, en tiempos difíciles, como en la pérdida y la muerte. Eso tiene gran significado para ellos. Es parte del sentido común de la humanidad y a lo que he dedicado mi vida. Realmente no hay frialdad en mi trabajo.
—¿El trabajo fúnebre es una ocupación depresiva?
—Por supuesto que el comportamiento que uno debe tener ante personas que están pasando por la pérdida de un ser querido, puede ser desafiante. Pero cuando se entiende que el duelo es la otra cara de la moneda del amor, me doy cuenta que soy un testigo privilegiado de lo mejor de nuestra especie.
—¿Qué cambiaría del trabajo fúnebre?
—Mi deseo es que el mercado mortuorio entre a lo sublime y se aleje de lo ridículo, porque ahora hay más énfasis en los accesorios, pero poco en la verdadera esencia.
—El escritor Richard Ford dijo alguna vez que: "La importancia de una muerte se mide por la significación de la vida que ha interrumpido" ¿Qué tiene que decir al respecto?
—Pienso que la muerte es como los signos de puntuación, los cuales le dan significado a una frase, un texto o un párrafo. Así pasa con la muerte, que revitaliza la vida. Nosotros somos mortales, todo termina, como las oraciones que finalizan con un signo de interrogación, otras con un signo de admiración o con un punto final. Pero todas, siempre con un signo, como la vida siempre finaliza con la muerte.
—¿Cuáles son las características que debe tener un buen enterrador?
—Debe ser bueno para escuchar, el elevarse y ayudar a levantar el ánimo a las personas. Ayuda tener un buen traje negro, un buen sentido del humor, misterio y gratitud, además de honestidad, pero sobretodo amor a este trabajo.
—Hay personas que consideran que el humor y la comedia no pueden ir junto a temáticas como las que usted maneja en El enterrador ¿Qué piensa de eso?
—Los que piensan así no viven en un mundo real. Muchos lloran en las bodas y ríen en los funerales. Siempre será igual, algo contradictorio.
—Con el tiempo ¿qué tanto ha cambiado este trabajo y el rito funerario?
—Ahora se tienen más y más servicios "conmemorativos", a los cuales se invitan a los amigos y familiares del difunto. Claro, a todos menos al muerto. Es como ir a una boda sin la novia o a un bautismo sin el bebé. Algo ilógico. Creo que hemos perdido nuestras raíces étnicas, religiosas y culturales, de modo que, cada vez que muere un ser amado, el comercio fúnebre lo que hace es retornarnos al dolor, sólo por el dinero.

Del libro a la TV

—Una exitosa serie de televisión basó su guión en El enterrador. Como escritor ¿cómo logró desprenderse de su trabajo literario para que se convirtiera en un producto televisivo?
—Dicho proyecto necesitó mi asesoría, pero fue sólo eso. Quedé complacido con el producto final y orgulloso de que una de mis obras la hubiera trabajado Alan Ball (productor de televisión estadounidense), quien hizo un gran trabajo en "Six feet under", como se llamó la serie. Estoy muy complacido que mi trabajo haya inspirado algo de él.
Como me escribió alguna vez el propio Ball al terminar la serie: "Finalmente entiendo qué has estado consiguiendo en tu trabajo, una vez pones una persona muerta en la habitación, puedes hablar sobre cualquier cosa".
—¿Qué distancia existe entre su poesía y su trabajo en el ensayo?
—La poesía me parece esencial, no sólo en mí, sino en cualquier escritor. La poesía es la leche de la madre de la literatura. Nunca habría escrito prosa si no hubiera leído ni escrito poesía.
—¿Qué es lo positivo y lo negativo de estar en constante contacto con la muerte?
—Te da una mayor apreciación de la vida, el amor y la bondad de un ser humano hacia otro.
Claro, en otros momentos la tristeza puede ser ciertamente abrumadora, porque en este trabajo los extremos son constantes.
—Como el ser humano ¿los libros también cuentan con un tiempo de vida?
—La vida de los libros es tan larga como su relación con los lectores. Mis libros han tenido buena vida, pues ahora tienen nuevos lectores en países como Colombia, donde antes no podían leerme.
—Para Thomas, el poeta, ¿qué es la muerte?
—Para los escritores, la sensación de dejar un testimonio es muy importante. Todo lo que siempre quise fue dejar algo para que mis hijos me entiendan mejor, les ayude con su problemática, a entender su propia vida. Cuando muera, quizás mis libros sobrevivan.

Cartagena de Indias, El Universal, 2004